Colgados en cuarentena

Colgado

La vida sin trabajo no me la puedo imaginar agradable. Soñar y trabajar son para mí lo mismo; ninguna otra cosa me divierte (Sigmund Freud).



Después de tres intensas semanas de clases y trabajos en línea, mis clientes escolares y universitarios me dicen que ha venido un bajón y que los profesores disminuyeron la carga académica. De a poco, los estudiantes se acomodan a esta nueva rutina y aunque reconocen extrañar a los amigos, el colegio, la calle y la universidad, muchos de ellos se han adaptado bastante mejor que sus mayores.

Los juegos en línea han dado continuidad a las amistades y las horas malgastadas en Instagram ahora son invertidas en los estudios y en pensamientos filosóficos. Una cliente lo grafica de la siguiente manera: “Nunca me había dado cuenta que ver historias en redes sociales es inmediatamente placentero y posteriormente culpógeno, mientras ponerse a estudiar parte siendo una lata y termina sintiéndose bien. Sin culpas”.

Encerrados, sus padres compaginan la oficina virtual con las exigencias domésticas, el acompañamiento a sus hermanos menores en sus estudios y los ocasionales juegos de mesa. De repente el Monopoly, las cartas, el UNO, habituales de las vacaciones de invierno, adelantaron su aparición, como si de alguna manera estuvieran evidenciando que las clases están por darse un descanso.

Entre rumores y comunicados, colegios y autoridades discuten si la evidencia va a ser una realidad o un eufemismo más: ¿salimos de clases?

Camilo me cuenta que su papá se quiere matar con el anticipo de las vacaciones. “Tengo tres hermanos chicos y mi viejo ya se había conseguido un dispositivo para cada uno, cosa que estudien y hagan tareas mientras él trabaja. Yo me encierro, mis viejos cachan que para estudiar Medicina tengo que hacerlo, pero noto que están desesperados, pues ahora que estaban acostumbrándose a trabajar todos en la mesa del comedor, el colegio anuncia que no van a haber más clases y mi viejo ya no sabe como más mantenerlos ocupados, pues a esta altura no hay Xbox ni Play que los entretenga mucho rato”.

Dominga, quien prepara su examen de Derecho me dice que su situación es muy distinta y que es la más desocupada de la casa. “Es rarísimo ver a mis papás todo el día en la casa. Se han adaptado bien, hacen un buen equipo y se reparten las tareas. Mi papá cocina y mi mamá lava y se turnan para acompañar a mis hermanos en los estudios, los juegos y las tareas. Todos están mucho más ocupados que yo y aunque se que tengo que estudiar, después de dos horas prendo Friends y veo tres horas. El marcador lo dice todo: Friends 3, Estudios 2.”.

Víctor, que estaba haciendo la práctica en una gran empresa, está absolutamente en stand by. “Pasé totalmente a segundo plano. Que segundo plano, quinto, último plano. Yo creo que el que se supone era mi jefe se olvidó de mí. Al principio me mandaba un par de tareas y me decía que me sumara a las reuniones del equipo por Hangout, pero tras días de esfuerzos me di cuenta que lo mejor para mi angustia era bajar el volumen y fingir escuchar. Veía caras y yo pura sonrisa. Ya no me conecto y creo que la última vez que me respondieron un correo fue la semana pasada. Por WhastsApp mi jefe me ha pedido disculpas, que no me preocupe. Y lo entiendo, pero me siento pésimo, pues no solo no aprendo ni gano experiencia, sino que soy cero aporte. Me siento un estorbo y no sé qué hacer, así que prendo Netflix, reviso mi teléfono e intento borrarme”.

Apenas Víctor se desconecta del Hangout, agarro Jung y el Tarot, entretenido libro de Sallie Nichols y busco al Colgado en el índice, pues toda la sesión quise decirle a Víctor que su relato era el de muchos, solo que él había logrado sacarlo a la superficie, mientras la mayoría nadamos sin querer mirar al fondo.

