Los pasajes malditos de La Legua

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En 2011 el sacerdote de La población mandó una carta que hizo reaccionar al gobierno de Piñera. La violencia era una constante y se necesitaba un foco de intervención sistémico. Desde entonces, se han invertido alrededor de $21.000 millones. Sin embargo, el tráfico de drogas y armas sigue siendo crítico.




Por casi siete meses estuvieron tranquilos. Pero la calma volvió a romperse hace tres semanas en la población La Legua, una de las más antiguas y emblemáticas de Chile: las disputas por territorio entre dos de los seis clanes de narcotraficantes activos del sector La Emergencia —Los Gálvez y Los Cochinos— salieron a flote una vez más. Los disparos, como es habitual, fueron la manera de tomar venganza por rencillas de antaño. El fuego cruzado duró horas y obligó a los vecinos a refugiarse en sus casas y a los niños a evacuar sus colegios. Un hombre cercano al bando de Los Cochinos murió en el Hospital Barros Luco y dos personas quedaron heridas. Fue el primer homicidio del año.

Pocos días después, la Policía de Investigaciones allanó siete viviendas de La Emergencia e incautó dos fusiles, tres escopetas, cuatro pistolas y más de 1.800 municiones de grueso calibre. Fue el mayor decomiso de la historia de La Legua.

A pesar del éxito del último operativo policial y de la tregua que habían vivido los vecinos desde noviembre del año pasado, el tráfico de drogas y armas sigue siendo el problema crítico de esta población de 14.000 habitantes, ubicada en la comuna de San Joaquín.

Seis años después de la intervención de mayor envergadura de su historia, el Plan Maestro Iniciativa Legua, el objetivo principal de erradicar la violencia, no se ha cumplido aún. Hasta la fecha se han invertido en torno a los $21.000 millones (US$32 millones).

Según la última encuesta de percepción de seguridad de Paz Ciudadana, el índice de inseguridad aumentó de 10,4% en 2013 a 25,1% en 2015.

Para los legüinos, la mayor preocupación siguen siendo las balaceras.

—La violencia ha sido cruda en la última semana. No pasaba hace rato. El control policial es pésimo porque están instalados en las orillas y no entran. Las armas y la droga ingresan por algún lado, mientras que los seis accesos son vigilados. Para Antonio (quien prefiere no dar su apellido), las balaceras son parte de su vida. En esos momentos se refugia en las habitaciones del fondo de su casa, hasta que la pesadilla pase.

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