Columna de Ascanio Cavallo: Estaba la rana
El gobierno debería tomar en serio las amenazas de disrupción que se están mostrando ante sus narices. O, dicho de otra manera, debería dejar de lado el buenismo que es su primer tic, incluso ante cosas tan antiépicas como las inundaciones, y tomar distancia del pathos que lo fuerza a decirle a cada audiencia lo que quiere oír, con el que tanto meten la pata y ofenden los más altos funcionarios.
Hay una primera advertencia en el esfuerzo de varios grupos estudiantiles por repetir la escalada que condujo al 18 de octubre de 2019: las agresivas evasiones en el Metro, la proliferación de bombas incendiarias, los ataques contra el transporte público. No han tenido una gran expansión, es cierto, en parte porque estos estudiantes conocen la mecánica, no la lógica. Pero también en 2019 fue minusvalorado el potencial de esas acciones.
Algunos, o muchos, de esos estudiantes están más enojados que en el 2019, porque en el gobierno ya no está un enemigo frontal como Piñera, sino un enemigo por adquisición como Boric, líder de un gobierno “amarillo”, que “no se la ha jugado”, que “nos traicionó”. ¿No es lo que se repite en TikTok, con un poco más de insultos?
La experiencia del 2019 mostró que aunque es casi imposible que existiera un plan (en el sentido militar), sí hubo dos cosas suficientes: un esquema general e instrumentos de coordinación. Con eso bastó para desbordar a la policía y poner al gobierno en la puerta del horno durante casi tres meses.
Esa experiencia también mostró que los estudiantes no fueron lo principal, sino sólo el detonador, para después ser absorbidos, con muchos otros, entre la carne de cañón del “estallido”. De acuerdo, es un poco infantil creer que se pueden repetir los mismos resultados con los mismos hechos. El asunto es otro: el violentismo, el octubrismo, necesitan una motivación específica y un premio inespecífico. En el 2019 la motivación fue aumentando desde el alza del transporte hasta la invasión de La Moneda, y esa dinámica se constituyó en sí misma en su forma de premio.
La principal explicación estructuralista del “estallido” fue la detención del crecimiento por casi una década, que llenó de frustración e ira a los sectores más vulnerables. Si esa tesis contiene al menos una parte de verdad, bueno, las condiciones no han cambiado, sino empeorado. La economía está peor que en el 2019, la incertidumbre es mayor y el futuro no se ve muy auspicioso. (Y el Presidente, de nuevo con el pathos en brazos, agrega incerteza cuando “analiza” quebrantar un grave compromiso del Estado, como el secreto del Informe Valech. ¿Quién querría firmar un contrato con un Estado así?).
El segundo pie está a la mano sin necesidad de incendiar estaciones: luego de que el gobierno perdió totalmente el control sobre la conmemoración de los 50 años del Golpe, ha proliferado la cantidad de convocatorias a desarrollar actos de distinto tipo desde el fin de semana previo, sábado 9 y domingo 10, una ordalía de perturbaciones de la vida ordinaria de las ciudades, con momentos que a todas luces son altamente riesgosos.
Ya se sabe que el gobierno cometió un inmenso error al situar en el centro de su programa simbólico esta conmemoración. Cumplía, quizás, con cierta visión maniquea de la Unidad Popular y el holocausto de Salvador Allende, y parece ser que no imaginó lo que desataría. Uno de esos monstruos es precisamente la revisión de la Unidad Popular y el Allende de esa coalición, un debate postergado y novedoso, pero que también ha devuelto a la derecha al estado combativo que tuvo en 1973. El esfuerzo de sacramentalizar las culpas, exageradamente dirigido por el PC, no está resultando, o al menos está suscitando más contestación de la que se suponía.
El día 11 se ha vuelto extremadamente sensible para el gobierno, que tendría que decidir pronto -si es que aún no lo ha hecho- si protegerá a los ciudadanos de la potencial violencia o si les concederá las virtudes salvíficas de la espontaneidad y el dolor performático. Por ejemplo: los llamados a marchar en torno a La Moneda, ¿serán permitidos o restringidos? Son decisiones difíciles, pero en eso consiste gobernar.
Y todavía queda un poco más. En el 2019 había dos grandes citas internacionales -COP25 y APEC- cuya relevancia prestigiaría al gobierno y a Piñera, todo lo que el octubrismo -o una parte de él- quería incendiar. No sabemos aún en qué lugar de la insurgencia estuvo esa motivación, pero es difícil dudar de que algo significaba.
Ahora, Chile es anfitrión de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos, una cita de gran importancia deportiva y casi sin significado político, pero parecidamente prestigiosa. OK, atacar al deporte es casi inhumano. Pero la historia enseña que, como escribió Peter Sloterdijk, “ninguna infamia ha tenido que esperar mucho tiempo” para que alguien la cometa.
Cuidado. No le vaya a pasar al país como a la cómoda rana del Tres tristes tigres de Raúl Ruiz: “Estaba la rana sentada cantando debajo del agua…”.