Matías Correa y alguna idea de razón

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Acaba de editar su tercera novela, Alma, la historia de una excéntrica familia contada desde un singular prisma: una empresa, donde trabajan sólo mujeres, que se dedica a hacer obituarios digitales. El escritor habla acá de ella, pero también de volverse más conservador, de la huella que dejamos en la web, de hacer escritura mercenaria y de su curiosa teoría sobre los millennials: no existen.




Los Lorca son una familia marcada por la memoria: el padre padece de alzhéimer, la madre inventa un negocio de obituarios digitales, la hija trabaja en él, un hijo es un mago que hace trucos con los recuerdos y otro hijo es un neurocientífico. Alrededor de ellos gira la trama de Alma, la tercera novela de Matías Correa (34 años, filósofo de formación), su primera con una editorial grande tras las bien recibidas Geografía de lo inútil (2011) y Autoayuda (2014), esta última, un drama de hombres de La Dehesa que lo tuvo hablando un buen rato sobre su vida en el barrio alto, y que escribió en Estados Unidos cuando fue becado por el International Writing Program de la Universidad de Iowa.

Alma es otra cosa: más femenina, marcada fuertemente por la familia y los lazos. Funciona casi como una defensa de la familia, le digo. Discrepa y dice que su libro defiende una idea más abstracta: el valor de la pertenencia, del cuidado que merece la comunidad. Algo no muy distinto, sostiene, a valorar a tu grupo de amigos del colegio, tus compañeros de profesión o tus vecinos.

"Eso, me parece, es un gesto conservador que vale la pena replicar. Las simpatías liberales y progresistas apuntan a defender derechos individuales, lo que suena y está bien, pero pasan a llevar el espacio común, las expresiones colectivas, a los otros en quienes nos reflejamos y con quienes dialogamos para construir sentido".

¿Te has vuelto más conservador?

En cierta medida. Es paradigmáticamente adolescente esa conducta iconoclasta de andar botando todos los ídolos. Es difícil pretender refundar todo de manera incesante. A mí me cae mal el postmodernismo en general: lo encuentro trucho. Y ser conservador ahí significa tratar de defender alguna idea de razón, alguna idea de ética, alguna idea de democracia en vez de andar derribando lo que tus predecesores se dieron el trabajo de construir. Muchas veces está bien derribar, pero te pones más viejo y te das cuenta de que ya estás viviendo en un mundo y no te interesa que se desmorone, sino que te parece importante amoblarlo de manera que te resulte habitable.

Escritura mercenaria

Trabajaba como profesor universitario, había publicado ya su primera novela y cursaba un doctorado en filosofía, cuando decidió abandonar todo y probar suerte en otro rubro. Sentía que la academia le había "quemado la cabeza". Así es como -medio azarosamente- Correa llegó en 2011 a un trabajo curioso: ser redactor y luego editor de textos en Groupon, la famosa empresa de descuentos que entonces se asentaba en Chile.

Estuvo ahí un año y medio. Dice que hizo buenos amigos y que, curiosamente, gracias a la sensibilidad de quien seleccionaba personal, trabajaban allí jóvenes poetas, filósofos, ilustradores, comediantes, escritores. "El departamento de edición era como un diario que no cesaba nunca, porque se produce más texto que haciendo periodismo, independientemente de que sean sobre termo-depilaciones". Cuenta que la experiencia le sirvió para adquirir método, disciplina.

Ese dato biográfico no muy conocido tiene alguna similitud con el trabajo de las protagonistas de Alma (hasta en detalles: una teme que la despidan y terminar de community manager de una empresa de sandalias). También, con que hasta hoy Correa sigue vinculado a esa escritura más mercenaria, pituteando como copywriter para agencias y marcas.

"Es una pega mecánica, pero también es placentera. Me encanta que sea anónima. Tengo que ocuparme de un solo evaluador, un cliente. ¿Vivir con los derechos de autor como escritor? No puedo. Tengo tres novelas ya y sé que no funciona así el mercado laboral. El otro día fui a una entrevista de trabajo para ser el encargado de un bibliobús de una municipalidad".

