El arquitecto Sergio Larraín y la historia familiar detrás de Lo Contador

Introdujo la arquitectura moderna en Chile, pero se fue a una casa colonial, hoy campus de la UC.




El hogar de los Larraín era el centro de reunión del arte chileno, con Roberto Matta, Nemesio Antúnez y Jorge Opazo como visitas cotidianas. El dueño de casa, Sergio Larraín García-Moreno, brillaba por cuenta propia: en 1929 había materializado la arquitectura moderna en Chile con el diseño del edificio Oberpaur, en el centro de Santiago. A la hora de construir su propia casa, la diseñó al estilo internacional: líneas simples, desprovista de decoración, y sin un rastro de carácter criollo.

La casa se ubicó en un barrio nuevo en calle Ossa. Ahí vivió con su esposa y cuatro hijos, entre ellos el adolescente Sergio Larraín, futuro fotógrafo de la Agencia Magnum. Fue su propio palacio de modernidad, hasta que en 1958 lo abandonó para vivir en una modesta casa rural del fundo Lo Contador. Allí, entre el río Mapocho y el cerro San Cristóbal, viviría e instalaría la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, de la que era decano.

Hasta hoy, la Escuela de Arquitectura funciona en ese lugar, entre las antiguas construcciones de adobe que defendió Sergio Larraín García-Moreno. La historia del lugar se recoge en el libro Lo Contador. Casas, jardines y campus, de la editorial ARQ de la Escuela de Arquitectura de la UC, y es una novedad de la Bienal de Arquitectura, que abre hoy en la Estación Mapocho.

Del lujo a la discreción
Para los autores del libro, la evolución del lugar refleja la urbanización del área de Pedro de Valdivia Norte -tradicionalmente área de chacras-, pero también es un ejemplo de cómo hacer una arquitectura armónica con el paisaje y con el pasado. "Larraín tuvo la visión de hacer en este terreno algo que se pudiera prolongar en el tiempo. Era la madurez de la arquitectura moderna en Chile y él la hizo caer en una casona antigua, de adobe, que estaba en condiciones bastante paupérrimas. La casa donde él residió tenía una modestia de otro orden a lo que se estaba diseñando en los años 60", dice la autora, Sandra Iturriaga.

Había una razón para eso, más allá de lo arquitectónico. La familia se sentía incómoda en la modernísima casa de Ossa. "Todo tenía que estar perfecto, todo en orden, todo maravillosamente impecable", describiría el Premio Nacional de Arquitectura 1972. A su hijo Sergio, al que llamaban "Queco", le avergonzaba vivir en la casa más ostentosa del barrio. Le irritaba la inacabable vida social que ocurría dentro de ella. "El era tímido y prefería pasar desapercibido", explica Gonzalo Leiva, autor del libro Sergio Larraín. "En nuestra casa no había hogar", relató una de sus hermanas. "'Queco' decía que era una familia de mentira. No lo soportó". A los 17 años dejó la vivienda familiar y se fue a estudiar a EEUU.

La muerte accidental en esa casa de su hermano menor, Santiago, lo trajo de vuelta a Chile. Ni él ni sus padres pudieron seguir viviendo allí. Su padre cambió para siempre. "Antes de eso, el arquitecto Larraín era como un dandy: pasaba en reuniones sociales y se vestía muy bien, muy vistoso. Después del accidente, dejó de lado la superficialidad y comenzó una vida espiritual más intensa", explica Leiva.

Vendió sus cuadros de Picasso, Matisse y Giacometti y comenzó a adquirir objetos prehispánicos, que después se convertirían en la colección del Museo Precolombino. Y decidió vivir al otro lado del Mapocho, en el añoso sitio de construcciones coloniales, que durante el siglo XIX funcionó como casa de retiro espiritual.

En 1958 compró la antigua casa del inquilino y dejó la gran casona, que hoy es Monumento Nacional, para la Escuela de Arquitectura de la UC. No fue fácil convencer a autoridades y alumnos del traslado: el barrio Pedro de Valdivia era una zona apenas urbanizada y, por esos años, la Universidad de Chile inauguró una nueva y moderna Escuela de Arquitectura en Cerrillos. El cambio parecía insólito, pero fue aceptado. El traslado ocurrió en 1960.

Por esos años, su hijo Sergio Larraín tomó fotografías de la nueva casa de su padre, con los alrededores aún despoblados y una construcción desprovista de lujos. "Creo que aquí confluyó todo en la austeridad. Tanto lo moderno como lo colonial implican construcciones sencillas. Aquí no hay copia de ningún estilo eu- ropeo, sino que hay una búsqueda de algo más auténtico, que en este caso es lo rural", explica el arquitecto Wren Strabucchi, también autor del libro sobre Lo Contador.

Larraín hizo pocas remodelaciones: cerró una galería de su casa y agregó un escritorio y una biblioteca. "La arquitectura moderna suele buscar quedar siempre en un primer plano. Pero aquí no es así. Las remodelaciones que se hicieron, apenas se notan. Es como si siempre hubieran sido así", describe Strabucchi.

Sergio Larraín García-Moreno, el arquitecto, vivió en la casa aledaña al campus hasta su muerte, en 1999. Su hijo fotógrafo adquirió la casa detrás de la suya, pero vivió allí poco tiempo. Nunca se sintió parte de ella; mientras que su padre la convirtió en hogar y utopía. Ahí materializó la dinámica Bauhaus, en donde los profesores vivían junto a la misma escuela. Volvía así a su primera inspiración moderna, pero esta vez desde su propia relectura: una que ya no quería destruir el pasado, sino convivir con él.

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