Dos pueblos en guerra
Los caminos de Atacama que llevan a Huasco y Freirina fueron cortados. La decisión de autorizar una planta termoeléctrica, en el primero, y de reabrir una de cerdos, que luego fue cerrada, en el segundo, dividió a sus habitantes entre quienes defendían los trabajos y los que prendían neumáticos por el medioambiente. Así quedó el campo de batalla.
La ruta que une Vallenar con Freirina está cortada y son unas 50 señoras y un puñado de hombres los que hablan con un par de carabineros. A sus espaldas humean unos troncos que se hacen brasas. Al norte de la ruta, el verdor de la cuenca del río Huasco. Al sur, el desierto de la Tercera Región.
Hay dolor e impotencia entre las mujeres. Dicen a los carabineros que se cansaron, que van a pelear de la misma forma en que lo hizo el movimiento "Freirina Consciente". Ese que se levantó a fines de abril para exigir el cierre de la planta donde una falla en el manejo de 480 mil cerdos llevó un olor putrefacto hasta el poblado. El mismo que por varias semanas protestó, cortó caminos, dejó aislados a los chanchos, se enfrentó con Carabineros cuando quemaron vehículos de los uniformados y casas de Agrosuper. A seis meses de ese enfrentamiento, y luego de que el gobierno habló de cierre del lugar, más tarde de aumentar las exigencias ambientales y la planta decidiera esta semana terminar el proyecto, porque ya no es viable económicamente, esta cincuentena de mujeres son parte de las 450 personas contratadas por Agrosuper.
Los carabineros escuchan. Piden que dejen pasar vehículos de emergencia, embarazadas, tercera edad. Las mujeres asienten. Dicen que no son encapuchados, que son pacíficas, que sólo quieren que llegue una autoridad a hacerse cargo del problema. Nunca ganaron tanto dinero como con estos empleos. Turnos de ocho horas y $ 450 mil de sueldo promedio en una zona en la que, según ellas, es difícil ganar más de $ 250 mil. El sueño de pagar la universidad de un hijo o terminar la ampliación de una casa se va con el desmantelamiento de la planta de cerdos.
-Nadie dice que la empresa nos mantuvo el sueldo en estos seis meses en que no hubo producción - cuenta Nilda Aguilar, 50 años, que venía de Vallenar a trabajar-. Mi marido es agricultor y con eso nos alcanza para vivir, pero con mi trabajo pude costear los estudios de mi hija en La Serena. Ahora no sé qué pasará.
Es martes, mediodía, y las mujeres han desplegado banderas blancas y chilenas. El día anterior, la empresa anunció el cierre de la planta de cerdos. Esa misma tarde, las mujeres -el 80% de los trabajadores de Agrosuper lo son- salieron a cortar la ruta. Hoy, a medida que avanza el día, las llaman para ir a buscar su finiquito. El grupo discute sobre quién puede pasar y quién no. El llamado es a no ser "corazón de abuelita", porque a los otros no les importó dejarlas sin trabajo.
-Nuestro gran error fue no habernos organizado antes. Todo Chile pensó que Freirina entera estaba contra la planta -dice Elke von Mayerberger, trabajadora del casino de la planta.
Ese martes, 200 trabajadores recibieron el llamado de la desvinculación.
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Apenas dos kilómetros hacia Freirina, hay otro corte de ruta. Esta vez, son los que están en contra de la planta de cerdos. Una nube negra sale de los neumáticos que arden en el camino. El grupo es chico, una docena de personas entre niños, mujeres y hombres, quienes dejan pasar a todos los que puedan sortear el primer corte. Menos a los que ellos marcan como los enemigos, los que apoyan a la industria porcina.
Mientras los niños se divierten lanzando piedras sobre la ruta, Jocelyn Araya, una dueña de casa de 24 años, no se conmueve por la pérdida de fuentes laborales. "Aquí hay tanta minera hacia arriba, casinos, que igual trabajan, pero la planta tiene que cerrar por la salud de todos".
El cisma entre los habitantes de Freirina se refleja en las acusaciones cruzadas. Araya habla de un incendio que se produjo la noche del domingo en los humedales que colindan con el río Huasco, cercanos a la planta de cerdos. Como si tuviese pruebas -con las que no cuenta-, dice que fueron los guardias de la empresa quienes lo provocaron. Media hora antes, Elke von Mayerberger, hablando del mismo incendio, culpó a los manifestantes antiplanta.