Eso último contrasta con el mote de escritor del barrio alto que te han dado.

Lo soy porque estudié en el Colegio Cumbres, por un apellido con doble 'r', porque mi adolescencia la viví en La Dehesa, y esa es una mochila cultural y tienes que hacerte cargo. Pero por otro lado he buscado trabajos que permitan dedicarles más tiempo a los libros. He favorecido los libros antes que otra cosa. Paso muchas horas leyendo y escribiendo fundamentalmente de manera hedonista.

También haces talleres literarios y tienes alumnos jóvenes. ¿Qué opinión tienes de los millennials? Tú, por edad, estás al límite.

Los millennials no existen. Tampoco existió la Generación X ni la Generación Y. Esos términos no son más que etiquetas huecas. Googlea este dato: a quienes nacimos el 82 se nos puede incluir dentro de esas tres categorías de consumo, cosa que resulta inútil y absurda si lo que interesa es explorar algo así como una identidad generacional. En cualquier caso, se trata de un absurdo muy rentable, que vende bien. Por vacías que sean esas etiquetas, han servido para ampliar la extensión de la juventud. De modo que uno a sus 34 años todavía puede desear más o menos lo mismo que aspiraba a tener cuando se era más chico. El máximo placer que se pueda aguantar y, ojalá, al menor costo posible y sin nadie que venga a joderlo a uno. Eso no me parece mal, pero funciona mejor para definir lo que significa ser adolescente que para entender en qué consiste la identidad de una generación completa.

En tu novela introduces el concepto de "fantasma digital", una suerte de huella informática que dejamos en la red, "el doble que todos tenemos al otro lado de la pantalla".

Es increíble lo mucho que sabe internet de ti versus lo poco que uno sabe sobre sí mismo. La gente interactúa, emite opiniones, compra, baja películas, escucha discos, pero ese comportamiento no es del todo genuino. El saludo de cumpleaños a tu cuñada o el mensaje a tu jefe donde te ríes de su talla o la canción que compartes porque quieres que la escuche alguien… Si bien te abre el espacio para expresar tu identidad, publicarla, editarla, internet te obliga o te invita también a falsear esas intenciones.

También hay un personaje, el mago, que se vale de la tecnología para enfrentar a la gente a recuerdos sensibles. ¿De dónde viene eso?

Hoy, morbosamente la gente sube recuerdos sensibles a su propio perfil de internet. Si buscas rápidamente puedes dar hasta con el parto de alguien. Que no se los subieron, sino que una mujer decidió subir el de su primer hijo y compartirlo con el mundo. No sé si la gente se da cuenta de eso. O piensa en lo que enfrentarán generaciones posteriores. Hijos de amigos míos tienen toda sus biografías literalmente en internet. No sé cómo será enfrentarse a eso a los 18, a los 40 o a los 80, a ver literalmente cómo pasa tu vida en la pantalla.

¿A qué escritores destacarías dentro de la narrativa joven, toda esta camada que ha surgido los últimos años? ¿Te sientes parte?

Mejor hablar de autores más o menos recientes que de narrativa joven. Juan Pablo Roncone, quien ha publicado el mejor libro de cuentos en lo que va de la década (Hermano ciervo), trabaja de abogado y no creo que tenga problemas de acné ni pase escolar. Por otro lado, Francisco Ovando y Francisco Ide creo que tienen 27 y viven de un modo distinto a los que ya pasamos la treintena. Lo mismo vale si quieres comparar a Paulina Flores (una profe de 26 que sacó el año pasado un brillante libro de cuentos) con Corrales, que a sus 34 es metalero, funcionario público y poeta. Así como cuesta decir de todos ellos que son jóvenes, es igualmente difícil afirmar que pertenecen a una misma camada. Además, mi pega es escribir, nada más. Rescatar autores, ungir libros, eso es tarea de la crítica. Comparto algo que leí hace poco a Patricio Pron, que un buen escritor no es per se un buen crítico, del mismo modo que un buen borracho no es automáticamente un buen camarero.

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