El universo fluorescente de Los Contadores Auditores

Los Contadores Auditores

La dupla de diseñadores teatrales celebra diez años de trabajo: en mayo estrenarán su noveno montaje, Surinam, y en marzo vuelve La guerra de las Matemáticas, su primer contacto con el público infantil.




EL TELEVISOR encendido y metiendo bulla todo el día, casi siempre en el Cartoon Network. A su lado, las muñecas nuevas, impecables y selladas en su caja, y al otro, una tropa de peluches junto a un desfile de diminutas figuras de dibujos animados noventeros dentro de una antigua vitrina. No se trata de la habitación de un niño ni de la sala de juegos de un jardín infantil, sino del laboratorio de Juan Andrés Rivera (30) y Felipe Olivares (34), los diseñadores teatrales que hace ya diez años se dieron a conocer como Los Contadores Auditores.

Fue en octubre de 2007, en el IX Festival Victor Jara de la U. de Chile -donde ambos se conocieron y egresaron-, cuando estrenaron Karen, una obra sobre la gordura, su ópera prima. La historia de una chica de 19 años con sobrepeso que entabla una onírica aunque retorcida relación, sedujo al público: todos los premios -Mejor dirección, Mejor dramaturgia, Mejores actuaciones y Mejor diseño integral- recayeron en ellos. Desde entonces, nadie, "ni los críticos ni colegas ni esos actores que solo hacen televisión y no volvieron a poner un pie dentro de un teatro", les detuvieron.

Este año celebrarán su primera década con algunas novedades, cuentan los responsables de La tía Carola y Safari para divorciadas en su departamento frente al Instituto Nacional, en calle Arturo Prat. Lo más próximo los tiene esta semana en Heidelberg, Alemania. Junto a la compañía Bonobo serán parte de la primera versión del Festival Adelante con la premiada obra Donde viven los bárbaros, de Pablo Manzi, una historia tan oscura y violenta que hasta para ellos mismos estaba fuera de su alcance. "A veces colaboramos en el diseño con otros grupos, pero habíamos dejado de hacerlo para echar mano a nuestras obras, pero siempre hay proyectos que enganchan por otras razones. Aquí fue la invitación de Manzi, uno de los mejores dramaturgos de su generación", opina Rivera.

Recién en marzo volverán a ser ellos mismos, con lentejuelas, lunares, guayaberas y pelucas multicolores. El sábado 4, en el GAM, repondrán La guerra de las Matemáticas, su más reciente obra, estrenada el año pasado. Dos compañeras de curso se transforman en detectives privadas para ir tras la pista de una perrita llamada Matemáticas, que se ha perdido al igual que otras mascotas del barrio. "La empecé a escribir en un taller de la Nona (Fernández, quien además protagoniza el montaje), y a medida que avanzaba el proceso nos percatamos de que era una historia para un público al que nunca nos habíamos enfrentado: el infantil", dice Olivares, autor del texto.

"Algunos críticos ya habían calificado nuestro trabajo de infantil y chillón, pero es muy distinto crear y pensar en otros espectadores además de 'mujeres y adolescentes', como siempre decía uno de ellos en particular. En ese sentido no pescamos la crítica. No creemos en ese viejo hábito de dictar, al menos desde esa tribuna, lo que se debe o no hacer", dice Rivera. Su compañero le sigue: "Nuestras obras surgen a partir de imágenes, no temáticas. Nunca, salvo cuando escribí Los dinosaurios desaparecidos (2010), sabemos si serán políticas o de temáticas gay o femeninas. A veces cuando estamos viendo tele o buscando vestuarios en la ropa usada nos topamos con personajes en la calle y algo ocurre ahí. Luego, escribimos para cada uno su propia historia y todo pasa por un filtro, si tú quieres, que es el nuestro: la referencia a lo pop, lo kitsch, lo burlón. Hay elementos en nuestras obras que parodian el teatro que hacía Rosita Nicolet, y eso convive con otras inquietudes nuestras y que otros llamarían más 'artísticas'".

Sus procesos son lentos y largos, dicen, de años incluso, aunque siempre llegan a puerto. Uno de ellos, el último, culminará en mayo próximo, cuando estrenen Surinam en Matucana 100. La historia también surgió de una imagen, cuenta Rivera, quien esta vez se hizo cargo de la dramaturgia. "Nos atraían mucho esos falsos indios que tocan canciones de los Beatles en zampoña en todas las esquinas del mundo y su folclor inventado: visten como indios norteamericanos, pero vienen de ningún lugar. Estéticamente nos llamaron la atención", dice.

Un hombre que trabaja subtitulando series, parte a Europa a buscar a su padre, y de paso, a sí mismo. "La historia aborda el tema de los inmigrantes y refugiados, pero además se hace la pregunta de toda una generación que vive una profunda crisis de identidad en la que los ideales se han evaporado y hay tantas razones para marchar que no sabes por dónde ir", explica Rivera. Protagonizada por Jaime Leiva, Elvis Fuentes, Jaime Omeñaca, Benjamín Bravo, Francisca Muñoz y Jacinta Langlois, en la misma travesía este hombre se topará con maestros, antagonistas y un mundo paralelo, con escenas a lo Breaking Bad y Game of Thrones a ratos.

"Es la obra más introspectiva que hemos hecho, aunque nunca haciendo a un lado la comedia, pues seguimos creyendo que la risa canaliza otras cosas que la tragedia no", opina Olivares. Rivera concluye: "El proceso ha sido tan largo que me convenzo cada vez más y a pesar de lo que digan otros, de que este es el teatro que queremos hacer. Una vez una amiga nos lo dijo: 'Los Contadores podrían ser tan pero tan famosos, una especie de Pixar más artesanal si quisieran, pero el teatro es lo que los detiene'. Y aquí seguimos, inventando historias".

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