El ojo de don Alfonso en Universidad Católica
El descubridor de futbolistas como Gary Medel, Mauricio Isla, Felipe Gutiérrez o Mark González, desvela los secretos de la profesión de veedor a la que ha dedicado toda su vida.
Un tipo detiene su auto junto a una cancha de tierra. Apaga el motor, desciende del vehículo y comienza a escrutar con la mirada cuanto sucede a su alrededor. Ante sus ojos sólo hay un puñado de niños jugando, pero quién sabe. No sería la primera vez que pasa. Toda historia debe tener un principio. El trabajo acaba de comenzar, pero cómo saber cuándo empieza y termina la jornada laboral de alguien que se dedica únicamente a observar. Los grandes futbolistas no aparecen de la noche a la mañana, pero están por todas partes.
El tipo del auto se llama Alfonso Garcés, tiene 75 años y es el jefe de captación de fútbol formativo de Universidad Católica. Lleva tanto tiempo en el oficio, que necesita tomar aire para echar la vista atrás, para regresar al momento exacto en que empezó todo: "Yo parto siendo hijo de jugador y entrenador. Fui criado sólo por mi padre, pues mi madre murió en el momento que yo nací. Y se puede decir que nací en la pelota. Llegué a jugar hasta una instancia media profesional, pero aquello no daba para vivir, así que abracé otra profesión sin desligarme nunca del fútbol", comienza a rememorar el artífice del descubrimiento de jugadores como Mark González, Gary Medel, Mauricio Isla, Felipe Gutiérrez o Hans Martínez.
Tras formarse como entrenador profesional, Garcés comenzó a trabajar en la promoción de jóvenes talentos en Deportes Iquique, institución a la que llegó a comienzos de los años ochenta por intermediación del mítico ex futbolista y ex entrenador Andrés Prieto. Abandonó la I Región para poner rumbo a Colo Colo, asumiendo la dirección de un proyecto llamado "Juventud 2000", centrado en la captación de jugadores con proyección de futuro a lo largo de todo el país. Pero su estadía en Macul, de la que no guarda un grato recuerdo, concluiría en 1994, con su despido y posterior llegada al club de la franja.
Factoría cruzada
"Voy a la comuna de Conchalí a hacer un campeonato escolar y veo a un chiquito que parte de lateral derecho. Parte, en realidad, por una orilla, porque nunca jugó de nada en concreto. Unos nueve o diez años. El más chico de todos, porque el campeonato era para doce. La camiseta larga, los pantalones grandes, pero no achica, no le afecta el porte de los otros. Pregunto por el papá y la mamá y allí estaban. A la otra semana teníamos aquí al Gary", explica sonriente Don Alfonso, reviviendo con palabras lentas el día en que Gary Medel (hoy futbolista de Inter de Milán) pasó a convertirse en la nueva perla de la factoría cruzada. "Un golpe de suerte", reconoce ahora el veedor, "porque Gary (Medel) estaba allí en el mismo momento en el que estaba yo".
Pero no sólo de fantásticos golpes de suerte vive un captador profesional. También influye la capacidad para gestionar cada situación particular, para tratar de entender la realidad personal de cada chico, y actuar en consecuencia: "Mauricio (Isla) se la jugó también, un chico de extracción popular. Hizo mucho esfuerzo la familia para traerlo, y también el club. Llegaba a veces tarde a los entrenamientos, pero la gente no sabía los esfuerzos que tenía que hacer. Para ganar la plata, para trasladarse al centro y para llegar del centro acá. Yo creo que ésa fue una de las mejores condiciones que puso hacia el fútbol Isla: el sacrificio", explica.
Capacidad de gestión, pero también perseverancia. Y si no, que se lo pregunten a Felipe Gutiérrez. "Lo seguí todo el tiempo, por todos los campeonatos en los que participaba", comienza a relatar Garcés, desempolvando otro viejo relato sobre una de sus más preciadas conquistas. "Y pasa un campeonato y pasa otro, y tras cada partido voy y lo felicito. Y le digo: ¿cuándo te vas a venir a la Católica? Pero Felipe (Gutiérrez) es un tipo muy correcto", continúa. "Un día voy a un campeonato amateur. Felipe Gutiérrez es seleccionado por una localidad que se llama Ventanas. Termina el torneo y sale campeón. Me meto disfrazado en la cancha, porque estaban todos pendientes, y me acerco a felicitarlo. Y él me dice: Don Alfonso, ahora. Y se marcha corriendo".
