Ayer, hoy y mañana

El lápiz debe ser pasta azul. Otro color no sirve. De todos modos, las mesas tendrán este elemento.
El lápiz debe ser pasta azul. Otro color no sirve. De todos modos, las mesas tendrán este elemento.


Quizás lo único realmente curioso del plebiscito de ayer es que, si existía un “voto oculto”, se trataba de un voto en favor del Apruebo. Y es curioso porque las intenciones de voto se disimulan sólo cuando parecen estar en contra del clima social o cuando hay algún grado de temor. La única explicación disponible es el altísimo grado de desconfianza que sigue prevaleciendo en la sociedad chilena. No es una desconfianza hacia un gobierno peligroso, como en el plebiscito de 1988: es un temor hacia los pares, entre los propios ciudadanos. Así como la participación y el triunfo del Apruebo deben entenderse como el respaldo a la solución política propuesta en noviembre del año pasado, es probable que la desconfianza sea el rastro de la violencia de esos mismos de esos mismos días.

La participación, en cambio, puede no ser una gran sorpresa, pero tampoco es una gran noticia: ha logrado derrotar a la pandemia, por cierto, pero se sitúa en las mismas magnitudes de las presidenciales, lo que significa que incluye a los mismos que han votado en el pasado, pero excluye a los que no lo han hecho. Y estos últimos se dividen entre los que simplemente no tienen interés en los eventos electorales y aquellos que están en contra de los caminos institucionales. Es especulativo suponer cuáles son las proporciones de unos y otros, pero esa indistinción es precisamente lo que hace muy difícil aislar a los que creen que la opción no es el voto, sino la imposición por la fuerza.

Para las fuerzas políticas que realmente creen que la violencia es antidemocrática, este es el verdadero desafío: restaurar en la imaginación nacional la idea de que el voto es la manera de resolver las diferencias. Y también de actualizar esos dilemas, porque no es auspicioso que haya sectores que sigan luchando contra el imaginario de un pasado que ya no puede sino llamarse remoto. Los problemas de Chile, por fortuna o por desgracia, no son los mismos de ayer, lo que significa que requieren más conocimiento que consignas, más crudeza que repeticiones.

No hay ninguna duda sobre la legitimidad jurídica del resultado de ayer. La legitimidad política es la tarea que le queda por delante a las fuerzas políticas que competirán en una decena de elecciones más durante el próximo año. Es bien obvio, pero aún puede ser necesario decirlo: de esto depende su propia legitimidad, esto es, su supervivencia. Se puede tener partidos minoritarios, pero no se puede tener partidos ilegítimos que más encima quieran ganar elecciones.

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