Columna de Ascanio Cavallo: La izquierda y la Constitución
Andrés Jouannet, presidente y único diputado de Amarillos por Chile, partido que está por cumplir seis meses de existencia legal, dijo esta semana que le parece que los partidos de gobierno tienen un comportamiento “taimado” frente al proceso constitucional. Quizás no es una descripción muy comedida, pero bastante ilustrativa.
Los diez partidos de gobierno reúnen a toda la izquierda chilena, desde la “moderada” hasta la “radical” y, como todo grupo hegemónico, no están muy dispuestos a aceptar que pueda haber más izquierdas. Mantener esa unidad ha sido la principal preocupación del presidente Boric, y también la fuente de muchas de sus contramarchas y tal vez el principal problema que lastrará su cuatrienio.
Hasta ahora, lo que ha mantenido unida a toda la izquierda en el caso de la nueva Constitución ha sido la negativa a aceptar el predominio de la derecha en el Consejo elegido en mayo pasado. Se trata de un rechazo conceptual, porque le es imposible negar que el Consejo se originó en un acto democrático y que ese resultado fue, además, consistente con el rechazo al proyecto de la Convención, que era el que sí le gustaba a la izquierda, incluso con retortijones.
La identificación entre el proyecto de la Convención y la izquierda es el fenómeno de fondo. Como se sabe, ese texto satisfacía una extensa cantidad de particularismos, algunos movimientistas, otros identitarios, y tendía a favorecer, más que a una comunidad de iguales, a un archipiélago de víctimas de diferentes tipos de exclusión, opresión o marginación.
Este es, exactamente, el problema actual de la izquierda mundial. Aunque muchos de sus líderes detestan la idea de ser llamados postmodernos, la izquierda ha sido el primer grupo ideológico capturado por las ideas de la postmodernidad, en particular las de que no existen los hechos, sino sólo las opiniones (Nietszche), que el progreso no vale la pena (Marcuse), que el cinismo es resistencia (Habermas) y que el cuerpo, la raza o la conciencia son determinados por el poder (Foucault, Deleuze). Aun rescatando algo de esas visiones críticas, Terry Eagleton reparó (en 1996) en que el impulso postmodernista venía cargado de “relativismo cultural y convencionalismo moral, escepticismo, pragmatismo y localismo, disgusto por las ideas de solidaridad y organización disciplinada, y la falta de una teoría adecuada de la participación política”.
En muchos países y en Chile, la izquierda ha perdido el impulso universalista que heredó de la Ilustración, junto con desilusionarse del progreso material y moral. Es irónico que se autodenomine “progresista” un sector que ya no cree en el progreso. Y, al mismo tiempo, ha abandonado la idea de pueblo, tanto en la forma de protagonista del cambio social como en la de beneficiario principal de éste. Su lugar ha sido ocupado por fragmentos que reclaman fragmentos del mundo. Los serios programas de cambio social han sido sustituidos por simbologías de la irreverencia, la exuberancia, el irrespeto, la antijerarquía. Una vez profetizó Chesterton: “Los nuevos rebeldes, los revolucionarios de hoy, están resueltos a introducir nuevos usos en calzado, camas, comida o muebles, así que no tienen tiempo para rebelarse”.
Hay personas de izquierda que ya se cansaron de esto. La filósofa Susan Neiman lleva una cruzada en Europa para denunciar los supuestos “profundamente reaccionarios” de las izquierdas postmodernistas, después de que advirtió que muchos colegas “que debían estar en la izquierda están dejando el compromiso político porque sienten que la izquierda ha sido capturada”. Y gracias a ello, agrega, Trump puede ser presidente de nuevo, Le Pen triunfar en Francia y seguir dominando India el filofascista Modi.
Captura es la palabra que puede definir a alguna izquierda (en Chile, el Frente Amplio) que se ha dejado persuadir por formas del populismo que están peligrosamente cerca del fascismo. A muchos no les importa que sus fuentes intelectuales tengan raíces autoritarias (Carl Schmitt, Perón, Chávez, Ernesto Laclau), con tal de que ilustren en las formas de sustituir el capitalismo y copar la alimenticia maquinaria del Estado. La izquierda siempre profesó la fe del Estado como el gran distribuidor de los bienes, pero no como ente policiaco (salvo el estalinismo) ni como proveedor de empleos y donaciones de lujo.
Así, el principal problema del proyecto constitucional de la derecha mayoritaria es que debe dialogar con una izquierda minoritaria que es muchas cosas, menos un programa político unificado. (Tampoco la derecha lo tiene, aunque sus grietas, llegada la hora, sellarán con facilidad). Pero sería un oxímoron que la misma izquierda que ha reclamado durante más de treinta años una nueva Constitución prefiera quedarse con la de “los cuatro generales”, mote que, dicho sea de paso, es desinformación pura y dura, porque esa ya no existe, sino que rige una firmada por Ricardo Lagos. Si, como cree Jouannet, jefe del partido donde se han refugiado figuras de la izquierda anticaptura, los partidos de la izquierda están “taimados”, empieza la hora de afrontar lo que hay, lo real.
La disposición a conceder y los buenos modales pueden ser los mejores activos de la derecha, ahora que el “momento destituyente” ha sido destituido (si es que alguna vez existió) y reemplazado por el hastío de la población y la obligación del gobierno de dar cierta estabilidad a un país que está más paralizado que cuando empezó.
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