El emperador vuelve a China

<img alt="" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200911/586904.jpg" style="padding: 0pt; margin: 0pt;" width="50" border="0" height="15"> No es alta costura. Ni 'prêt-à-porter'. La colección Métiers d'Art de Chanel exhibe el virtuosismo de los talleres artesanales de París. Una idea que lleva a Karl Lagerfeld a un punto del globo cada año. El último, Shanghai.




¿Qué tiene que hacer un adicto al trabajo que odia el turismo para conocer mundo? Buscarse un empleo que le haga viajar. De preferencia, que le permita elegir sus destinos. A la mayoría de los mortales nos está negado semejante escenario vital. Pero, claro, no todos podemos ser Karl Lagerfeld.

Fue el diseñador alemán, director creativo de Chanel desde 1982, quien admitió buscar subterfugios laborales para cruzar el globo. Lo hizo el pasado noviembre, en una de sus más exóticas escapadas. Lagerfeld movilizó a las tropas de la moda internacional para un asalto a Shanghai financiado por Chanel. El objetivo era triple. Presentar su colección anual Métiers d'Art, reforzar la presencia de la casa en el pujante mercado chino y conocer la ciudad. "No había viajado nunca aquí y necesitaba una razón de trabajo para venir. Así que me la inventé con esta colección", explicaba con su habitual bravuconería en una rueda de prensa.

En realidad, esta peculiar línea (que está en las boutiques Chanel desde junio) tiene mucho más de estratégica que de caprichosa. Ropa a medio camino entre la alta costura y el prêt-à-porter destinada desde 2002 a exhibir el virtuosismo de los talleres artesanales parisienses que Chanel adquirió para asegurar su supervivencia. Aún así, el bordador François Lesage o las plumas de Lemarié siguen estando al servicio del resto de ese puñado de casas que aguantan en la alta costura. La compañía francesa -que no cotiza en la Bolsa- es alérgica a las revelaciones financieras. No admite cuánto le cuesta esta operación o si estos siete talleres son rentables. Sus trabajadores se suman a los más de cien artesanos empleados en sus propios ateliers, que siguen ocupando el emblemático edificio de la Rue Cambon donde vivió y trabajó Coco Chanel.

"Se trata de personas que pasan cientos de horas materializando algo que yo he bosquejado en segundos", argumentaba Lagerfeld. "A veces me avergüenzo por ser tan superficial e imaginar en un instante algo que representa tanto trabajo. Otras veces me asusta. Son oficios que yo no sería capaz de hacer". Para añadirle fuegos artificiales al concepto, el diseñador decidió que la colección se presentaría cada vez en una ciudad distinta. Que actuaría también como inspiración y guardaría alguna relación con la biografía de Coco. Tras París, Tokio, Londres o Moscú, le ha tocado el turno a Shanghai.

El desfile coincidió convenientemente con la apertura de la segunda tienda de la compañía en esta urbe de 20 millones de habitantes. Y se amenizó con una película escrita y dirigida por el polifacético Lagerfeld. Profesiones que añade a su abultado currículo, que incluye labores de editor, fotógrafo y hasta de doblador de dibujos animados. El filme de 30 minutos -puede verse en http://www-cn.chanel-paris-shanghai.com/- estaba llamado a salvar un escollo conceptual. "Le encantaban los biombos Coromandel, pero Coco nunca puso un pie en China", admitía Lagerfeld. "Así es que imaginé un viaje que ella nunca realizó. Una fantasía en la que salta en el tiempo y aparece en los años treinta y cuarenta o se encuentra con Marlene Dietrich".

Los modelos europeos favoritos de Lagerfeld (Baptiste Giabiconi y Freja Beha) se afilan los ojos con eyeliner y reciben en la China soviética de los años sesenta a una envejecida Coco que admira su lozanía y sus chaquetas Mao. "Yo sólo soy políticamente incorrecto", responde Lagerfeld, preguntado por el racismo que planea sobre esa escena. "Pero sólo es un homenaje. Respecto a la chaqueta, hay dos personajes históricos que han llevado una que les ha definido: Coco y Mao. Habría que ver cuál de los dos es más respetado hoy", terminaba con gesto malicioso.

Este distanciamiento de la realidad china es especialmente obvio en los 71 diseños que componen la colección París-Shanghai. Los trajes de lana de la casa, ahora tejidos con hilos que replican las luces de neón, son lo más cerca que está de reflejar el tiempo y el lugar en el que se presentó. El resto es, gracias a un estremecedor trabajo manual, una efervescente fantasía. "Shanghai para un europeo es una idea. La ciudad del pasado y la del futuro", reflexionaba el diseñador antes de exhibir su trabajo. "China es un mercado cada vez más relevante y acabamos de abrir una gran tienda que demuestra el interés mutuo. Pero esta es una colección universal. Nada de folclor. Me espanta la versión de lo oriental que se impuso en Europa en el XIX. Es una apropiación muy poco respetuosa con la cultura china".

No es fácil marcarse una demostración de fuerza en un Shanghai recorrido por los costurones de las obras de la Exposición Universal. Pero cuando los mil invitados al desfile cruzaron un puente-península decorado con flores y situado sobre la ribera más tradicional del río Huangpu, se enfrentaron al poderío de Chanel. Les esperaba una estructura de 85 metros de largo que se elevaba casi 13 sobre el agua (la altura de un edificio de cuatro pisos). Un barco con una ventana panorámica de 70 metros de largo por 6 de alto que enmarcaba la ribera más moderna de la ciudad, el Pudong, cuajada de futuristas rascacielos. "La escenografía ayuda a mantener el interés de la gente a la que no le apasiona la ropa. Es como si hicieras una película con efectos especiales o sin ellos. En este caso, el decorado del desfile es, de hecho, la misma ciudad de Shanghai", explicaba Lagerfeld.

A pesar de la grandilocuencia del montaje y del agresivo cortejo al mercado chino que suponía, la presentación de París-Shanghai tuvo algo de extrañamente íntimo. Tras el desfile, la sala de baile del hotel Península se convirtió en un karaoke con ínfulas de cabaret por el que pasaron allegados de Lagerfeld (la actriz Anna Mouglalis, la cantante Vanessa Paradis o el inevitable Baptiste Giabiconi) que atacaron con desigual fortuna sus temas. Ajeno a los centenares de invitados que se arremolinaban a sus espaldas, Lagerfeld sonreía. "Si pudiera explicar con exactitud de qué va todo esto, estaríamos ante una receta de marketing que cualquiera podría replicar", había afirmado horas antes. "Soy uno de los guardianes de un secreto que, en realidad, no conozco. Es lo que me gusta de la moda. ¿Por qué la gente quiere una cosa y no otra? Ese es el misterio. No hay respuesta. No debería haberla. De otra forma, sólo sería un negocio".

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