Al avanzar por la ruta hacia Freirina, un hombre advierte que es mejor tomar un camino de tierra interior.
-Más adelante están apedreando a los autos -dice.
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Al llegar a Freirina, poblado de aspecto colonial con casas de barro y no más de cinco mil habitantes, cuatro encapuchados bloquean el camino. Dejan pasar a quienes tienen salvoconducto: una hoja impresa del movimiento "Freirina Consciente". Los encapuchados nos dicen que si el destino es Huasco, ahí hay que buscar a Juan Carlos Labrín, un dirigente social de la zona.
La ruta que une Freirina con Huasco, pavimentada con una pista por lado, parece sacada de Apocalipsis ahora. Eucaliptos quemados sobre el camino, humo de incendios que no se apagan por completo, cerros de piedras sobre el pavimento. Esquivando, se puede transitar.
En el ingreso a Huasco, otro grupo de encapuchados administra la ruta. Son más duros, no quieren dejar pasar, aunque el nombre de Labrín los ablanda un poco. Dicen que tuvieron problemas con un equipo de un canal de televisión que sacó imágenes de ellos a cara descubierta.
-Nos sacan una sola foto y van a tener problemas -advierten, mientras dan el paso.
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Huasco es un pueblo costero de unos ocho mil habitantes, distante a unos 20 minutos de Freirina. Muchos en el pueblo ya estaban molestos en mayo, porque los olores de los cerdos llegaban hasta sus calles. Pero lo que los hizo sumarse al movimiento de Freirina y coordinar el inicio de las protestas para el jueves 6 de diciembre fue la decisión del Consejo de Ministros de autorizar -el lunes previo- la construcción de la termoeléctrica Punta Alcalde. En junio, la Comisión de Evaluación Ambiental de Atacama rechazó el proyecto de Endesa. La nueva autorización dada por el gobierno central despertó a algunas organizaciones.
A pesar de ser un puerto netamente industrial, el borde costero de Huasco tiene una ordenada y atractiva costanera peatonal con espacios públicos. Los negocios -almacenes, restoranes, BancoEstado y muchos boliches con máquinas tragamonedas- se agrupan una cuadra más arriba, en calle Craig, desde donde se pueden ver la bahía y las fumarolas que salen de la planta de pellets de la Compañía de Acero del Pacífico. Un poco más al sur está la termoeléctrica Guacolda, la segunda más grande de Chile y que produce 608 MW. Más al sur, a 15 km de Huasco, se levantarán las dos unidades de Punta Alcalde con capacidad de 740 MW.
El corazón de Huasco está dividido entre progreso y ambientalismo. Y la noche del jueves 6, esas diferencias se manifestaron de forma violenta con barricadas y tres autos quemados. Casi ningún entrevistado quiere dar su nombre. Tienen miedo de represalias, dicen. Un dueño de local en la calle Craig cuenta:
-Este fue un pueblo de pescadores, de estibadores del puerto, pero el trabajo no alcanzaba. Aquí muchos de los viejos hablamos griego, porque nos tuvimos que ir a ser marinos mercantes y Grecia era el único país que no nos ponía problemas para trabajar. Los demás veían el pasaporte rojo de Pinochet y nos mandaban de vuelta. Ahora hay trabajo, no está la necesidad de irse, pero no dejamos que las empresas se instalen.
En enero se empezará a construir la quinta unidad de Guacolda. Se espera que 1.500 trabajadores lleguen de fuera para apoyar la obra. Nadie sabe dónde se hospedarán. Hoy, en Huasco, es casi imposible encontrar una habitación. Casi todas están tomadas por las empresas contratistas.
En una zona declarada como "latente", medioambientalmente hablando, la queja transversal en el poblado es un polvillo que expele la planta de pellets. Al triturar el fierro que se exporta, los vientos trasladan el material por la cuenca y se posa en los olivos de Huasco Bajo. En ese valle donde crece el principal producto agropecuario de la zona, los agricultores muestran aceitunas cubiertas con un polvo negruzco como prueba de su reclamo. Dicen que la producción de los olivos ha bajado dramáticamente. En el pueblo también afirman, sin dar números, que ha aumentado el cáncer.