Pero la llegada del hoy centrocampista del Twente holandés (entonces en Everton) a la disciplina del conjunto precordillerano, no podría haberse consumado, como revela el propio ojeador, sin el beneplácito del entorno del jugador: "El colegio en el que la mamá trabajaba iba a cerrar, y ella iba a quedarse sin trabajo. Le dije que el club podía encontrarle un empleo, pero que sería en Santiago. El día que cerraba el plazo de inscripción, llegó al mundo de Católica Felipe Gutiérrez, que a este club le costó cero pesos", concluye.
Desde hace dos años, Alfonso no trabaja solo en los servicios de captación del club. Su hijo Javier, propuesto como ayudante por la propia entidad, es su principal colaborador dentro de un área de trabajo que requiere mucha paciencia: "Las grandes instituciones suelen ser más compradoras que formadoras, porque necesitan jugadores ya. No esperar, como hicimos nosotros, 10 años para un Gary Medel, 10 años para un Mauricio Isla, 10 años por el Gato Silva, otros tantos por Felipe Gutiérrez. El tema de la captación de jugadores es una cuestión muy lenta y, en ese sentido, creo que nosotros somos los mejores formadores del fútbol chileno", sentencia.
El oficio de mirar
En las renovadas instalaciones deportivas de San Carlos de Apoquindo, se encuentra situada la Casa Cruzada Mario Livingstone, residencia de una veintena de jóvenes jugadores llamados a convertirse en estrellas. En su interior, decorado con fotografías de los grandes jugadores que forjaron la historia del club, se respira fútbol por los cuatro costados. Chicos procedentes de todos los puntos del país, habitan este templo formativo. Viven rodeados de recuerdos, pero de ellos depende el futuro. "¿Qué tenemos ahora?" -se pregunta en voz alta Alfonso Garcés, frotándose las manos-. Por lo menos tres o cuatro nombres. Jeisson Vargas, Carlitos Lobos, Carreño, Sierralta, pero la lista es muy larga. Tengo chicos acá hasta de nueve años, que no voy a poder saber si al final llegaron o no llegaron. Que me lleven un santito a la sepultura", exclama el veedor, visiblemente emocionado.
Al menos 25 campeonatos amateur, conformados por 12 equipos cada uno, organiza el jefe de captación de Universidad Católica cada año. Él, que ha vivido en Iquique, y también en Punta Arenas, sabe mejor que nadie que el talento puede encontrarse oculto en cualquier parte: "Yo hago un trabajo de búsqueda muchas veces, pero ellos están ahí. Yo a estos torneos voy de incógnito, siempre ando de civil. Voy a observar y a buscar jugadores, pero ellos no saben que yo soy el que ando buscando. Me pongo un gorro, estoy piola, y aquellos que yo creo que están para el club, me los traigo a la brevedad. Los peleo. De verdad los peleo, porque me duele cuando me roban un jugador", relata Don Alfonso, antes de enumerar algunos de los rasgos característicos que, en su opinión, definen a un jugador con futuro: "Para mí es esencial que técnicamente sean más que aptos, superiores. Yo llego a una cancha, juegan dos minutos y ya sé quién es el bueno. Hay una sensibilidad futbolística que me lleva a ver lo que otros no ven. El jugador bueno se muestra al tiro, y eso le permite hacer cosas con una seguridad distinta al resto", subraya.
Alfonso Garcés ama tanto lo que hace que asegura que, en su caso, "el veedor terminó por comerse a la persona". Tres años lleva sin tomarse unas vacaciones, porque no las necesita -dice- y porque nunca se le ha pasado por la cabeza hacer otra cosa: "Yo creo en los chicos, soy admirador de los jugadores. A mí me gustaría morirme en esto, haciendo esto", asegura, con los ojos nublados por la emoción.
"Acá en Chile hay chicos con muchos problemas sociales, económicos y familiares. Y lo absorben todo ellos solitos. Yo no puedo no involucrarme personalmente, porque esto no es una fábrica de muñecos", termina. A sus 75 años de edad -a sus 75 años de fútbol- se aleja caminando despacio hacia la cancha de entrenamiento. Enseguida lo perdemos de vista, pero en eso consiste, a fin de cuentas, su oficio: en ver y no ser visto.
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