Columna de Ascanio Cavallo: La declaración del Diablo

Sesión de la Cámara de Diputados. 10 de noviembre
Foto: Leonardo Rubilar / Agencia UNO


Antes de cumplir un año y medio, el gobierno está en riesgo. No de caer, no de ser depuesto, no de renunciar ni cosa parecida: nada es tan dramático para esta administración, todo está rodeado con la levedad de la equivocación y esas mil maneras de disculparse que sus más altos funcionarios desplegaron en las primeras semanas.

El riesgo que enfrenta es una especie de profundización de ese rasgo: una progresiva inmersión en la irrelevancia, empujado por dos fuerzas convergentes: la decepción de sus partidarios y la imposibilidad de resolver las contradicciones de su coalición. Un tercer factor -el entorno de hiperinformación- no es culpa suya, pero no puede ignorarla; a fin de cuentas, también le debe algo de su ascenso al poder.

Esto último ha sido crucial en la crisis más reciente: desde la noche del 16 de junio, cuando el pequeño diario digital Timeline, de Antofagasta, reveló la situación de la fundación Democracia Viva, todos los involucrados empezaron a tropezar en un retroceso desordenado que en una semana tenía por el suelo incluso al partido de origen, Revolución Democrática, y metido en una maraña de investigaciones incompletas a todo el gobierno. En sólo tres semanas se ha convertido en un deporte electrónico cazar a militantes de RD en posiciones de poder, deporte que consiste sólo en detectar si en sus cercanías opera alguna fundación.

El tinglado de la diputada Catalina Pérez luce especialmente desprolijo y desvergonzado, pero no único. Lo que RD ha estado haciendo es tratar de construir poder territorial que pueda traducirse en votos en futuras elecciones. Hacerlo con dinero del Estado tampoco es especialmente novedoso, pero la frontera con la corrupción es demasiado delgada como para que no salten las alarmas en algún punto de la cadena. He ahí la bobada del consorcio Catalina Pérez.

El estado del gobierno mientras esta tormenta declina (es un decir) ya es catastrófico, aunque sea el último en darse cuenta. Ha sufrido dos derrotas electorales desestructurantes, vive en minoría en el Congreso, tiene una economía deprimida y poco estimulante, y se encuentra con varios ministros en la pitilla. Ha tenido que negar que analiza otro cambio de gabinete, o sea que probablemente analiza otro cambio de gabinete.

No hay razón para alegrarse de este panorama, ni siquiera para quienes militan en la oposición más fervorosa.

Los adherentes al gobierno, jóvenes en su mayoría, que por estos días han perdido sus ilusiones, no tienen dónde emigrar. Votaron por el Frente Amplio seducidos por la idea de una izquierda socialista, pero lejana del PS -al que aprendieron a detestar-, un poco setentera, limpia, inmaculada. Una izquierda con tirria a la empresa y con una adoración sustituta por los impuestos y el Estado. No leyeron a Hobbes ni a Orwell. Sus dirigentes llegaron de sopetón al poder con una combinación de inexperiencia, vehemencia, retórica y mesianismo. De todos esos rasgos, sólo en el último habita el Diablo.

Ahora, muy poco ha quedado en pie. Lo que sus adherentes ven al frente es a un gobierno que se refugia en la experiencia del PS y del PC, los dos partidos que seguramente querían evitar. Y es probable que esas decepciones pasen a engrosar un descontento más amplio y peligroso: la desconfianza con la democracia, acaso la peor plaga espiritual que hoy asedia a América Latina. Siempre hay muchos interesados en que la gente pierda la fe en el voto; no siempre son los mismos quienes se hacen cargo de sus consecuencias.

Por el otro costado, el Presidente Boric se ha visto obligado a resolver las contradicciones en el interior de su coalición, que, tal como van las cosas, se irán agudizando en las nueve semanas que restan para el 11 de septiembre. El PC tomó la iniciativa para echar abajo una interpretación “reflexiva (”moderada” sería otra palabra) del Golpe de Estado de 1973 y transformarlo en un recuerdo de inmovilidad y victimismo. No es lo que quería el Presidente, pero -esta vez- la lucha por los símbolos le ha tenido que parecer más barata que pelear con un aliado que al menos no se ha desmoronado como RD. El PC dio una advertencia para lo que queda del año.

Después del largo trago amargo que ha sido el 2023, al gobierno le restarán dos años y: 1) una reforma tributaria nuevamente dañada, esta vez por la sonora dilapidación de dineros estatales; 2) una reforma previsional que, o estará muy lejos de lo que se proponía, o no será aprobada, y 3) al menos parchar los forados de salud, educación y vivienda.

Nada para festejar. La democracia también se perjudica con el inmovilismo. Tan negativa como una mala reforma es la total ausencia de reformas, que hacen ver a las sociedades estancadas, inertes, sin conducción. Para el recuerdo histórico, los gobiernos olvidables son aquellos sin cambio alguno. En una de sus primeras películas [Prisión, 1949], Ingmar Bergman hace decir a un Diablo ironista: “Mientras tomo el control sobre las naciones y los pueblos de la tierra, quiero declarar lo siguiente: todo seguirá igual”.

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