Armando Lobos, 68 años, dueño de un salón de pool y que trabajó 35 años en la planta de la CAP, lo refrenda: "Muchos de mis compañeros murieron de cáncer al jubilar. Yo me salvé porque ponía filtros húmedos debajo de mi mascarilla y los iba cambiando. Era la única manera de no respirar el polvo".
Son las 6 de la tarde y en calle Craig se juntan personas que han salido del trabajo en las empresas. Vienen con cascos, lentes protectores y guantes. Un grupo de jóvenes huasquinos dicen que casi todos los que caminan por el centro son afuerinos. "Se nota altiro por cómo se visten. Son sureños". Dicen que Huasco es un pueblo tranquilo hasta que les tocan a las mujeres, que incluso algunos chinos que llegan por el puerto han salido trasquilados.
-¿Les interesa el movimiento social de estas semanas?
-No nos metemos. Es verdad que hay contaminación, pero por ir a manifestarnos algún familiar puede perder el trabajo o nos podemos quemar para siempre con las empresas de acá -responde uno de los jóvenes.
El martes 11 en la tarde, en Huasco se dio la última batalla de los huasquinos contra Punta Alcalde y la planta de Freirina. Fuerzas Especiales de Carabineros llegó para abrir el camino de ingreso. La batalla duró hasta entrada la noche y el fuego de las barricadas alcanzó la altura de los eucaliptos. El olor a neumático quemado, tierra y lacrimógenas seguía en la mañana siguiente.
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Es la tarde del miércoles 12 y el camino entre Huasco y Freirina ya está despejado. Sólo quedan restos de barricada. En Río de Janeiro, calle principal de Freirina, y que nadie sabe por qué no se llama O'Higgins, Carrera o Prat como en el resto de Chile, la vida va a velocidad de bolero. Cada nueve casas se enarbola una bandera negra y los afiches contra la chanchería aparecen sólo en el centro. La división en el pueblo se constata al hablar con la gente, la que ni siquiera se pone de acuerdo sobre si el mal olor perdura. Mientras los menos dicen que en algunas horas algo reaparece, otros afirman que la inversión de US$ 8 millones de la compañía logró controlar el problema.
Aurora del Portillo, 59 años, dueña del restorán El Uranio, está feliz con el anuncio de Agrosuper de irse. Dice que no se puede hipotecar el futuro del pueblo por dinero. "Estoy molesta con los comerciantes de acá que piensan sólo en el lucro. Este restorán ha durado 60 años sin las empresas. No veo por qué no pueda seguir".
Un jubilado de calle Orella, que cuenta que se peleó con su cuñado "por comunista", dice que había espacio para una solución. "Creo que todo ha sido un movimiento político. Llegaron unas 60 personas de otras ciudades a Freirina para coordinar las manifestaciones. En un gobierno de la Concertación esto no pasa". El jubilado se abstiene de dar su nombre. Dice que por miedo a que le lancen una molotov a su casa.
En los cinco días de toma de caminos, el ambiente fue violento. En el bypass que une Vallenar con Huasco y que pasa por la parte alta de Freirina, el corte de la ruta se hizo con una retroexcavadora que dejó una zanja de un metro de profundidad. Este martes por la tarde, Carabineros aparece con maquinaria para tapar el hoyo. El camino es vital para la carga pesada que no puede cruzar por el centro del pueblo.
Mario Acosta, 70 años, dueño de un almacén, dice que ya no le queda carne, ni queso, ni cecinas, ni yogures, por los cinco días de corte. Asegura que toda su vida ha sido de centroizquierda, pero que se perdió el respeto en la forma de manifestarse. Y cuenta una historia: Ramón Freire, cuando era director supremo de la República, alrededor de 1820, envió a una hija a curarse de una enfermedad al pueblo, que en esos tiempos se llamaba Asiento de Santa Rosa del Huasco. El aire limpio de la cuenca le sirvió. Y el pueblo se rebautizó como Freirina.
Hoy, pese al anuncio de la planta, ya no corren los mismos vientos entre los habitantes.
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