Un día en Pelotón: Quejas, reconciliaciones y un embarazo
La Tercera entró a la casona de Calera de Tango, donde se graba el nuevo reality de TVN.
Son las nueve de la mañana y los participantes de Pelotón despiertan con el sonido de una bocina desagradable. Lo primero que hacen "Kenita" Larraín y Carla Ochoa es maquillarse. Todavía no se han bañado, pero lucen como para desfile de discoteca y se miran en espejos que al otro lado tienen a gente mirando y grabando. Pero ellas no lo saben. También hay 37 cámaras (entre robóticas y móviles) dispuestas a captar cada paso de los "reclutas". Corren todos al desayuno y conversan junto al instructor René O'Ryan.
La única que falta es Larraín, que fue a la sala de producción, enojada porque no le entregaron las plantillas de su botas. "No aguanto el dolor de pies", dice la ex de Marcelo Ríos, casi descompuesta de tanto reclamar. Durante más de una hora queda fuera del alcance de las cámaras y es revisada por un doctor, en una carpa especialmente habilitada para ello.
Adentro, algunos comen cereales y Quáker. Juan Cristóbal Foxley se para frente a Francoise Perrot, y le dice: "Va a ser la guagua más mediática". Y la rubia pareja de Edmundo Varas (Amor ciego) hace un gesto con las manos sobre el abdomen y dice: "en noviembre voy a estar así, ¿te imaginái?". Su nueva amiga, la brasileña Francini Amaral, le responde entre risas: "Ahora sí le dirás 'tranquilo, papá' a Edmundo" (N: en TVN dicen que el embarazo de Perrot "no está confirmado").
Al rato, Larraín vuelve y deja en claro que es la más "regaloneada" por la producción del programa: tiene sobre su cama un walkman, a su perra "Tara" y cuando quiere hablar en privado con sus compañeros, se saca el micrófono. Una actitud que está sancionada, cuando a través de parlantes el director les advierte a todos que no pueden sacarse los micrófonos. Pero la modelo se toma su tiempo. La ex de Iván Zamorano intenta mantener su actitud "zen" con un instructivo para abrir los chacras, que insistentemente les muestra a sus compañeros con el objetivo de que ellos también lo hagan. "Kenita" parece estar iluminada.
Como parte de la rutina del show, los participantes deben cambiar las pilas de sus micrófonos y es una de las pocas oportunidades en que pueden intercambiar palabras con el equipo de producción.
Conscientes del estreno del reality, preguntan: "¿Cómo nos fue?, ¿Cuánto marcamos?". Pero nadie les responde. Distinto es cuando tienen un problema: se paran frente a una cámara y le hablan a producción para que los ayude. Como la cantante Katherine Orellana, que se queja de un dolor en la muela y luce la cara hinchada. "Producción, no aguanto el dolor", dice con cara afligida frente a una robótica.
FELICES DE LA VIDA
Es un día relajado. Los más aplicados son Ochoa y Cristián Vidal ("Míster Chile"), que se ven inseparables: se levantan al mismo tiempo, a las 7.30, para trotar por el patio de la casona de Calera de Tango, mientras el resto duerme. Madrugan a pesar que todas las noches se acuestan pasadas las 2.30 AM. "Es que no tienen noción de la hora", explican en el equipo. Y detallan que "siempre se quedan conversando hasta muy tarde".
Para pasar el rato, los "reclutas" se inventan actividades anexas a las labores de aseo, que son obligatorias. María Eugenia Larraín se reconcilió con la modelo argentina Mariela Montero. Un día se quedaron conversando hasta las 4 AM y solucionaron la pelea que tenían por un hombre con el que supuestamente Larraín tuvo un affaire, pese a ser pareja de la trasandina. Así de enredado. Pero eso ahora están tan amigas que inventaron un ficticio programa de TV donde Foxley es el televidente que llama al programa. Los tres se matan de la risa, mientras Ochoa se dedica a ordenar y los hombres descansan en la cama o aprovechan de afeitarse. Como Oscar Garcés, el ex finalista de Protagonista de la fama que habla poco y cuando lo hace es con acento mexicano, evidenciando su estada en la capital azteca.
Aunque fue una semana estresante para los "reclutas" y hay dos sicólogos disponibles para atenderlos, no han manifestado estrés por las cámaras. De hecho, se ven felices. Y nadie quiere dejar el encierro. Por nada del mundo.
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