Manifiesto: Nano Stern, cantante

Diario La Tercera / manifiestoNano Stern
Diario La Tercera / manifiesto Nano Stern, cantante Fotografia: Marcelo Segura Millar Nano Stern



Mi papá murió cuando yo tenía 15 años por los efectos secundarios de una radioterapia. Fue por un cáncer que se había sanado, pero el tratamiento en esa época era muy invasivo. Cuando muere un papá en una familia, todo se desequilibra y todo se tiene que rearticular. Eso me determinó, tuve que pasar de niño a adulto. No tuve adolescencia. Me tocó enfrentarme a otra realidad y asumir un montón de responsabilidades que vinieron muy de golpe.

Me metí a la música por mi mamá. Ella tenía dos entradas para una ópera, mi hermano mayor no quería ir y me llevaron a mí. Aluciné con la orquesta y el violín. Era muy chico, pero me dicen que cuando escuchaba música clásica entraba en un estado de felicidad absoluta y cuando la cambiaban, me alteraba. Fue una cosa que se manifestó sola, sin buscarlo.

Lo único que he querido aparte de ser músico es ser futbolista. Hasta los nueve años era muy nerd, pasaba encerrado tocando mi violín. Un día mi papá me retó y me dijo que no podía pasar todos los recreos tocando. Entonces empecé a jugar fútbol sin parar. Ibamos todos al estadio a ver a la U y jugaba todo el día en el barrio.

Con mis amigos fuimos muy precoces en experimentar con alcohol y con drogas. Nos ganamos mala fama en el colegio. Teníamos 13 años y éramos una mezcla entre nerds y rebeldes. En paralelo leíamos a Aldous Huxley y escuchábamos a The Doors. Era una búsqueda, no era tomar por destruirse. Años después, vimos cómo nuestros compañeros empezaban a tomar y nos reíamos de ellos. Nosotros ya veníamos de vuelta.

Nunca en mi vida he sido muy engrupido. Tengo un rechazo muy intrínseco a la militancia. Cuando chico rallé la papa con Metallica y Black Sabbath, pero nunca me declaré metalero. Si voy a un festival de rock, siempre dicen que soy el más folclórico y, al mismo tiempo, si voy a un festival de folclore, paso a ser el más rockero.

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Foto: Marcelo Segura Millar / La Tercera

Foto: Marcelo Segura Millar / La Tercera[/caption]

Apoyé muy de cerca las campañas de Giorgio Jackson y de Camila Vallejo sin saber lo que se venía. Lo hice mucho antes de que explotara el movimiento estudiantil. Era importante apoyar a esos locos, porque era un proyecto universitario, pero luego se dio una gran efervescencia y hoy llegaron a ser diputados.

Viajé a Holanda a carretear y terminé dando una audición para un conservatorio. Fui a Europa para conocer las raíces de mi familia, luego de trabajar un año entero tocando en Alemania viajé por una semana a echar la talla a Amsterdam. Es una historia bien larga y censurada, pero al final de toda esa locura terminé en el conservatorio de manera muy extraña.

Debo tocar unas 150 veces por año. A un ritmo de un concierto cada tres días. No he parado desde que tenía 14 años, cuando tuve mi primera tocata, pero no me hago problemas. Me gusta tocar y viajar. El poco tiempo que estoy en casa trato de desconectarme, soy bien casero. Me gusta jardinear, cocinar y compartir asados con mis amigos.

Mi peor tocata fue completamente ebrio en Temuco. Iba a cantar en una plaza, pero se puso a llover y el evento se canceló. Mi hermano es de la ciudad, así que organizamos un asado en su casa con toda la banda. En eso salió un concierto en un bar y nosotros, que ya estábamos ahí, decidimos ir a tocar. El problema es que estábamos muy borrachos, desde el sonidista hasta el roadie. No sé si el público se percató del desastre, aunque yo creo que sí.

En un momento se nos bautizó como la Nueva Canción Chilena. A Camila Moreno, Manuel García, Chinoy y a mí, entre otros. Eso fue por una necesidad de la prensa de ponerles nombre a las cosas. Soy un defensor de lo que ahí hubo, fue una cosa colectiva, aunque algunos de esos colegas hagan un esfuerzo bien grande para desmarcarse de eso. Siento que por un ejercicio de ego. Yo los vi ahí, éramos amigos de verdad e hicimos cosas muy bonitas.

Lo que se vivió el sábado pasado con Jorge González fue un acto de honestidad artística. Todo el Nacional quedó con una lágrima en la garganta, fue un momento de catarsis colectiva. Se habla mucho de un homenaje, pero fue algo mucho más potente. La invitación para tocar fue una enorme alegría, a nivel emocional fue una experiencia bien intensa.

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