Columna de Ascanio Cavallo: La candidata
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Michelle Bachelet será la candidata presidencial de la izquierda. No hay que jugar a las adivinanzas con la política, porque no es sano para la democracia. Tampoco para los candidatos, como ha dicho el senador Insulza: a unos los mantiene en ascuas, a otros los sepulta antes de nacer. En la política, casi nada sucede por azar, aunque la mecánica de muchas decisiones tiende a esconderse de los ciudadanos. Pero este ni siquiera es el caso. Todo ha sido ostensible, grueso, público y escalado.
¿Cuándo empezó? Visiblemente, después de las municipales, cuando la expresidenta percibió que su principal idea acerca de la izquierda -la unidad amplia, amplísima- estaba en peligro y que la principal cara de ese peligro era el PPD, que podría arrastrar al PS a una aventura de reposición del Socialismo Democrático, por encima del FA y el PC. Y en ese rumbo, el PPD proclamaría, como ocurrió, a Carolina Tohá.
Faltaría probar si Tohá sería la abanderada de una propuesta como esa (cosa segura en otros tiempos) o si, en su situación actual, se hallaría más bien cooptada por el FA o, lo que es lo mismo, por el Presidente Boric. Esa discusión no ha alcanzado ni a perfilarse. La expresidenta la canceló con un par de movimientos y puso en acción a las fuerzas centrípetas en la izquierda, como deseaba.
Lo único que se alcanzó a decir fue que Tohá sería poco competitiva y que no marca en las encuestas, una injusticia monumental desde que aún carga con el elefantiásico peso del Ministerio del Interior. Por el mismo desagüe se van detrás suyo todas las otras opciones de renovación. La renovación no es un problema de Bachelet.
Por eso es ingenuo creer que el FA y el PC pueden “analizar” la opción de Bachelet 3. Simplemente, no tienen otra. Podrían presentar candidatos propios, pero sólo para la infatuación testimonial. Sus candidatos a parlamentarios más bien huirían de esos presidenciables. Así que no “estudian”, ni “se abren”, ni menos ejercitan “aperturas tácticas”, como dijo la presidenta del FA con el característico lenguaje del ocultamiento. Pura filfa.
Del PS, ni hablar. Salvo algunos próceres aislados -que pronto se sumirán en el silencio-, cabe esperar un rápido cierre de filas. Y eso que la “unidad de la izquierda” representa el sacrificio del Socialismo Democrático en el altar de la indiferenciación con otros proyectos de la izquierda. En cuanto al PPD… bueno, el único candidato que ha tenido fue Ricardo Lagos, que no está contemplado en los manuales de la historia reciente. Y ni siquiera era exclusivo. (La renuncia de Natalia Piergentili a la directiva -fundada en problemas personales reales- es otro síntoma de que ese partido ya está entregado).
Pero entonces, ¿Bachelet no lo está pensando? No es verosímil. No tiene espacio para pensarlo. Incluso aunque crea que va a perder, no puede dejar solos a unos candidatos a parlamentarios que sin ella sentirán que van en rumbo directo al matadero. No podría ser responsable de una catástrofe parlamentaria. A un resultado como ese sucedería una revisión de la política de la izquierda que a ella le gusta. Es verdad que tampoco puede evitar por sí sola una derrota en todos esos planos, pero si es que eso va a ocurrir, que no sea por su ausencia.
Por lo tanto, lo que podrá estar pensando son otras cosas: el calendario, las condiciones para los partidos, la posibilidad de primarias (mejor que no, para qué), las nóminas parlamentarias, la campaña, en fin, la lista de compras para el año. Y el tono, ¡ah, el tono!
A partir de marzo, la energía dominante de la campaña será la polarización. No es un ambiente que la favorezca. En su primera presidencial, le ganó a una derecha dividida que, de haber sumado perfectamente sus votos, la habría derrotado con amplitud. En la segunda enfrentó a una derecha devastada y tuvo por rival final a Evelyn Matthei, carente a esas alturas de toda posibilidad. Ahora, por primera vez, parte rezagada en las encuestas. No es una ganadora a priori, como en esos casos. Si ha entrado al ruedo es porque ha visto que la derecha podría llegar con tres candidatos, corroyendo sus antes seguras posibilidades. Ese es un escenario que Bachelet ya conoce.
Luego está la parte más ingrata: el incesante recuerdo de fallas y fracasos, de proyectos con mal final, de errores políticos y personales, todas las cosas donde la jefa del Estado ponía la cara, aunque las patas las hubiesen metido otros. Es la parte hiriente y en otra época quizás la hubiese inhibido, pero ya no; ya sabe que es el precio de la ambición.
Ambición, por cierto, no es la palabra que desearía. Mejor sería “sacrificio”, “entrega” u otra de ese espacio semántico. Pero ¿cómo decir de quien a los 73 años se anima, no sólo a intervenir a saco en el sector en el que milita, sino también asumir el gobierno por tercera vez?
Por fin, el problema decisivo: ¿Será una candidatura de continuidad del gobierno actual o será una de “distancia crítica”? El primer caso fortalece la idea de la “unidad de la izquierda”, pero la acerca más a la derrota. El segundo caso le exige poner énfasis en materias que no le gustan (seguridad, crecimiento, inversión, ahorro, menor gasto fiscal) y que afectarían la “unidad de la izquierda” hasta ponerla también a un tris de la derrota.
La política no es sólo elecciones. Pero ese es el terreno fuerte de Bachelet. Y, siendo así, es posible que la única manera de que deje la política local es una derrota. Sólo que eso no ha sucedido.
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