Columna de Ascanio Cavallo: El mito y el delito

MINISTRA DEL INTERIOR


Pronto hará ya 80 años que el filósofo Karl Popper identificó al pensamiento político conspirativo como una forma de pensamiento religioso. En síntesis, la dificultad de interpretar ciertos acontecimientos conduce a este tipo de pensamiento a suprimir rápidamente la duda y la complejidad y a sustituirla por la conjura de un grupo superpoderoso. Hay un pensamiento de ese tipo en ciertas derivas del marxismo (Lenin, especialmente) y por supuesto que también en el nazismo. No es patrimonio de izquierdas ni de derechas, sino de una perplejidad ante el mundo convertida en fanatismo epistemológico. El mundo es radicalmente extraño, sólo lo pueden explicar opresores y oprimidos, dioses caprichosos y humanos atormentados.

Desde esta perspectiva, no hay en el gobierno actual una persona más notoriamente religiosa que la ministra Izkia Siches. Veamos. La ministra del Interior ha quedado a cargo del pesado fardo de la inmigración ilegal, que sigue abrumando (no se ha detenido) a las ciudades del norte. Su deber es ordenarla, clasificarla y darle cauce, siempre con los ojos en el problema humanitario. En eso no se pierde. Pero ¿cómo explicar las cosas que han ocurrido? Entonces escucha (o lee, no se sabe) una historia acerca de un avión con inmigrantes expulsados que se fue de Chile, con tanta torpeza y desidia, que se devolvió con los mismos pasajeros que llevaba. Luego fabula: si esto le hubiese ocurrido a ella, habría sido el festín de la prensa -ella la simboliza en un diario, pero se entiende la intención metafórica, a menos que sea una acusación concreta-, que según todos los indicios está entre los enemigos superpoderosos.

Después se disculpa. No ante el país ni ante la prensa, sino ante Twitter, mientras avanza lo que se puede imaginar como una amarga madrugada. La situación no era la que supuso. Aparecen funcionarios que la excusan, senadores perdonavidas y hasta una subalterna a la que se incrimina, mientras Tomás Hirsch -martillo implacable del error público en otros tiempos- dice que “hay alguien que le pasó esa información”. Olvida que no estaba obligada a repetirla, ni menos con tal despliegue de implicaciones. Olvida también que una semana antes, en clave más baja, lo había dicho donde realmente duele, en Copiapó, para El Diario de Atacama. Una conspiración encima de la otra: más metafísica, imposible.

Con todo, no es la lógica conspirativa lo más serio del incidente, incluso aunque ocurra con el segundo funcionario público de la nación. A la ministra Siches no parece habérsele ocurrido en ningún momento que el episodio que describía involucraba uno o varios delitos y que, por lo tanto, más allá de revelarlo públicamente, tenía la obligación funcionaria de denunciarlo ante una fiscalía. Suponiendo que recién se enteró cuando lo dijo en Atacama, el plazo que la ley fija para hacer esa denuncia, 24 horas, había vencido largamente cuando lo repitió en Santiago.

Esto ya había ocurrido el primer día hábil de su gestión, cuando fue recibida a balazos en las vecindades de Temucuicui. Es de buena fe presumir que no quería arruinar su propio plan de diálogo estampando una denuncia contra sus potenciales agresores. Esperó que lo hiciera de oficio la fiscalía local y con eso se dio por satisfecha. El problema es que dejó al desnudo que bajo este gobierno la violencia (tampoco se ha detenido) sigue manteniendo suspendido el Estado de Derecho en una zona del país que está bajo su jurisdicción.

Después del incidente del avión, ante la Comisión de Seguridad de la Cámara, dijo que, en su recorrido desde La Florida, “escucho todas las organizaciones de narcotraficantes cada vez que voy a mi trabajo, diariamente”. Esto se refería a la impunidad de las pandillas y, al parecer, implicaba la ausencia de las policías. Nuevamente, no hay denuncia a una fiscalía. La ministra vuelve a ignorar que el Artículo 175 del Código Procesal Penal le impone ese deber ante el solo conocimiento de hechos delictivos y que de otro modo incurre en la pena establecida en el Artículo 494 del Código Penal. La única excepción que los códigos admiten es que la denuncia arriesgue “la persecución penal propia, del cónyuge, de su conviviente o de ascendientes, descendientes o hermanos”. En otras palabras, la ley acepta el derecho a no acusarse a sí mismo, pero no acepta ninguna otra circunstancia para no denunciar delitos ajenos.

¿Es esto lo que ve “diariamente” la ministra? ¿O es que se trata de un lenguaje metafórico, metasememas que utiliza sólo para amplificar su percepción del estado del mundo sin que ello sea necesariamente exacto? Un tipo de lenguaje frecuente y útil en la operación del activismo (como “los cuatro generales”, “los 30 años” o “la pistola en la mesa”), pero que encaja mal con una función pública que se debe primero a sus obligaciones y sólo mucho después a sus imágenes.

Izkia Siches encabeza un ministerio que se ocupa principalmente de dos cosas: el orden público y la articulación política. El Presidente Boric se echó sobre sus hombros -y los del ministro Jackson- la tarea de articulación, dado que, careciendo de partido, difícilmente podrá la ministra cumplir con esa dimensión de su cargo. En cuanto al orden público, no hay más antecedentes sobre su competencia que su buena voluntad, basada en la idea -también mítica- de que la alteración del orden público no es sino la reacción de los indefensos contra los poderosos. Esa es la premisa de su visita a La Araucanía y es también -de otra manera- la explicación de los narcos impunes en los vecindarios de La Florida o “el rubio con apellido” al que no le pasa nada en Las Condes. Más metáforas, que ni siquiera rozan a los ciudadanos violentados o asustados en las ciudades de Chile.

Conviene prestar atención a las encuestas: el problema de la seguridad pública es desde hace rato la principal preocupación de los chilenos, lo que también quiere decir que será el primer factor de juicio sobre la gestión del Presidente, antes o después de que pase su luna de miel.

Es lícito -o por lo menos, útil- inferir que el deterioro del gobierno en estas primeras semanas tiene que ver principalmente con esa lenidad ante el delito y secundariamente con el universo metafórico donde Temucuicui, La Florida y Las Condes no son territorios reales, sino abstracciones, señales, estigmas. Las ideas de una religión que después de eliminar a Dios, como escribió Popper, se pregunta: “¿Quién está en su lugar?”.

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