Columna de Ascanio Cavallo: Frankfurt am Main
La chambonada de la semana (¿o del mes, del año?) es el rechazo del gobierno a la invitación para que Chile fuese el invitado de honor en la feria del libro de Frankfurt, la mayor del mundo, además del mayor encuentro de la industria editorial y de esta con las industrias anciliares. Como sabe cualquiera que alguna vez se haya asomado al fenómeno del libro, Frankfurt es el territorio soñado, el más plurilingüe, el más multicultural, el lugar a donde casi no es posible llegar con algo más que un stand de unos cuantos metros cuadrados, como suele ser precisamente el de Chile.
El Presidente Boric reaccionó con cierta indignación cuando vino a enterarse de esta denegación. Sobre todo, descartó de un plumazo los argumentos en defensa de la decisión del Ministerio de las Culturas -presupuesto, cantidad de trabajo, prioridades, en general, peanuts- al sostener que no se trata de un gasto, sino de una inversión, que es el enfoque correcto desde la perspectiva de política pública.
El comunicado del ministerio decía, gaseosamente, que el dinero se gastaría en “el ecosistema del libro y la lectura en Chile”. ¿Qué es eso? Nada. Palabrería pura. No hay tal “ecosistema”, entre otras cosas porque el Estado lleva años sin cumplir sus compromisos mínimos con el “sistema”, como compras para bibliotecas y colegios. La política de “internacionalización del libro”, en la que se gastaron sumas importantes hasta hace pocos años, acaba de ser liquidada, o cercenada hacia las expresiones de poca monta. Ningún organismo estatal apoya a ninguna de las organizaciones importantes de editores, libreros, escritores y autores. De modo que, otra vez: palabrería.
Pero el Presidente, igual que la noticia, están atrasados en casi tres meses, porque la respuesta a la invitación alemana fue dada en marzo. Se mantuvo como un secreto, bajo la alfombra, hasta que lo descubrió la prensa. ¿Cuál es la fuente remota? El único otro que lo sabía, es decir, Alemania, cuya diplomacia quedó obviamente perpleja por la respuesta chilena.
El Presidente dio, ahora, con tres meses de retraso, la instrucción de revertirla, pero eso ya sólo depende de Frankfurt, que quizás, si es generosa, pueda otorgar un año distinto del 2025, en el que Boric ya no estará en La Moneda. Para decirlo de otra manera, se le privó al Presidente de una última ventana mundial desde la cual podría haber cerrado su cuatrienio con perfumes literarios.
¿Está enojado el Presidente con el ministro? Los presidentes no se “enojan” con los ministros. Un gobierno no es un grupo de amigotes ni un convite familiar. El ministro Jaime de Aguirre tendría que entender que ha perdido la confianza presidencial, no obstante su coraje para asumir la responsabilidad. Pero todo esto, al final, es anécdota en comparación con su trasfondo.
Y ese trasfondo, una vez más, es que el gobierno presenta unos inmensos déficits de conocimiento y fallas sistemáticas en sus cadenas de decisión. Por ejemplo, en el caso de la feria de Frankfurt: la cadena empieza en la embajadora de Chile en Alemania, Magdalena Atria, que debió ser la primera en advertir la importancia de la invitación y los efectos de rechazarla. Esa alerta debió llegar a los dos ministerios involucrados, Relaciones Exteriores y Cultura (recordar que en ese momento las titulares de ambos estaban siendo despedidas). En la Cancillería debió ser notificado el director de Asuntos Culturales, Erwan Varas. De Aguirre, por su lado, debió hallar este problema entre un fardo de pendientes. Correspondía entonces que a lo menos la subsecretaria de las Culturas y las Artes, Andrea Gutiérrez, participara de la decisión o de la advertencia. Pero toda la cadena falla. No se sabe exactamente cuándo y por quiénes; falla en conjunto. El detalle es parte del secreto.
Hay que decir, entremedio, que estos dos han llegado a ser los ministerios más agobiados con la obsesión de los 50 años. Desde que se empezó a descubrir que este era más un fardo que un regalo, todo el peso empezó a caer en Cultura, para efectos internos, y en la Cancillería, para cuanto tenga que ver con la (eventual) demanda del exterior. De modo que, al menos en estas materias, están bajo una presión con plazo fijo.
La revelación sorpresiva del secreto es otra falla de la cadena. Como varios de sus antecesores, este gobierno adolece de una manía secretista que se aviene mal con su propia cultura de redes sociales. El recurso estándar de culpar a los medios periodísticos es más antiguo que la cocoa, a pesar de que los Miguel Mellado de este mundo suelen demostrar que no es allí donde están los problemas.
Queda para el final la pregunta recurrente: con presupuesto mezquino, con trabajadores descontentos, sin prioridades claras (salvo los 50 años), con la desatención del gobierno, marginalizado y empujado a tomar decisiones como la de Frankfurt por motivos miserables, ¿se justifica que exista un Ministerio de Cultura?
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