Faith no more y Alejandro Sanz
La banda norteamericana estrenará Sol Invictus, mientras el español lanzó Sirope.
Faith no more
Sol invictus. Segundas partes
Qué hizo Faith no more. Una revolución. Sacudió las cadenas del rock pesado, barrió con la pose del macho, se rió del estereotipo, dejó en evidencia los placeres culpables, abrió la paleta instrumental al conceder protagonismo al teclado, y encontró muchos cantantes en uno solo. Duraron lo que se podía, nunca fueron muy amigos, se reunieron y estuvo bien. El regreso al estudio cierra el círculo con este primer título en 18 años. No clasifica a la altura de la esquizofrénica belleza de Angel dust (1992) o la fenomenal capacidad de síntesis en King for a day... fool for a lifetime (1995), pero decanta en una digna continuación de Album of the year (1997), una obra de altibajos, aún así consistente.
Producido por el bajista Billy Gould, Sol invictus abre con el hálito cinematográfico característico en el trabajo de Mike Patton. La canción homónima funciona a la manera de los créditos iniciales de una cinta en blanco y negro, con todas las señas reconocibles de la banda: el piano lúgubre, antesala de una explosión controlada seguida por los múltiples ángulos del virtuoso vocalista, acertado preludio para la explosiva Superhero, con Patton dando rienda suelta a sus personalidades, mientras la arquitectura musical se funda en la filosofía de la que hicieron escuela, pasajes metaleros y remansos melódicos alternados, brutal y sofisticado a la vez. Sunny side up reacciona de manera similar, pero el condimento extra son los detalles funky de la guitarra. Separation anxiety estira la tensión mediante las elásticas líneas del bajo, creadoras de un ambiente hostil y expectante. Luego Cone of shame parece más propicia para el catálogo de Tomahawk con sus acordes de western, y en el saldo flojea. Lo mismo ocurre con Rise of the fall y Black friday. El álbum retoma ímpetu con la épica Motherfucker, resumen del humor retorcido del conjunto.
El remate, con todo. La penúltima, Matador, clasifica entre lo mejor que han compuesto, el primer corte trabajado tras anunciar el retorno en 2009. Una canción sencillamente grandiosa que Gould presentó al resto. Contiene cada uno de los elementos que timbran singularidad en el quinteto: un arranque emotivo que prepara una arremetida instrumental de bordes sinfónicos, realzada por Patton en magnificente desempeño. Al final, como un cierre perfecto llega el ambiente de ensueño de From the dead, especie de marcha en el atardecer, la despedida de una película esperada hace mucho, la vuelta de unos músicos asombrosos y desprejuiciados. La saga de Faith no more continúa y resulta imperdible.
Alejandro Sanz
Sirope. Gusto adquirido
Alejandro Sanz dice que hace lo que quiere en sus álbumes, lo cual es una declaración de principios para un artista de ventas a nivel mundial, uno de los mayores astros hispanoamericanos de todos los tiempos. Alguien que ha despachado 23 millones de discos podría sucumbir ante las presiones de repetir ingredientes y combinaciones, pero no. Sirope, el décimo título de su carrera, es una maniobra como un ataque con tenazas.
Bajo el baluarte del pop, Sanz se multiplica, desdobla, incluso experimenta. La guarida del calor por ejemplo, es un temazo funk con un montón de guitarras acústicas y eléctricas, un llameante teclado Hammond, palmas y bronces envolventes.
La producción del argentino ganador del Grammy Sebastián Krys (Gloria Estefan, Ricky Martin), impone un sonido espectacular, sin chapucerías, directo, con detalles relucientes. El estilo vocal de Sanz, que siempre tiene algo de desafío por su insistencia a los estribillos kilométricos y el fraseo flamenco, triunfa y seduce en cortes como las cachondas A mi no me importa y Todo huele a ti. Sirope cumplirá con su misión de seguro: arrasar.
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