Buscad rentas y encontraréis

Adam Smith vio con claridad que la búsqueda de rentas es uno de los puntos ciegos del liberalismo económico. La concentración del poder económico y la falta de probidad de algunos políticos son una combinación letal para la legitimidad del mercado como institución social.



“No fui comprado, no cometí cohecho… Voté en función de un acuerdo político y no de los intereses de Corpesca”, declaró en 2018 el exsenador Jaime Orpis. La semana pasada la fiscal Ximena Chong condenó a Orpis a cinco años de cárcel por los delitos de fraude al Fisco y cohecho en el marco del caso Corpesca. El fenómeno genera repulsión, no solo por tratarse de un delito de gran envergadura, sino también por las declaraciones de algunos políticos ante la sentencia (basta recordar los dichos del presidente de la UDI).

Nunca se insistirá demasiado en el daño que provocan a nuestro país hechos como este. La búsqueda de rentas (rent-seeking) es un fenómeno ampliamente documentado en las ciencias sociales. El término fue originalmente acuñado por David Ricardo, aunque su uso actual se lo debamos a Gordon Tullock, una de las figuras más importantes de la teoría de la elección pública. En simple, buscar rentas a través del proceso político significa tratar de aumentar nuestra riqueza, pero sin crear riqueza nueva.

El término renta tiene un significado bien específico en economía: se trata de un retorno a la inversión que excede el costo de oportunidad del capital involucrado. Por ejemplo, Alexis Sánchez obtiene rentas significativas por poseer el escaso talento de jugar muy bien al fútbol, y probablemente no ganaría la misma cantidad de dinero si se dedicara a las finanzas o a la filosofía. Por lo general, la presencia de rentas económicas en un mercado genera competencia y beneficia a los consumidores, pero lamentablemente no ocurre lo mismo en el mundo de la política. En esta esfera de la vida social la búsqueda de rentas constituye un atentado gravísimo al bien común. Si la política, en cuanto dedicación y entrega por el bien común, ha sido definida como una de las formas más altas de caridad, la búsqueda de rentas a través del proceso político es un modo particularmente grotesco de egoísmo. Basta mirar algunas de sus consecuencias.

La primera de ellas es que los recursos de una sociedad son asignados ineficientemente. Si los empresarios y políticos involucrados en el caso hubieran dedicado su tiempo a generar riqueza y a legislar con justicia, todos estaríamos mejor. Segundo, la búsqueda de rentas políticas merma las arcas fiscales y desvía recursos que las empresas podrían emplear en usos más productivos (capacitación de trabajadores, nuevos proyectos de inversión).

Pero el golpe más duro que la búsqueda de rentas le atesta al bien común es el de la potencial pérdida de legitimidad del sistema político-económico de un país. No es posible cuantificar la envergadura de este daño, pero lo cierto es que se trata de un salto cualitativo respecto de los dos anteriores. Todos los posibles beneficios de la división del trabajo y la cooperación social se ven horadados cuando la legitimidad del sistema se pone en duda. Si antes de conocer la sentencia de la fiscal Chong la legitimidad de nuestra institucionalidad económica mostraba signos de gran fragilidad, la noticia de la semana pasada viene a rematar a la víctima en el suelo.

No es la existencia de este tipo de hechos lo que debiera sorprendernos. Como se ha mencionado, la búsqueda de rentas es un fenómeno ampliamente documentado en la historia del pensamiento social. Pero el relativo silencio de nuestra élite económica tampoco debiera llamar particularmente nuestra atención. Ya en el siglo XVIII, Adam Smith intuyó con claridad lo inestable que era el sistema de mercado ante las presiones políticas de ciertos grupos económicos. Hacia el final del primer volumen de La Riqueza de las Naciones, Smith señalaba que “el interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre en algunos aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto”.

El padre de la economía moderna y héroe intelectual de muchos liberales contemporáneos sabía claramente que una defensa del mercado que no sea implacable con la búsqueda política de rentas estaba destinada al fracaso. Su consejo a los legisladores era claro: “Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser considerada con la máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada no sólo con la atención más escrupulosa, sino también con el máximo recelo. Porque provendrá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad y que, de hecho, la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades”.

Smith no condena al empresariado en cuanto tal, en tanto que da cuenta de la existencia de empresarios que “manejan sus negocios con utilidad propia, y sin prejuicio del público interés”. Pero es claro que el padre de la teoría económica moderna vio con claridad que la búsqueda de rentas es uno de los puntos ciegos del liberalismo económico. La concentración del poder económico y la falta de probidad de algunos políticos son una combinación letal para la legitimidad del mercado como institución social.

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