Pasando las páginas en búsqueda de imágenes, me topo con la de un joven de semblante imperturbable que está colgado de un tobillo. Está boca abajo, sus manos se esconden unidas detrás de su espalda y dobla una pierna, formando un cuatro con la pierna libre. Es una imagen enigmática.

Escuchemos la descripción de Nicholls:

“El Colgado, con las manos ligadas a su espalda, se siente tan indefenso como el nabo. Se halla totalmente en las manos del Destino. No tiene poder ninguno para dar forma a su vida o controlar su destino. Como una hortaliza, no puede más que esperar que una fuerza externa a él le arranque de la atracción regresiva de la Madre Tierra”.

Cierro el libro y encuentro que la descripción del Colgado calza con el sentir generalizado de esta semana, tanto dentro como fuera de la consulta. Unos más conscientes que otros, como Dominga, quien en la última sesión me contó, con resignación, que las series le habían ganado la pelea, la batalla y la guerra al estudio. Otros, como Camilo, siguen encerrados en sus estudios, mientras abajo sus padres lidian con el día a día. Y sí, le da un poco de culpa no ayudar más, pero prefiere seguir encerrado, semi inconsciente.

Todas y todos eludimos ese misterioso Destino con D mayúscula.

Sigamos con la descripción de Nicholls:

“Con el pie que le queda libre, seguramente habrá luchado todo lo posible por liberarse dando inútiles patadas contra su destino. Se habrá sentido profundamente engañado, impaciente, con ganas de ponerse en pie y ser capaz una vez más de tener la cabeza sobre sus hombros así como de pisar firmemente el suelo como pretende. Ha de haber sufrido mucho antes de conseguir el grado de aceptación y de descanso casi agradable que muestra la imagen”.

A la semana siguiente, Dominga, muy decepcionada, me cuenta que abandonó un curso sobre políticas públicas que había tomado online con unas amigas que también preparan su examen de grado -supuestamente para distraerse-, mientras Camilo reconoce haberse cuestionado su forma de estudiar, pues siente que pasa horas sentado sin aprender mucho y lo corroe sentir que no ayuda en nada en su casa.

Víctor, notoriamente frustrado, me dice que después de nuestra última sesión habló con la universidad y quedó furioso, pues en palabras rebuscadas y de buena crianza, le dijeron que lamentaban su malestar, pero que era su responsabilidad cumplir con los objetivos y requisitos de la práctica y que ellos estaban dispuestos a hacer ajustes necesarios en los tiempos y en sus correcciones debido a los imprevistos.

“Después de esa reunión llamé a mi jefe en la práctica. El es jefe de operaciones de una gran empresa que procesa y distribuye alimentos. Está claramente sobrepasado y tuve que darle varias pistas para que ser acordara quien era y después de lograrlo no entendía lo que quería. Me insistía en que me quedara tranquilo en mi casa y que cuando pasara la contingencia viéramos qué hacer y acto seguido me dijo que me tomara vacaciones y chuteara la práctica para el segundo semestre”.

Tras una intensa sesión vía Zoom, Víctor me dice que no va a pescar a nadie más de la universidad y que le va a hacer caso al jefe de su práctica, pues no tiene sentido seguir pedaleando en la nada y fingir que hace cosas.

“Tendré que aceptar, como tantos amigos, que esta es una temporada de series, de película y de pijama. Pese a nuestras angustias y rabias, nos sabemos afortunados, pues podamos darnos este lujo a costa de nuestros padres y de nuestras familias. Sí, podemos, pero es terrible pensar que hay otros que no pueden, que su angustia no tiene fin ni descanso, pues no hay techo ni colchón que los aguante. Son terribles las injusticias y ni en la cuarentena somos todos iguales”.

Tras ponerle fin a nuestra sesión virtual, apagué Zoom y volví a revisar Jung y el Tarot. Agradecí tenerlo en papel, pues a esta altura mis ojos se rebelan al exceso de pantallas. Y ahí, al final del capítulo, Nicholls, de manera críptica, recomienda aceptar tu destino. Más que “tolerar” esta pausa, nos invita a escogerla como camino. Esa decisión… paradójicamente… te liberará.

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