La retrospección de Pipo

Entrevista Felipe Barraza
Felipe Barraza en el Complejo Deportivo San Carlos de Apoquindo. Foto: Javier Salvo / La Tercera

Tras conocer el fracaso al no clasificar a los pasados Juegos Olímpicos, el triatleta Felipe Barraza maduró. Se radicó en Australia para cimentar desde ahí el camino que espera, lo lleve a Tokio 2020, su máximo sueño, corrigiendo los errores del pasado.




Confiesa el triatleta Felipe Barraza que para retirarse tranquilo, antes tiene que lograr dos metas importantes en su carrera: clasificar a unos Juegos Olímpicos y ganar el Ironman de Pucón.

El primero, su objetivo principal y para lo que se levanta todos los días. Lo segundo, una victoria en casa que anhela con ganas luego de haberse subido cuatro veces al podio, pero nunca a lo más alto.

Como sea, Pipo tiene recién 25 años, el retiro se ubica a años luz y está comenzando una nueva etapa en su vida: se radicó en Australia, la Meca del triatlón.

En junio partió a Brisbane y volvió estos días a Chile por los trámites de la visa: "Estuvimos instalándonos. Fue un mes de tener que buscar donde vivir, comprar un auto, adaptarse a otras normas y otro estilo de vida".

Barraza habla en plural, porque su nuevo proyecto lo hace junto a Manu, polola desde hace cuatro años y con quién ideó su nuevo día a día. Se complementan bien. Ella, kinesióloga experta en atletismo, cursa un doctorado.

Cambiaron sus horarios completamente. Algunos días, Barraza se levanta a las 4.30 para entrenar en la piscina. El resto de las jornadas duerme "hasta tarde". Está despierto a las 6.30. A las 18.30 come y antes de las 21.00 ya duerme. "Quiero vivir como lo hace la gente allá. El deporte es fundamental en la cultura australiana. Es cosa de ver las calles cuando aún no amanece, llenos de ciclistas y corredores", cuenta el triatleta de la UC, quien trabajará bajo las órdenes del aussie Warwick Dalziel, uno de los mejores entrenadores del mundo: "Compartiré con un grupo de triatletas jóvenes y explosivos. Me hará muy bien", dice.

No se estableció antes en el extranjero porque simplemente no quería. Si lo hubiera hecho, quizás habría sido infeliz. Acá tenía todo lo que necesitaba, pero el presente es distinto. Quería un cambio, y cree que es el momento indicado. "Llevo 17 años con la misma entrenadora, Ana Lecumberri. Ella es espectacular y le agradezco un montón, pero necesitaba una nueva mano, nuevos métodos", dice el chileno, quien agrega: "Aquí en Chile sí se puede agarrar el más alto nivel, sí se puede conseguir apoyo, pero como dije alguna vez, hay que remar contra la corriente, porque no tenemos una cultura deportiva de alto rendimiento desarrollada. Las cosas en Chile no se hacen bien en general, entonces, ¿por qué nos exigen a los deportistas hacer las cosas bien si nadie más lo hace?".

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Foto: Javier Salvo/ La Tercera[/caption]

El fracaso positivo

No hay dobles lecturas. No haber podido clasificar a los Juegos de Río 2016 fue para Barraza un gran fracaso del que hoy sabe extraer lecciones y gracias al cual adquirió gran madurez. La decisión de internacionalizar su carrera tiene mucho que ver con aquello. "Fue un duelo para mí. Estuve adentro durante el primero de los dos años que dura la clasificación. Se fueron acercando los Juegos y a aumentar mucho la presión. El último periodo antes de Río fue pésimo. Me empezó a ir mal, no rendía en las carreras, me sobre entrené y me lesioné varias veces. En las últimas fechas, no podía correr. Hasta en una carrera se me rompió la bicicleta. Estaba muy quemado", explica Pipo. "Luego de todo eso me replanteé muchas cosas, incluso pensé en si seguiría siendo profesional. Hoy me doy cuenta que no estaba preparado emocionalmente para un desafío tan grande", agrega.

Saca como conclusión el haberse exigido mucho cuando todavía no correspondía: "El cuerpo me dijo: 'Le diste muy duro, papito'. El 2013, cuando inició el ciclo olímpico me maté entrenando y tuve grandes resultados, mientras el resto de mis rivales aún estaban tranquilos. No sirvieron para la gran meta". Él, terco como pocos, le llevaba la contra a su entrenadora cuando esta le sugería calma.

Ya aprendió. Sabe que en esta olimpiada tiene que mantener la consistencia que no tuvo los años pasados. Debe rendir en 14 carreras durante dos años para anotarse en Tokio 2020. "No saco nada con destacar en dos o tres, si seré un desastre en el resto. Hay que aprender de los errores que cometí. Las derrotas dejan más enseñanzas que las victorias", reflexiona.

Todo este cambio y este proyecto con el que se está arriesgando se culminaría en la cita de los anillos. Estar en Japón, una tarea titánica que demanda un esfuerzo enorme, como afirma.

Un título primero

"Después de salir del colegio, mi viejo me dijo que estudiara una carrera técnica, que la terminara y que después me dedicara 100% al triatlón", cuenta Pipo. Le hizo caso y hoy lo mira como la mejor decisión de su vida. Pensaba estudiar Ingeniería Comercial, e ir congelando la universidad de acuerdo a sus calendarios de competencia. Sacó Administración de Empresas en tres años y hoy cuenta con ese respaldo y la tranquilidad de tener un título. "Estaría haciendo las dos cosas a medias", dice. Su padre tuvo razón.

Barraza se dio cuenta que el deporte es toda una ciencia: "No es llegar y correr. Eso lo crees al principio, pero cuando se convierte en tu trabajo y dejas todo de lado, ves que es complejísimo. Vivo el deporte tan intensamente, que la cabeza te tiene que acompañar. Aprendí hasta a meditar". Fue por el tema mental que disputó la fecha del triatlón Xterra en San Bernardo que terminó ganando, en abril. Una modalidad muy distinta a las Copas del Mundo y los JJ.OO, no por sus distancias, si no por los terrenos que había que cubrir, subiendo cerros y cruzando bosques, lejos del asfalto: "Sirvieron para despejarme mentalmente. No importaba si ganaba o no, pero sirvieron para olvidarme de lo que había sido el fracaso de no haber clasificado a los Juegos".

Pucón también cumplió esa lógica en enero cuando la derrota rumbo a Brasil estaba aún más fresca, pero con la carrera del sur de Chile, Barraza tiene una relación aparte. "Es una prueba a la que le tengo muchísimo cariño. Me la sufro entera, pero lo paso increíble. El público arma una fiesta y te sientes como en un estadio de fútbol, vitoreado por tanta gente. Los mismos competidores extranjeros creen que no hay carrera como la de Pucón por su ambiente. Tengo cuatro podios y la corro desde muy chico. No ganarla algún día sería terrible", cuenta.

Advierte que no por el sólo hecho de irse a vivir a Australia, va a conseguir resultados, pero espera dar el salto definitivo y consolidarse en la élite. "Si esta apuesta no me resulta, evaluaré nuevamente qué se hizo mal, y si se hizo todo bien, entonces hay que asumir la realidad. De cualquier forma, no intentaré 18 mil veces ir a unos Juegos Olímpicos y usufructuar del Estado hasta que me muera. Antes daré un paso al costado y dejaré mi espacio a otro", dice quien alaba a su colega Bárbara Riveros, establecida en Oceanía. Un ejemplo para Pipo.

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