Chile y su sitial de democracia plena

Fachada de la Moneda
Fotos: Patricio Fuentes Y./ La Tercera

En un contexto de estancamiento o deterioro a nivel global respecto de la salud de la democracia, resulta valioso que Chile muestre altos niveles de solvencia, pero sigue siendo un desafío corregir aspectos del sistema político.



El Índice de la Democracia 2022, elaborado por Economist Intelligence Unit (EIU) -que mide cinco variables en un total de 167 países o territorios- ha traído noticias poco esperanzadoras para la salud de la democracia en el mundo, particularmente por los retrocesos experimentados por Rusia y China. Para el caso de Chile, sin embargo, la realidad muestra una cara distinta, pues logró la condición de “democracia plena”, ello en el poco promisorio contexto regional, donde se observan preocupantes retrocesos.

A nivel global, el índice muestra un estancamiento respecto de lo observado en 2021. Había expectativas de que a medida que los países fuesen levantando las severas restricciones impuestas a la población producto de la pandemia, ello se podría reflejar en un cierto mejoramiento de los estándares democráticos, pero finalmente no fue así. Por áreas geográficas solo Europa Occidental mostró progresos, en tanto la mitad de los países cubiertos por el índice se estancó o presentó deterioros. Así, el 45% de la población mundial vive en algún tipo de democracia, mientras que solo el 8% habita en democracias plenas. Decidor resulta constatar que un tercio de la población mundial vive en sistemas autoritarios, ello fuertemente incidido por China y Rusia, siendo este último país el que por lejos registró el mayor declive durante 2022.

Para el caso de América Latina, si bien ha sido la región que mayor deterioro ha experimentado en las últimas dos décadas conforme con el índice de EIU, el declive fue menos pronunciado en la última medición. Con todo, el cuadro sigue siendo muy preocupante, tal como lo demuestran los retrocesos que han experimentado El Salvador o México -figurando entre los países que mostraron mayor retroceso a nivel global-, el fallido caso de Haití y la delicada situación Perú, país que cayó a la categoría de “híbrido” producto de la grave inestabilidad política. A ello se suman las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua. En el informe se pone especial hincapié acerca de la amenaza que supone para la región la presencia del crimen organizado.

Solo Uruguay, Costa Rica y Chile figuran como democracias plenas en la región, lo que da cuenta de la fragilidad del sistema democrático. Para el caso chileno -que en el ranking global se ubica en la posición 19-, en la recuperación de esta categoría incidió el levantamiento de las restricciones sanitarias y muy decisivamente el curso que tomó el proceso constitucional, ya que luego del plebiscito disminuyeron los niveles de polarización, mientras que el nuevo proceso busca corregir los errores cometidos en el intento anterior. El país muestra una sólida posición en las variables de procesos electorales y pluralismo, así como en libertades civiles; en cambio, nuestro punto más débil es participación política.

A partir de estos resultados, es posible extraer una serie de lecciones. Por de pronto, es posible concluir que la democracia chilena en general muestra altos niveles de solvencia -tanto en el contexto regional como global-, contrastando con el tono que muchas veces se observa en el debate público, que daría a entender una situación al borde de la catástrofe, sin aquilatar que aspectos esenciales como las libertades individuales o tener procesos electorales regulares y limpios son hoy una excepción, y no la regla. Estos activos deben ser preservados y reforzados, donde justamente el proceso constitucional debería ser la oportunidad para ello. Es allí donde sobre todo debería ponerse atención al diseño del sistema político, donde se evite la fragmentación y se reduzcan los incentivos para las visiones polarizadas. El caso peruano debería resultar al respecto especialmente aleccionador.

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