Bochornosa propuesta de Lula y Petro
Los presidentes de Brasil y Colombia han enviado una señal muy desconcertante al proponer que se repitan las elecciones en Venezuela o que se haga un gobierno de coalición, desconociendo con ello el legítimo triunfo opositor.
Cuando ya no cabe ninguna duda de que el gobierno de Nicolás Maduro cometió fraude en las elecciones del pasado 28 de julio -a casi un mes de los comicios el régimen no ha sido capaz de exhibir las actas que acrediten su supuesto triunfo-, los gobiernos de Brasil y Colombia han planteado como camino de salida a la crisis venezolana que se repitan las elecciones, o bien que el oficialismo y la oposición conformen una suerte de gobierno de coalición.
La propuesta, como era de suponer, ha sido rechazada de plano por el régimen -que pretende “validar” los resultados mediante un recurso de revisión que presentó ante el Tribunal Supremo de Justicia, el cual es totalmente funcional al régimen- pero también por la oposición, cuya principal figura, María Corina Machado, ha planteado con toda claridad que el candidato opositor Edmundo González fue el indiscutido triunfador de los comicios -la oposición ha logrado documentar más del 80% de las actas electorales, donde González aparece con cerca del 70% de las preferencias-, por lo que no corresponde repetir las elecciones, sino respetar el veredicto de la urnas.
Aun cuando buena parte de la comunidad internacional se ha negado a reconocer los resultados de estos comicios, y le ha exigido a Maduro que prontamente exhiba las actas electorales, había expectación por las conversaciones que los gobiernos de Brasil y Colombia estaban sosteniendo con Maduro, en lo que se supone era una instancia de mediación con las fuerzas opositoras para lograr una salida pacífica a esta crisis.
Frente a un fraude de esta magnitud, lo único que cabía exigir era acordar los términos en que Maduro debería reconocer la derrota y eventualmente entregar algunas garantías al régimen de tal forma de facilitar la entrega del poder, pero lo que Lula da Silva y Gustavo Petro han propuesto resulta bochornoso, no solo porque su fórmula ha sido completamente inútil respecto de los objetivos buscados, sino principalmente por la equívoca señal que se está enviando, al pretender brindarle legitimidad a una dictadura que desconoció flagrantemente la voluntad popular, desconociendo el legítimo triunfo de la oposición, que acató lealmente las reglas del proceso y compitió limpiamente. Repetir las elecciones con los mismos que la desconocieron carece de todo sentido. La señal resulta todavía más desconcertante cuando el régimen de Maduro ha emprendido una feroz represión en contra de la disidencia, incurriendo en una violación a los derechos humanos a gran escala. Lula ni siquiera fue capaz de calificar al régimen de Maduro como una “dictadura”, sino que apenas habló de un “régimen muy desagradable”, con “tendencia autoritaria”.
Con este tipo de pasos en falso -que en el caso de Lula suponen un fuerte desgaste para su liderazgo regional, no solo por la incapacidad para presionar por una salida, sino porque ahora corre el riesgo de aparecer avalando al régimen- solo se está logrando entregar oxígeno al régimen de Maduro, algo que ya ha ocurrido innumerables veces en el pasado, donde las negociaciones con dicho gobierno solo han servido para que se enquiste en el poder, tal como ocurrió con los malogrados acuerdos de Barbados.
No es claro cómo se zanjará esta crisis, pero al menos la comunidad internacional debe mantener una postura inequívoca de condena al régimen y no reconocer esos resultados, como mínima lealtad hacia la democracia.