Africa y el Premio Nobel de Literatura: ¿Un gesto de reparación histórica?
El escritor tanzano Abdulrazak Gurnah se convirtió esta mañana en el nuevo Nobel de Literatura. ¿A qué responde su elección?
Cuando llegó a Inglaterra a fines de los 60, comenzó a escribir con las imágenes y los recuerdos aún vivos de Zanzíbar. En contraste, su vida en el Reino Unido parecía envuelta en una sensación irreal o ingrávida. Pero para Abdulrazak Gurnah las tensiones culturales venían de antes, de su formación como lector en la isla del Océano Indico: a través de un canon literario que históricamente subestimó, si no condenó, la cultura africana y musulmana. Años después, Salim, uno de sus personajes, lo verbalizó: “Así es como la gente como tú y yo llegamos a conocer tanto del mundo”, le dice a su padre en Gravel Heart, “leyendo sobre esto de personas que nos desprecian”.
Después de la suspensión del Premio Nobel en 2018, por el escándalo de violencia sexual al interior de la Academia, el nuevo secretario de la institución anunció que el galardón perseguiría mayor diversidad. “Anteriormente, teníamos una perspectiva más eurocéntrica de la literatura, y ahora estamos mirando a todo el mundo”, dijo Anders Olsson.
Con las premiaciones de Olga Tokarczuk y Peter Handke en 2019, y la norteamericana Louise Glück el año pasado, esa intención parecía incumplida. De este modo resultaba más o menos predecible que el galardón de este año destacaría la literatura procedente de Asia o Africa. En las conversaciones previas sobre favoritos -y en las casas de apuestas- aparecían los nombres del keniata Ngũgĩ wa Thiong’o, la china Can Xue o Maryse Condé de Guadalupe. Pero a la Academia le gusta ser imprevisible, y acaso ese sea el criterio más permanente en sus más de 100 años de historia.
Finalista del Booker Prize en 1994, académico emérito de Kent, Abdulrazak Gurnah no estaba en las previsiones, si bien sus libros gozan de gran aprecio entre la crítica y la academia. Desde su primera novela, Memories of Departure, hasta Afterlives, pasando por En la orilla, la obra de Gurnah gira en torno al asilo, los refugiados, las tensiones culturales, y sobre todo los profundos efectos del colonialismo en Africa, sí como en la búsqueda de los migrantes para rearmar su vida aun a pesar del trauma colonial.
Paraíso, una de sus novelas más aplaudidas, transcurre en los paisajes de ensueño de Zanzíbar, en los días previos a la Primera Guerra Mundial. La novela es protagonizada por Yusuf, un niño que es vendido como esclavo por su padre, en el contexto de la ocupación europea: “Desde hacía mucho tiempo, allá adonde iban descubrían que los europeos ya habían estado antes que ellos y que, tras decir a la gente que habían ido a liberarlos de los enemigos que sólo buscaban convertirlos en salvajes, habían situado soldados y oficiales. A juzgar por sus palabras, parecía que no se hubiera oído hablar de otro comercio más que ése. Los comerciantes, atemorizados por la ferocidad y la crueldad de los europeos, hablaban de ellos con asombro. Se apoderaban de la mejor tierra sin pagar un solo abalorio, obligaban a la gente a trabajar para ellos con engaños, comían lo que fuese, aunque estuviera duro o podrido. Como si de una plaga de langosta se tratase, su voracidad no tenía límite ni decencia”.
Gurnah amplió su exploración en Afterlives, novela que indaga en las relaciones complejas entre opresor y oprimidos a inicios del siglo XX. El libro sigue a cuatro personajes durante la ocupación alemana. Algunos son víctimas de la crueldad de las tropas, otro se suma a los askaris Schutztruppe, los voluntarios al servicio de los alemanes que reprimían a los colonizados, y alguno tiene una relación abusiva con un soldado que quiere enseñarle alemán para leer a Schiller y que cree que la única forma de gobernar a ese pueblo salvaje es con el terror.
Celebrada por su elegancia, lucidez y maestría narrativa, la obra de Gurnah ilumina aspectos sombríos y vergonzosos del colonialismo europeo, y reflexiona en torno a la ruinosa herencia que dejó en Africa. Ciertamente, más allá de sus méritos literarios, su obra resuena en momentos en que Europa debate sobre su pasado colonial, sus secuelas y su deuda moral. Hace unos días nomás el Presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, acompañado de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, decía en Berlín: “La injusticia cometida por Alemania en tiempos coloniales debe preocuparnos a todos, a toda la sociedad”.
De cierto modo, la obra de Gurnah describe también la sensación de extrañeza de los desplazados, las asperezas de adaptarse y redefinir la identidad en una cultura extraña y a menudo poco acogedora. Y ello evidentemente encuentra ecos en la actual crisis de los refugiados en Europa.
A menudo errático, inconsistente y controversial, el Premio Nobel es, con todo, el reconocimiento literario de mayor resonancia en el mundo. En sus más de 100 años exhibe omisiones insostenibles; es más, muchos de los autores más apreciados e influyentes fueron ignorados o descartados por los académicos suecos, desde Tolstoi y Vladimir Nabokov a Borges y Philip Roth.
Con ánimo ecuménico, la Academia no solo valora la calidad literaria de los postulantes sino también su lengua y región geográfica. Francia, Estados Unidos y Reino Unido son los países más premiados, con 15, 12 y 11 galardonados, respectivamente, seguidos de Alemania, Italia, España, Suecia, Polonia y la ex Unión Soviética.
En esta cartografía, Africa aparecía postergada, con cuatro autores reconocidos: el nigeriano Wole Soyinka (1986), el egipcio Naguib Mahfuz (1988), y los sudafricanos Nadine Gordimer (1991) y JM Coetzee (2003). Ahora, Abdulrazak Gurnah incrementa esta lista con una obra que dialoga con la conciencia de Europa respecto de Africa.
En 1997, cuando el Nobel sorprendió al mundo con la premiación del italiano Darío Fo, la Academia explicó a sus editores que premiar a un autor más distinguido, como Arthur Miller entonces, era “demasiado previsible, demasiado popular”. Con ese criterio, es altamente improbable que el premio alguna vez recaiga en autores como Margaret Atwood, Haruki Murakami, Annie Ernaux o el iconoclasta Michel Houellebecq: todos ellos han dejado huella en la literatura contemporánea, pero acaso sean “demasiado populares”.
La premiación de Gurnah, cuya obra aún está por descubrir en español, podría leerse como un gesto de reparación histórica; ojalá también sea un gesto de justicia literaria.