Machu Picchu, 100 años de un hallazgo colosal

En 1911, el estadounidense Hiram Bingham descubrió la ciudad sagrada de los incas. Pero no fue el primero. Agustín Lizárraga había estado allí en 1902 y murió tratando de reivindicar su hallazgo. Hoy, la zona es patrimonio de la humanidad.




Todas las tardes de invierno, las nubes envuelven a Machu Picchu, engrandeciendo aún más el misterio que acompaña a esta ciudad desde el principio de los tiempos. Sentado sobre una de las rocas que preside la entrada, Edison Carbajal aguarda sin esperar nada nuevo de los turistas que descienden del autobús que los ha trasladado desde la cercana estación de Aguas Calientes.

Parece un Apu, un espíritu protector de los que habitaban estas montañas, una runa de cara indescifrable, mirando altanero a este grupo de nuevos conquistadores llegando a uno de los lugares más sobrecogedores del mundo entero.

Edison es el líder de una comunidad indígena local y se gana la vida como guía turístico. Pero, inmediatamente, tras el protocolar estrechón de manos, deja claro que su papel va más allá de recitar el folleto sobre las ruinas de la ciudad sagrada de los incas (hasta donde llegan cada año 900 mil turistas). "Antes que nada, soy un guardián de este lugar. Vuestros antepasados llegaron hace 500 años, y esto es lo único que se ha salvado de su codicia y su religión. Estoy aquí para que nuestros hijos puedan seguir disfrutándolo en el futuro", afirma con cara de iluminado.

El conflicto de Edison con el mundo no es nuevo. Su queja es como el retablo de una conquista inacabada. Dentro de 20 años se cumplirá el quinto centenario de la llegada de Pizarro a estas tierras. De momento, en julio, el gobierno peruano celebrará los 100 años del redescubrimiento de Machu Picchu por el norteamericano Hiram Bingham. Pero, ¿qué ha pasado en todo este tiempo?

La ciudadela de Machu Picchu (Cuzco, Perú), montaña vieja en quechua, fue construida por Pachacútec (el que transforma el mundo, en quechua), el más grande de los emperadores incas, hacia el año 1450. Situada a 2.500 metros de altura, ocupa una superficie de 10 hectáreas y contiene casi dos centenares de edificios, construidos bajo orientaciones que tenían en cuenta fenómenos astronómicos, como los equinoccios y solsticios. Se dice que fue el refugio de las ñustas o vírgenes del sol, muchachas escogidas entre las mejores familias de la nobleza andina para consagrar su vida al astro rey. Su población, formada por nobles, sacerdotes y las propias mujeres, nunca pasó de los 1.000 habitantes.

Cuando el inca Manco, nombrado por Pizarro sucesor de Atahualpa (gobernante del imperio), huyó de Cuzco con su corte, buscó refugio en esta parte de la cordillera, iniciando el período del imperio neoinca de Vilcabamba. Protegidos por una orografía inexpugnable, a unos 150 kilómetros al oeste de Cuzco, hasta tres emperadores resistieron a los conquistadores españoles desde varias ciudadelas. El último de ellos, Tupac Amaru, fue decapitado en Cuzco, en 1570, coincidiendo con la época en la que Machu Picchu fue definitivamente abandonada.

"¡Algo hay escondido! ¡Vé y encuéntralo! ¡Anda y busca tras las montañas: hay algo perdido, perdido y aguardando a que tú vayas! ¡Vé!". Cuando Rudyard Kipling escribió esta famosa frase, inspiración para cientos de aventureros, hacía años que Hiram Bingham había descubierto el mundo. Nacido en 1875, era hijo y nieto de los primeros misioneros evangélicos que llegaron al archipiélago de Hawai, en 1820. La Biblia y los tratados religiosos fueron el alimento intelectual del futuro descubridor hasta su adolescencia.

A los 19 años, Hiram ingresó a la Universidad de Yale, donde consiguió un cupo gracias a las amistades que fraguó en los círculos masónicos. Tras acabar su posgrado en Historia en la Universidad de Berkeley, se casó con Alfreda Mitchell, nieta de Charles Tiffany, fundador de la famosa joyería de la Quinta Avenida.

Su matrimonio, además del dinero, le significó contactos al más alto nivel político, convertirse en representante de Estados Unidos durante el Primer Congreso Panamericano y, más tarde, financiar hasta cinco expediciones por Sudamérica, en una de las cuales encontró Machu Picchu.

En 1906 había realizado su primer viaje a América del Sur, siguiendo la ruta que realizó Simón Bolivar en 1819. Cinco años después, en 1911, y durante el mes de junio, Bingham contrató en Cuzco una recua de mulas y llegó al valle de Vilcabamba al frente de un grupo de expertos y con bastante dinero en los bolsillos, gracias al apoyo de la Universidad de Yale y de la National Geographic Society.

En una aldea llamada Mandor se hizo con los servicios del guía local Melchor Arteaga, figura fundamental en el descubrimiento de la ciudadela. Durante varias semanas avanzaron por la selva. Por fin, el 24 de julio, guiado por un niño llamado Pablo Recharte, llegó a la cima del cerro Machu Picchu, donde lo esperaba la gloria. Pero cuando paseaba por las calles con la boca abierta, embriagado por la emoción de creerse el primer hombre en siglos que ponía los pies en ella, sintió cómo el corazón le daba un vuelco, al ver nueve palabras grabadas con carbón sobre una de las piedras del templo que él mismo bautizaría como de las Tres Ventanas: "Agustín Lizárraga -14 de julio de 1902- para la posteridad". Alguien había estado allí antes que él. Casi 10 años atrás. ¿De quién se trataba?

Agustín Lizárraga Ruiz era un hacendado cuzqueño, mestizo y agricultor. Tenía arrendadas las tierras de cultivo que rodean la ciudadela, no muy lejos del pueblo de San Miguel, situado al margen derecho del río Urubamba. En 1902 organizó una expedición con un par de amigos, que financió con su propio dinero. Tras enfrentarse, machete en mano, a una naturaleza amenazadora, llena de precipicios, acechado por las turbulencias del río, dio con el asombroso monumento arqueológico. Pero no informó, en términos formales, a nadie de su descubrimiento.

Enterado de que la llegada de Bingham amenazaba su logro, Lizárraga trató de reivindicar su gesta. Improvisó por su cuenta otra expedición antes de que National Geographic divulgara la gesta del norteamericano. "Intentó ganarle la partida a Bingham durante la época de lluvias, en una misión suicida, y las aguas del río Urubamba lo arrastraron al intentar atravesarlo por un puente muy frágil. Tenía 47 años. Su cuerpo nunca fue hallado", asegura la historiadora Mariana Mould de Pease, una de las máximas conocedoras de Machu Picchu.

Según ella, esto se sabe gracias a uno de los siete hijos de Bingham, que hace 30 años escribió un libro sobre su padre, en el que revelaba que había encontrado un cuaderno donde afirmaba que "Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu y vive en el pueblo de San Miguel". Quizá por presiones de la propia National Geographic, Alfred reconoce que su padre modificó esta versión en las siguientes ediciones de su obra La ciudad perdida de los incas hasta hacerla desaparecer.

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