Columna de Ascanio Cavallo: El aprendiz de hechicero
En un artículo publicado hace casi exactamente un mes, Alfredo Joignant planteó una sugerente analogía entre el comportamiento del Partido Socialista ante el Presidente Allende en los años de la Unidad Popular con el que ha estado teniendo el Frente Amplio ante el Presidente Boric, especialmente en la agenda de seguridad pública. La historia nunca se repite igual -Marx dijo que primero como tragedia, después como farsa-, pero a veces sus protagonistas, ya por remover cenizas, ya por ideas fijas, tienden a emular incluso lo que desearían evitar.
Se reproducirían, de este modo, las “dos almas” que desgarraron a la Unidad Popular sin que Allende lo pudiera resolver: el polo revolucionario y el polo reformista. Es más exacto que la UP tuvo no dos almas, sino tres: un grupo revolucionario, otro moderado y el Partido Comunista, que estuvo en el segundo sólo por razones tácticas; cuando llegase el momento, se cambiaría al primero. Lo que ocurre por estos días se parece vagamente. El Frente Amplio cumple el papel del polo revolucionario, y el PC (acaso obligado por sus tensiones internas) se ha puesto de su lado, mientras que en el campo pragmático prevalece el PS, requerido por su experiencia de gobierno.
El Presidente Boric ha llamado a la unidad de las fuerzas que lo llevaron a La Moneda. El Frente Amplio y el PC quieren defender la integridad del programa, en particular el radicalismo de sus reformas; el PS y los demás tratan de demostrar que las condiciones objetivas -la vieja y desoída “correlación de fuerzas”- exigen hacer concesiones para salvar al menos parte de las reformas. Es un desencuentro político, por supuesto, pero también epistémico: el mundo visto de dos maneras no es el mismo mundo.
Y en esas condiciones, ¿es posible la unidad? ¿Cómo, si el mundo es diferente? ¿Cómo, si lo que para unos son renuncias, para los otros son motivos? ¿Cómo, si unos moralizan y los otros intentan razonar? ¿Cómo, si unos han venido para hacer bien lo que los otros hicieron tan, tan mal? No se trata sólo de tuits y memes, sino del mundo, una idea del mundo, una weltanschauung…
Por ejemplo, las materias de seguridad pública, que se han convertido en el equivalente simbólico de lo que fueron para la UP las “tres áreas de la economía”; solamente simbólico, porque en el primero el gobierno está amaneciendo, mientras que en el antiguo se halla cerca del ocaso. En los dos casos el acuerdo entre coaliciones y partidos se hace imposible, porque no hay concordancia sobre el estado de la realidad. Ni el FA ni el PC tienen ninguna vocación por incrementar el poder de las policías, a las que no pueden sino considerar guardianas de un orden social estructuralmente injusto. El gobierno, en cambio, vive con la obligación de proveer de seguridad, y por si fuera poco, ahora está convencido de que el Partido Republicano alcanzó su resultado histórico del domingo pasado por haberse apropiado de esa demanda.
Pero esa discusión -de todas maneras, explicación incompleta y simplificada de lo que pasó- llega tarde; un año y dos meses tarde. La comedia ya se produjo: el gobierno se convirtió en una minoría frágil en su proyecto estructural más acariciado, el cambio de la Constitución. Ahora depende de la buena voluntad de sus adversarios más duros, no sólo de los republicanos, sino de todos los que se lamentan por no haberlo sido.
El miércoles, el Presidente volvió a invocar la unidad de sus fuerzas. Es un reconocimiento de que no la tiene. Pero no la tendrá sólo con conjuros, primero, porque eso sólo confirma un déficit de autoridad, y segundo, porque el escenario ya se ha endurecido. Lo único que podría servirle es la reconstitución del centro político, que es otra de las cosas devastadas el domingo pasado. Le convendría, en otras palabras, que resucitase la estructura de tres tercios, incluso aunque no fuese simétrica. Pero eso no está en sus manos, ni en su voluntad, ni en su imaginación. Lo máximo que se le ocurre a su coalición es invitar a la DC ahora que tiene un 3,7%, pigmeísmo atribuible a sus directivas anteriores, pero difícilmente reversible por su absorción en un mundo que la repudió con tan convencida vehemencia. Más bien es la forma de liquidar lo que allí pueda quedar de centro político. Un centro hecho en laboratorio está más cerca de la magia que de la política.
El proyecto definitorio del FA siempre ha sido barrer con el PS, la DC, el PPD, el PR y toda esa hojarasca que considera repelente y anacrónica. No hay razón para no tomárselo en serio, como no hubo razón en los 70 para no tomarse en serio el radicalismo del PS, con las consecuencias conocidas. Las alianzas de oportunidad nunca pueden ignorar la finalidad del socio. En lo esencial, el FA no ha cambiado, aunque el Presidente pueda haberlo hecho.
Boric asumió invocando el nombre de Allende y citando masivamente sus discursos, en perfecta sintonía con esa idea generacional de que aquellos fueron años de asombros y maravillas. Para muchos lo fueron, cómo dudarlo, pero nadie más quiso estar en la piel de Allende cuando los tiempos se ponían feos. Es muy probable que Boric no supiera, como el aprendiz de hechicero, la enorme fantasmagoría que despertaba, y menos todavía que su coalición se empezara a parecer a la que produjo la tragedia de Allende, aunque esta vez pueda terminar en la versión farsa.
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