Columna de Ascanio Cavallo: Después de la “ola rosa”
América Latina está sumida en la irrelevancia. No tiene ninguna voz ante la guerra de Ucrania ni ante el peligro en Taiwán (¡qué decir de Sudán!), no participa en los grandes debates, como la inteligencia artificial, y parece entregada, una vez más, a quienes le ofrezcan algo por sus recursos naturales.
Sus organismos multilaterales mostraron tan poca musculatura, que en cuanto cambiaron algunos gobiernos se desinflaron como burbujas. En su nueva llegada al Palacio de Planalto, el Presidente Lula prometió que reviviría Unasur, el aparato sudamericano creado por Hugo Chávez, y el Frente Amplio chileno se entusiasmó con esa idea repetida, haciendo gala de su proverbial naiveté en política exterior. Pero luego Lula se fue a Beijing, para entrar en el club de los grandes, y se volverá a acordar de Unasur cuando necesite decir que detrás suyo está un continente entero.
En cambio, hay un hecho más grave y más flagrante que sí debería alertar a la diplomacia chilena, del Presidente para abajo: la Alianza del Pacífico está literalmente secuestrada por el mexicano AMLO, que se ha negado a entregar la presidencia pro tempore a Perú desde que fuera depuesto Pedro Castillo. La diplomacia peruana ha estado reclamando este traspaso, sin aceptar -como es lógico- que sea AMLO quien juzgue la legitimidad de la Presidenta Dina Boluarte.
Los otros socios, Chile y Colombia, no dicen ni pío. Como si la sociedad no les perteneciera. No se puede esperar que la más exitosa Alianza que ha tenido Sudamérica vuelva a brillar como antes con cuatro presidentes que no la entienden o no la quieren. Pero eso no le da a ninguno el derecho a la usurpación.
Esta es sólo una muestra de la situación hemisférica en la fase avanzada de la segunda “ola rosa” (o “giro a la izquierda”) que se inició el 2019. El antropólogo colombiano Carlos Granés recordó en El País que el cantante Joaquín Sabina desconcertó a su audiencia en diciembre pasado al decir que ya no se sentía tan a gusto con sus antiguos camaradas. Se refería, según Granés, a la satrapía de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, a la momificación de Cuba y a la sangría de Venezuela. De todos los gobernantes de la “ola rosa”, sólo Gabriel Boric ha sido tajante en condenar la situación de esos tres países. Lula, AMLO, Gustavo Petro, Luis Arce, Alberto Fernández prefieren mirar para el lado; en cambio, AMLO, Petro y Fernández opinan sobre Boluarte. Menuda integridad intelectual.
Es probable que Sabina, universalista, transfronterizo, multicultural, libertario, en suma, un izquierdista clásico, tampoco se sintiera muy cómodo con las izquierdas identitarias, nacionalistas, subnacionalistas y antidesarrollo que proliferan dentro de la “ola rosa”. Y menos aún con gobiernos que piensan como si hubieran sintonizado con el curso de la historia, que interpretan el descontento que los llevó al poder como un mandato irreversible. Gobiernos cuya creatividad no ha generado ninguna idea distinta que la de engordar al Estado -la última atadura de la izquierda con Lenin-, aun cuando se trate de estados ineficientes y parasitarios, que en su mayor parte son detestados por los ciudadanos.
Carlos Malamud y Rogelio Núñez Castellano, investigadores del Real Instituto Elcano, han hecho notar que desde el 2018 hasta ahora, con la sola excepción de Paraguay, ningún candidato oficialista ha logrado triunfar, ni por la izquierda ni por la derecha. Y esto vale para 18 elecciones presidenciales. En esas condiciones, cabe dudar de que se trate de un solo adversario, de una crisis sistémica e incluso de una “ola rosa”. “Lo que parece avanzar sobre América Latina”, escribe Granés, “es un tsunami de insatisfacción”, en el que los ciudadanos exigen a los políticos cumplir con sus promesas… o que dejen de prometer.
La cuestión de las promesas separa a los demagogos de los políticos. Hay más de los primeros que de los segundos, y es un hecho que el Presidente chileno se ha separado lentamente de ellos para inscribirse entre los políticos. Cabe imaginar que eso le permitirá percibir que en la región hoy hay menos amigos que interesados y que el verdadero riesgo no es que termine la “ola rosa”, sino que sea sustituida por una “ola negra” de demagogos igualmente populistas, de derecha y autoritarios.
Malamud y Núñez Castellano observan que el voto de castigo está amenazando a gobiernos de alta intensidad política en ciclos de duración cada vez más corta. En breve: que la “ola rosa” podría concluir en la secuencia de elecciones que va desde el 2023 hasta el 2025.
Ningún acuerdo multilateral puede impedir este tipo de desplazamientos. Pero algunos podrían ayudar a mejorar las economías de sus miembros, como hizo la Alianza del Pacífico en sus mejores momentos. Se puede apostar a que entre ellos no está, de manera alguna, Unasur.
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