La guerra de Luka Modric

El conflicto en los Balcanes marcó la infancia del jugador. Este sábado, ante el Portugal de Cristiano, es el faro de una Croacia que sueña.




El hijo de la guerra, como describe el título de su libro autobiográfico, vino al mundo, en rigor, seis años antes de que las calles de su infancia se convirtiesen en un campo de batalla.

Nacido en Zaton Obrovacki, una pequeña localidad cercana a la ciudad croata de Zadar, el 9 de septiembre de 1985, al único hijo de Stipe y Radojka le llamaron Luka, como a su abuelo paterno, asesinado por las milicias serbias en diciembre de 1991, el mismo día en que la familia Modric decidió buscar refugio y en el que Luka definió que el suyo sería una pelota de fútbol. "Rompía más ventanas con el balón que las bombas serbias", llegó a decir de él un empleado del Hotel Kolovare, en donde Modric y su familia vivieron durante un tiempo en compañía de otros refugiados.

Cuando en agosto de 1995 la Guerra Croata de Independencia llegó a su fin,  con un saldo brutal de más de 1.000 víctimas mortales y alrededor de 250.000 personas desplazadas, los Modric pudieron volver a casa. Pero en lugar de hacerlo, decidieron mudarse a un modesto apartamento en Zadar, situado muy cerca del estadio de fútbol, para que Luka pudiese empezar a escribir su futuro.

Fue en las filas del NK Zadar donde el joven jugador comenzó a curtirse, antes de ser contratado por el Dinamo de Zagreb, a los 16 años. Un club que  dudó al principio de su aparente fragilidad física, que puso en tela de juicio su baja estatura, y  que terminó enviándolo a préstamo al fútbol bosnio, del que regresó reforzado.

Tras proclamarse multicampeón con el cuadro capitalino, al que defendió entre 2004 y 2008 gracias a la intercesión de Zvonimir Boban -su ídolo de juventud- el Tottenham pagó 27 millones de euros para hacerse con sus servicios; una cifra jamás abonada por un futbolista de la liga croata y la contratación más cara realizada hasta ese momento por el club de White Hart Lane.

Aunque tardó en asentarse en Londres, las grandes actuaciones de Modric con los Spurs desataron el interés del Real Madrid, club al que llegó finalmente en 2012 tras declararse en rebeldía.

El resto es historia conocida. Pieza angular en el esquema de Ancelotti, Benítez y Zidane, el Pony ha levantado ya dos orejonas con el conjunto blanco, revelándose en Chamartín como un jugador insustituible. Un centrocampista prácticamente perfecto, con una capacidad innata para interpretar los partidos y descifrarlos, para detectar las flaquezas del oponente y atacarlas.

Un volante con una técnica exquisita y con una formidable pegada -genuinamente balcánico- pero también un recuperador nato. Un jugador cerebral de los pies a la cabeza, una especie de guerrero intelectual del que este sábado, en el Bollaert Dellelis de Lens (15.00 de Chile), partirá todo el fútbol de Croacia.

Y mientras los focos y los flashes persigan el gesto y la figura de Cristiano Ronaldo, su compañero en el Madrid, el partido se decidirá seguramente en las sombras, en esas trincheras del campo de batalla en las que Modric, el hijo de la guerra, sabe moverse mejor que ninguno.

Y es que aunque al astro luso le cueste aceptarlo, Croacia necesita tanto o más a Modric de lo que a él lo necesita Portugal. Precisa de la mente maravillosa del Cruyff de los Balcanes para superar los octavos de final.

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