Wislawa Szymborska: vida, lecturas y discreción
Se publica en español la biografía de la poeta polaca, Nobel de Literatura 1996, y en Chile aparece un volumen con sus prosas. Ambos libros permiten acercarse a su obra y vida, de la que siempre fue reservada.
Los invitados a cenar en casa de la poeta Wislawa Szymborska podían disfrutar de sopa en sobre (agua hirviendo en la mesa y variedades para elegir) o pizza por encargo; en cierta ocasión recibieron un menú con platos elegantes y sofisticados, todos tachados, salvo uno, que era muy sencillo.
Si su arte culinario era despreocupado, el literario era mucho más cuidadoso. El premio Nobel de Literatura en 1996 la sorprendió escribiendo un poema que pudo retomar tres años después. Escribía poco, corregía mucho, buena parte iba al papelero. En una trayectoria de 60 años reconoció, en varios volúmenes delgados, cerca de 200 poemas. Suelen ser modestos, socarrones, leves, indirectos, escapando de los grandes temas. Son como pequeñas sopas en sobre que, sorpresivamente, contienen algo más suculento: "Todo:/ palabra impertinente y henchida de orgullo./ Habría que escribirla entre comillas./ Aparenta que nada se le escapa,/ que reúne, abraza, recoge y tiene./ Y en lugar de eso,/ no es más que un jirón de caos".
A Szymborska no le gustaba mostrar sus sentimientos personales ni hablar de sí misma. Pero su resistencia no desalentó a las periodistas que han reconstruido su vida en Trastos, recuerdos. El título alude al poema Para escribir un currículum: "Escribe como si nunca hubieras hablado contigo mismo/ y siempre te hubieras visto desde lejos // Ignora perros, gatos y pájaros,/ trastos y recuerdos, amigos y sueños". Ellas no ignoraron nada de eso: extrajeron todo dato posible de versos, reseñas o conferencias, entrevistaron a amigos y conocidos, reconstruyeron su árbol genealógico y lograron convencerla de conversar largamente.
Nacida en 1923 en una familia acomodada con un pasado intelectual y patriota, desde los seis años y hasta su muerte, en 2012, vivió en Cracovia. Aunque su vida parece carente de grandes sucesos, en Polonia es imposible escapar de la historia. En 1939, a los 16 años, vio pasar soldados heridos y la ocupación nazi mostró sus crueldades. Del Holocausto nada supo entonces. A comienzos de 1945, mientras tropas soviéticas liberan Auschwitz, asiste a un recital poético por el fin de la ocupación; escucha a Czeslaw Milosz, de quien será amiga después; también al que sería su primer marido, Adam Wlodek.
Con el comunismo se impone, incluso en la poesía, realismo y proletariado. Szymborska se vincula al partido: sus dos primeros libros seguirían la ideología y estética oficiales, alabando a Stalin y a los obreros. Ella vive en una casa de artistas, una especie de cooperativa literaria.
En la revista Zycie Literackie (Vida Literaria) comenzó en 1953 a dirigir la sección poética. Allí aparecerá lo mejor de la poesía polaca de entonces. También respondía cartas de lectores con una mezcla de humor y causticidad.
No tarda el desengaño político. En 1958, durante un viaje a París entró en contacto con la revista del exilio polaco, Kultura, marcando su distancia del comunismo. No es sino hasta 1966, en solidaridad con el filósofo Leszek Kolakowski, que Szymborska devolvió su carnet del partido. No pudo seguir en la revista. Continuó colaborando con sus "lecturas no obligatorias", personalísimas reseñas de libros inesperados. La recopilación Lecturas no obligatorias reúne escritos desde 1968 hasta 2001: desde divulgación científica a historia, desde biología a estadística. Escribe sobre terrarios, moda, horticultura, brujas y astrología, el alfabeto chino, geología, enfermedades caninas, arreglos florales, gladiadores romanos, grafología. Lee los ensayos de Montaigne, los diarios de Thomas Mann, el Poema del Cid, o una novela del autor checo Karel Capek hasta libros sobre los neandertales o el fumar, desde el último teorema de Fermat o la historia del botón en la literatura hasta biografías (Louis Armstrong, Cleopatra, Ella Fitzgerald. Alfred Hitchcock). Siempre tras "el placer de acumular saberes innnecesarios".
Entre poemas, reseñas, viajes y enfermedades, pasaron las décadas. En 1963 se mudó a un departamento minúsculo que llama "el cajón". Había viajado por primera vez al extranjero en 1954 y lo haría a menudo. Le gustaba tomarse fotos junto a letreros de poblados de nombres reconocibles (Neandertal, Sodoma o Corleone). Dejó de viajar y desde mediados de los años 60 confeccionaba y enviaba postales-collage, además de cultivar su gusto por objetos estrafalarios, que a veces rifaba entre sus amigos. En 1968 empezaron sus problemas pulmonares y pasó varios meses en una casa de reposo.
Una figura fundamental es la del escritor Kornel Filipowicz, su pareja por más de 20 años, aunque nunca vivieron juntos. Aparece en sus fotos desde 1969. Con él, Szymborska fue parte activa en los movimientos clandestinos de la intelectualidad polaca en los 70 y 80. Al surgir el sindicato independiente Solidaridad, sin embargo, no se afilió ("Carezco ya de sentimientos de grupo") ni reconoció más protagonismo que su condición de escritora. Tras la muerte de Filipowicz, en 1990, escribió Un gato en un piso vacío, un poema en que disfraza su duelo con el de un animal: "Morir, eso no se le hace a un gato". Con la excepción de un papagayo, ella no tuvo mascotas.
Su fama crece, aunque no deja de desconcertarle el Nobel en 1996, premio que la obligó a contratar a un secretario, cuyo trabajo principal era declinar educadamente todas las ofertas de viajes y de entrevistas. En los años siguientes, seguirán apareciendo algunos poemas y reseñas.
Trastos, recuerdos y Lecturas no obligatorias entregan materiales para apreciar la visión del mundo de Wislawa Szymborska. Una visión donde prima el asombro, en que parece interesada en todo y en todas direcciones. Escribió reseñas sobre los asuntos más inauditos. A su vez, escribió poemas sobre hormigas, cebollas, el número pi, nubes, curiosidades de historia natural, Shakespeare; y también sobre ella misma, aunque de forma oblicua y tenue. Después de todo, siendo niña su padre y primer mecenas le "pagaba" para escribir poemas en ocasiones especiales, con la prevención: "Nada de confesiones, nada de lamentos".
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