Viaje al corazón de la selva para salvar a las tortugas

<img style="padding-right: 0px; padding-left: 0px; padding-bottom: 0px; margin: 0px; padding-top: 0px" height="13" alt="" width="81" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200910/550385.jpg" />Con bailes y comidas típicas, las tribus del Amazonas en Perú realizan todo un ritual para recuperar especies en peligro de extinción, las que crían en cautiverio para luego liberar en la naturaleza.




La temperatura es sofocante y, a ratos, el intenso calor de la selva parece difícil de resistir. Con una sensación térmica cercana a los 40 grados centígrados, la repentina tormenta que acaba de desatarse en la región del Abanico del Pastaza, en Perú, no sirve para enfriar el ambiente. Estamos en territorio de la etnia Kandozi, en el corazón del Amazonas.


El Apu o jefe de la tribu conformada por una treintena de personas nos recibe en su ruca con una ceremonia tradicional, que incluye baile y una degustación con los más "exquisitos manjares" de la selva: Masato, una bebida fermentada preparada a base de yuca (la cual es masticada y luego escupida en un recipiente) y Suri, un plato cuyo principal ingrediente son unos rechonchos gusanos, vivos, cuyo tamaño excede en demasía el que cualquier citadino primerizo estaría dispuesto a soportar. Aún así, decidimos dejar a un lado los prejuicios, cerrar los ojos y probar.
Es que la ceremonia de la cual formamos parte comenzó a gestarse hace más de dos meses, cuando las tribus de los pueblos de Campoverde y Ullpayacu iniciaron la construcción de las playas artificiales que servirían para incubar los huevos de una de las especies más emblemáticas para la conservación en la selva amazónica: la tortuga taricaya. Las tribus Kandozi, Kichua y Achuar se unieron para intentar salvar a esta tortuga de agua dulce considerada en estado de "amenaza" por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

La taricaya ha formado parte de la dieta de los pueblos indígenas locales desde tiempos inmemoriales, pero la sobrexplotación de la que ha sido objeto en las últimas décadas ha hecho que sea cada vez más difícil encontrarlas en su ambiente natural. Los mismos pueblos se han valido de este recurso para obtener ganancias económicas, ya que las crías se venden como mascota en las ciudades. Sin embargo, fueron estas mismas comunidades las que pidieron ayuda para intentar salvar el recurso, construyendo playas artificiales, donde los huevos de la taricaya son incubados.

Desde el 2004 a la fecha, cerca de 30 mil crías de tortuga taricaya han sido liberadas en las "cochas" o lagos del Amazonas por las propias comunidades indígenas. Una iniciativa que fue posible gracias al apoyo del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y a Hewlett Packard, compañía que financia estos proyectos mediante el programa global de devolución y reciclaje de cartuchos de impresión, conocido como "HP Planet Partners".

Por eso la fiesta en Campoverde y la celebración en Ullpacayacu, dos regiones de la selva donde la crianza y liberación de tortugas está siendo incorporada en las tradiciones locales. Otras 10 comunidades se están sumando también a esta tarea. Descubiertas por misioneros jesuitas a fines del siglo XVIII, muchas de estas tribus permanecieron aisladas y hostiles a toda presencia "civilizada" hasta mediados del siglo XX, cuando algunos todavía atacaban con sus flechas y lanzas a comerciantes y exploradores que se aventuraban.

En la actualidad, el territorio sigue siendo una zona netamente indígena, donde las diferentes culturas mantienen no sólo su idioma, sino sus formas de vida tradicionales. Mientras la tribu baila alrededor de los tiestos que albergan a las crías de tortuga, Pedro Chinó, el Apu de la tribu, ataviado con su indumentaria tradicional, cuenta que su pueblo ha comido huevos de tortuga desde hace muchas generaciones. "Es costumbre que cuando salimos a buscar alimentos en la selva y encontramos poquito, el hombre se queda sin comer, para así alimentar a las mujeres y a los niños", cuenta. Aldo Soto, gerente del Programa Amazonía Norte de WWF Perú, relata que comenzaron a trabajar en la zona hace 10 años, cuando iniciaron la recopilación de antecedentes para que el área fuera parte de la convención que protege a los humedales, Ramsar.

Toda esta zona selvática es un gigantesco humedal de 3.800.000 hectáreas, conformado por diversos tipos de bosques, pantanos y otros ambientes acuáticos que forman un sistema interconectado de cuerpos de agua. Su riqueza es tan grande como la selva misma: 45 especies de palmeras, más de 800 especies de plantas, 261 especies de aves, 66 de mamíferos, 57 de anfibios, 38 tipos de reptiles y 292 especies de peces. Esto incluye mamíferos acuáticos como el delfín rosado y el manatí amazónico, el animal que los primeros visitantes de la selva confundieron con las míticas "sirenas".

Liberación en las cochas


En Campoverde ya está todo listo para llevar al centenar de crías de tortuga hasta la laguna en la cual serán liberadas. Toda la tribu participa y se dirige bailando durante el trayecto de casi una hora atravesando la jungla. Una ardua caminata que parece no terminar en medio del intenso calor selvático, la amenaza de toparse con alguna víbora en el camino o la posibilidad cierta de ser mordido por las "isulas", la hormiga gigante que se cruza varias veces en nuestro camino. Pero nada detiene a los Kandozi ni a los kichuas, cuyos gritos de guerra resuenan como un eco entre los árboles, mientras atraviesan el denso bosque tropical, llevando a las crías de tortuga que tanto se han esforzado por salvar.
Están conscientes de que su selva, la de sus ancestros y la de sus hijos, ha sido objeto de una intensa explotación. Hoy, más del 70% de la amazonía peruana ha sido concesionada para la explotación de hidrocarburos, a lo que se suma el que un 14% de la cobertura original de la selva ha sido deforestada para la agricultura y ganadería.
Ya frente a la "cocha" donde serán liberadas, cientos de pequeñas tortugas se abren paso en medio de la danza para alcanzar el agua. Sobrevivirá menos del 30%, pero los indígenas repetiran este rito, una y otra vez, hasta que, como antaño, la taricaya vuelva a reinar en los pantanos del Amazonas.

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