Columna de Ascanio Cavallo: El comienzo de otra cosa
El desafío más difícil para Boric es él mismo: sus conocimientos, su experiencia, sus capacidades, inevitablemente limitadas, versus su decisión, sus deseos, sus intenciones, voluntariosamente ilimitadas. No es demasiado difícil interpretar los sueños del Presidente; otra cosa son las disyuntivas con que chocan.
Un nuevo ciclo se acaba de iniciar en la política chilena. Este es un concepto que suena repetido: fue usado en fecha tan remota como el 2006, aunque en aquel momento, al elegir a su primera presidenta mujer, Chile apenas se ponía al día con un mínimo civilizatorio del siglo XX. Diez años después se repitió con la creación de la Nueva Mayoría, que no fue sino otra ampliación de una alianza político-electoral; tan así, que algunos de sus suscriptores saldrían el 2019 a clamar contra “los 30 años”, como si ese cuatrienio hubiese sido insignificante.
Lo que comenzó este viernes es muy distinto.
El Presidente Gabriel Boric está exactamente en el medio del grupo etario que va desde los 25 hasta los 45 años, que hoy es el más voluminoso de la sociedad chilena, con un 30% de la población. Es proyectable que, en la pirámide estancada de esta demografía, sea la última vez que este grupo de edad tenga la mayoría.
Vista de esta manera, no es extraña la urgencia con que estos jóvenes, hace sólo 10 años aún en la universidad, se plantearan la carrera por el poder. Ni es extraño que la encabece Boric, el dirigente con más vocación de poder, más equidistante entre el cálculo de Giorgio Jackson y la improvisación de Izkia Siches, sólo por mencionar a sus dos ministros políticos principales.
Se discutirá por años el papel del 18-O en este cambio de ciclo. Parece probable que la Convención Constitucional esté mucho más en deuda con esa disrupción que la elección de Boric, que se produjo en otro clima político y que quizás no habría necesitado asolar la Plaza Italia. Es útil recordar que Boric ganó dos elecciones: la primera, contra uno de los apologetas de la Plaza; la otra, contra un enemigo de ella. Ganó contra dos polos. Nadie negaría a Boric su condición de izquierda, excepto los grupos ultras. Pero esto es importante: los ultras son los que terminan definiendo la situación de centro. En la segunda vuelta Boric ya se movió hacia el centro; y lo tendrá que seguir haciendo, porque el ultrismo seguirá haciendo su tarea y porque la fragilidad del 2022 es casi extrema.
El Presidente procede de un momento anterior, el movimiento universitario del 2011, que representó la alerta más consistente respecto del estancamiento galopante del sistema político. Una generación enteramente nueva, liberada de ataduras con ese sistema, que irrumpía para proponer una renovación de la conducción del país. Es asombroso que lo haya logrado en poco más de 10 años, pero no es posible entender la naturaleza del cambio olvidando ese proceso de desgarro intergeneracional.
Boric fue uno de los líderes de una insurrección contra las generaciones gobernantes, justo en el momento en que se iniciaba (aunque nadie lo sabía) la rotativa del gobierno entre dos presidentes que se repartirían 16 años. Esa rebelión iba principalmente contra la derecha, como la defensora de la cultura conservadora, y rompía contra ella sus lanzas de la urgencia ambiental, la relación con los pueblos indígenas, el fin del abuso del dinero y, muy por encima de todo, la identificación con un feminismo combativo, sin el cual la mayor parte del cambio no habría sido posible.
Pero también era un levantamiento contra la centroizquierda, y especialmente el Partido Socialista, a los que reprochaba la acomodación con el inmovilismo. Esta parte ha combinado enojo con dolor -como lo que se tiene contra los malditos padres-, porque muchos de sus dirigentes tenían conciencia de que su generación no habría existido sin los 30 años y la prodigiosa metamorfosis social producida en esas décadas. Boric encarna mejor que todos sus compañeros ese doble sentimiento y lo ha expresado a la perfección con su gabinete.
Boric no es hijo del ultrismo, sino del radicalismo político, una situación epistémica en la que se mezclan y confunden la rebeldía contra el statu quo con el impulso de celebrar todo cambio antes de terminar de entenderlo. El radicalismo es generacional y narcisista; el ultrismo es emocional y egomaníaco.
Ahora, el Presidente Boric se enfrenta a desafíos difíciles, como todos los nuevos mandatarios. La lista es conocida: inflación, Araucanía, inmigración, orden público, Convención Constitucional, reforma tributaria.
Pero en su caso, el desafío más difícil es él mismo: sus conocimientos, su experiencia, sus capacidades, inevitablemente limitadas, versus su decisión, sus deseos, sus intenciones, voluntariosamente ilimitadas. No es demasiado difícil interpretar los sueños del Presidente; otra cosa son las disyuntivas con que chocan.
Boric se hace cargo de una sociedad fragmentada, con individuos ferozmente libres y comunidades volubles, que sucesivamente apelan y repelen a sus miembros. Tiene que decidir si se inclinará por una sociedad con más y mejores derechos individuales, o por una que quiera garantizar el bienestar comunitario, incluso al costo de atropellar libertades; la línea del medio es un estrecho desfiladero lleno de amenazas.
Tiene que optar entre favorecer el despliegue de las identidades de comunidades excéntricas o poner el énfasis en la igualdad esencial de los ciudadanos bajo un orden común, concéntrico; entre un Estado fuerte, que invariablemente empuja hacia la homogeneidad, o una sociedad desahogada que batalla por su diversidad y, por lo tanto, por algunas formas de desigualdad. ¿Qué será más importante: la recuperación del orden público con el monopolio estatal de la fuerza o el libre desenvolvimiento de las personas que no confieren valor alguno a tal orden? ¿Es el deseo de erradicar el capitalismo (bajo el nombre artístico de neoliberalismo) compatible con la globalización de las generaciones siguientes, que ya son más cosmopolitas que el propio Presidente?
El Presidente Boric se ha liberado de los dilemas de sus antecesores: no está obligado a ubicarse en ninguna de las líneas del ordenamiento político tradicional. Puede tratar de crear uno nuevo. Pero su mandato se inicia con una guerra en suelo europeo, economías asustadas y volátiles, una crisis sanitaria que no termina de terminar y la inacabable mutación de la tecnología de la información. Chile no puede escapar de ese escenario: sus ingresos, sus empleos y todas las fuentes que le han permitido multiplicarse en pocas décadas están comprometidos en ese mundo.
Mañana empieza el trabajo. Mañana empieza, con más interrogantes que certezas, y hasta se puede decir que esos son los rasgos que definen a un nuevo ciclo.
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