Columna de Ascanio Cavallo: Enjambres
Las macizas primarias que definieron a los candidatos de la derecha y la izquierda tuvieron un efecto de nocáut sobre el resto del espectro. En la derecha ha sido menos notorio sólo porque la candidatura exógena de José Antonio Kast, cada vez más alejado de Chile Vamos, se daba por descontada.
Este es el momento de mayor desorden en la política chilena en el último medio siglo. Sin entender la palabra “desorden” en su dimensión valorativa, sino sólo como un término casi técnico, que describe las enormes dificultades de los que están en la política para establecer una disciplina colectiva y para defender ideas de grupo, no solamente como respuesta a las pulsiones de algunos individuos sobresalientes. Por supuesto, en el mismo contexto, los sobresalientes son los más que se exhiben, lo que no siempre coincide con los que más trabajan o influyen.
Una razón, acaso accidental, es la simultaneidad de los torneos electorales y la diversidad de planos en que se mueven. Pero si no se cree en los accidentes, sino en los procesos -una forma de determinismo que suele integrar ex post los fenómenos anteriores-, entonces lo que estos torneos están haciendo es redefinir en todos los niveles la armazón política del país. En este caso el desorden es el anuncio de un orden nuevo, la política como geología en constante destrucción y creación o, en palabras más caras a Marx, la historia como una partera incesante.
La competencia más visible, la presidencial, está afectando directamente el comportamiento del Congreso, cuyos miembros también corren para mantener sus asientos. Y ambas afectan y se dejan afectar por las contracciones de la Convención Constitucional.
Las macizas primarias que definieron a los candidatos de la derecha y la izquierda tuvieron un efecto de nocáut sobre el resto del espectro. En la derecha ha sido menos notorio sólo porque la candidatura exógena de José Antonio Kast, cada vez más alejado de Chile Vamos, se daba por descontada.
En la izquierda, en cambio, se abrió una intensa competencia por debilitar a Gabriel Boric, tanto desde el sector derrotado del PC como de la izquierda radicalizada, cuya representación se ha tomado la Lista del Pueblo, por ahora existente sólo en la Convención. Esta Lista -o una fracción de ella- levantó como candidato al exdirigente sindical Cristián Cuevas, que en cosa de horas fue defenestrado por otro sector que escogerá a su candidato a través de un sistema de patrocinios no sujeto a las leyes de transparencia que obligan a los partidos políticos. Esto es parte de su identidad: un ambiente ideológico donde la palabra “partido” suele usarse como un anatema.
Hasta ahora parece que los grupos a la izquierda de Boric terminarán llevando más de una candidatura, con la alta probabilidad de dispersar más que concentrar votos. Aunque fue Lenin quien escribió que “el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo”, hay una parte del PC que siente que su fidelidad revolucionaria le exige no alejarse de la Lista del Pueblo y no acercarse tanto a Boric. Esta contradicción llegará, probablemente, hasta el día de las urnas, a pesar de que este fin de semana el PC ha estado definiendo si mantendrá lo sustantivo de su alianza con el Frente Amplio o si optará por un juego más flexible.
Unidad Constituyente presenta un espectáculo parecido. En torno a Paula Narváez se han hecho públicas las disputas por la hegemonía del comando -el PS versus el PPD, en lo grueso- y en la DC se ha desplegado un paroxismo de amenazas disciplinarias para quienes puedan aparecer contrariando el esfuerzo de Yasna Provoste por moverse hacia la izquierda. En la DC hay más llagas abiertas, por el alejamiento de casi toda la dirigencia histórica y por el hecho de que la candidata escogida por elección interna fue despojada mediante un acto directivo. El candidato radical, Carlos Maldonado, parece apostar a la anulación mutua de esas candidaturas y a los cupos que el PR negociará para el Congreso.
A menos de 10 días de la fecha final para inscribir las candidaturas, las primarias no convencionales de la Lista del Pueblo y de Unidad Constituyente tienen mínimas posibilidades de empatar el impacto de las primarias en que triunfaron Sichel y Boric. Parten con dos hándicaps: la contundencia y el alineamiento.
Han empezado a aparecer también esas figuras para las cuales la ocasión reside en el río revuelto. En forma sorpresiva, el propietario del Partido de la Gente, el excandidato Franco Parisi, ha sido desafiado por un discípulo más atrevido, Gino Lorenzini, que funda su popularidad en Felices y Forrados, la empresa emblema del cazafortunismo. ¿Hay espacio para los dos? Por supuesto. La gracia de la primera vuelta presidencial es que tiene espacio para todos. En eso consiste la república: cualquiera puede aspirar al primer sillón.
Si la situación se congelara aquí, habría ya un repertorio abundante de candidaturas: Kast y Sichel, en la derecha; Boric, Cuevas y una más en la izquierda; otra de Unidad Constituyente, y una (o dos) del Partido de la Gente. Siete u ocho. Y quizás faltan algunos.
La figura que resulte elegida en diciembre -dando por cierta una segunda vuelta- tendrá que vérselas con la Convención, que para entonces estará en su sexto mes, la mitad exacta del período máximo que le confiere su mandato.
Es imposible prever en qué estará para entonces la Convención, tal como ha sido imposible prever su situación actual. Los estudiosos observan que hay movimientos dentro de las tendencias representadas, que se expresan en sus votos; la conclusión principal es que los alineamientos son imperfectos y volátiles. Pero por ahora lo más notorio ha sido el esfuerzo incesante por desbordar las reglas que fijó el acuerdo de noviembre del 2019: los convencionales se duplicaron las asignaciones, mantienen un debate sobre la regla de dos tercios, algunos buscan objetar el plebiscito de salida y una comisión ha aprobado la eliminación del concepto de república. Así las cosas, no parece imposible que la Convención quiera modificar también su plazo de funcionamiento.
En otras palabras: si el estado de desorden supone la generación de un nuevo orden (una reciente película mexicana lleva ese título, Nuevo orden, traduciendo la globalidad del fenómeno), parece que se producirá mediante nuevas sacudidas estructurales del sistema político. El inicio de un enjambre sísmico.
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