18-0: una jornada que no se justifica conmemorar

Aniversario 3ero 18 Octubre

La sociedad no debe caer en el error de entregar esta fecha a quienes favorecen la violencia.



Aun cuando el pasado 18 de octubre -día en que se recuerda el inicio del llamado estallido social- registró un número de hechos vandálicos inferior a los años previos, no hay razones para la complacencia. La comuna de Puente Alto, por ejemplo, fue objeto de graves escenas de saqueos, algo que también ocurrió en sectores de Santiago Centro, así como en otras zonas del país. En tanto, muchos colegios y universidades optaron por no tener clases presenciales, el horario del transporte público se vio alterado y el funcionamiento del comercio fue parcial.

A la luz de todo esto, pareciera que el 18-0 ha pasado a engrosar las fechas en que el país se semiparaliza ante el temor que despierta la violencia, tal como ocurre en el “día del joven combatiente” o el 11 de septiembre. Pero lo cierto es que la propia sociedad es al final la responsable de que esto suceda, pues se insiste en darle el carácter de hito a una fecha que, aunque relevante, fue el puntapié de una serie de procesos que sí tuvieron implicancias mucho más de fondo, como el trascendental acuerdo político de noviembre de ese año, que sí merecería una conmemoración. Pero más grave aún resulta idealizar una fecha en que predominó el saqueo, tuvo lugar la inédita destrucción de parte considerable del Metro, se quemaron templos y monumentos públicos, y hordas hicieron de las suyas en las calles sin control alguno, con lo cual es inevitable que también se dé un pretexto a quienes buscan cualquier excusa para practicar el vandalismo.

Cuando ya han transcurrido tres años desde aquel 18-0, es tiempo de que esta fecha sea puesta en su justa perspectiva, y la sociedad tome conciencia sobre la necesidad de no tener dobles lecturas sobre la violencia. Desde luego, no cabe duda de que el 18-0 quedará marcado como el día en que formalmente se desata el estallido, a partir del cual los cimientos políticos y económicos del país se verán fuertemente remecidos e interpelados, dando lugar a procesos antes impensados, como por ejemplo la apertura de un proceso constituyente para reemplazar la actual Constitución. Por cierto que estos hechos movilizaron en esos días a millones de personas a exigir en las calles el fin de los abusos y la consecución de reformas que permitieran cristalizar condiciones sociales más justas, lo que permitió tomar conciencia de que nuestro modelo tenía una serie de falencias que era necesario corregir.

Pero el 18-0 no terminó siendo un hito fundante en nuestra historia, como lo prueba el reciente plebiscito de salida, en que la abrumadora mayoría rechazó la propuesta constitucional refundacional y que recogía a cabalidad las consignas que más insuflaron el clima de efervescencia de aquellos días. El mensaje fue claro: Los cambios son necesarios, pero deben ser hechos en orden y sin poner en riesgo la estabilidad del país. Es un hecho, además, que ahora hay una notoria valoración del orden público, así como del rol que desempeña Carabineros, y la mayor parte ha tomado distancia de formas de protesta que en octubre de 2019 gozaron de amplio respaldo, como barricadas, rayados o evasiones masivas.

El 18-0 fue entonces un momento que sin duda marcó nuestra historia, pero que ya pasó. Seguir anclados a esa fecha para darle un carácter conmemorativo no solo carece a estas alturas de sentido, sino que además la propia sociedad se inflige un grave daño al perpetuar una jornada que llama a la violencia. Es importante tomar conciencia de que el país no puede ser entregado a quienes promueven el vandalismo, ni mucho menos allanarse a naturalizarlo o aceptarlo como un hecho de la causa. La forma de empezar a desterrar esta negativa connotación es justamente dejar de conmemorar y favorecer que el país funcione con normalidad ese día, no regalando dócilmente esa fecha a los violentistas, tal como ocurre cuando los servicios básicos, actividades educacionales, el transporte y el comercio optan por replegarse, asumiendo que ello forma parte de la normalidad.

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