Columna de Ascanio Cavallo: Los 72

URNAS ELECCIONES 2024


Al mediodía del viernes pasado, 72 personas se habían inscrito como candidatas presidenciales independientes. No se incluyen entre ellas las tres candidaturas de la derecha y la candidatura (presumiblemente) única del oficialismo, que elevarían la cifra a 76. Las candidaturas declaradas constituyen un récord histórico y superan en 10 veces las que hubo en la papeleta presidencial del 2021.

¿Qué significado puede tener esta epidemia de candidatos? En los sueños de los Padres Fundadores, que Abraham Lincoln vino a sintetizar más tarde en la consigna de un gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, quizás se cumpla aquí el ideal democrático, la igualdad de los ciudadanos, con la correspondiente disposición a que cualquiera pueda ser presidente. Claro que esta es la tradición de Estados Unidos, no la de todo el mundo, ni siquiera la de Europa, y menos la de América del Sur.

Las 72 candidaturas son un misterio. Oficiosamente, el Servel ha advertido que puede haber inscripciones por error, dado que todos los trámites se pueden hacer en línea, en muy pocos pasos. Pero no parece que el número de errores vaya a ser muy significativo. El segundo tamiz consiste en reunir un número de firmas de patrocinio, que también se ha vuelto más fácil desde que el Servel las permite en línea y ya no es obligatoria esa certificación por notaría que tantos forados mostró en elecciones anteriores. Por añadidura, en este caso aplica un 0,5% de firmas sobre la elección de diputados del 2021, en la que votó el 47,34% de los habilitados. Gracias al voto voluntario -otro aplauso para esa joya de idea- de aquel año, el número necesario será más bajo que nunca: 35.361 firmas.

Muchos analistas creen que esta cifra es demasiado baja y que se compara mal con otros países, donde las vallas son más altas. Pero la cifra subirá a casi el doble para la elección del 2029, dado que se basará en el voto obligatorio de este año. De modo que esa es sólo la mitad del problema y no responde al enigma de por qué tantas personas pueden querer y creer que lograrán ser presidente.

¿Se trata de una devaluación de la figura presidencial, del tipo “si estos pueden, por qué no yo”? Es difícil negar que hay un grado de deterioro de la figura presidencial, ligada por un lado a la erosión general del concepto de autoridad y, por otro, al uso intensivo de instrumentos vulgares, como las redes sociales, la exposición “en terreno” o el uso de un lenguaje más ligado a las campañas que a la jefatura del Estado. Nuevamente, en esto tienen un peso enorme las culturas nacionales y no hace falta describir la chilena.

Las 72 candidaturas tienen algunos rasgos en común: todas piensan que las alternativas con mayores posibilidades son más de lo mismo y todas estiman que los principales problemas del país no serán resueltos por ellas. Todas perciben un Chile deteriorado, inseguro, desigual, estancado. Y todas tienen alguna idea de cómo resolver esos problemas -el más acuciante, la seguridad.

Una idea, pero no un programa. La enorme mayoría parece ignorar, o pasar por alto, la complejidad de un proyecto de gobierno. Por supuesto, hay excepciones. Viejos conocidos, como Tomás Jocelyn-Holt (que no logró validar sus patrocinios en las últimas dos presidenciales) y Eduardo Artés, cuyo Partido Comunista de Chile-Acción Proletaria, de historial prochino, rompió con el PC tradicional cuando este apoyó a Michelle Bachelet. Artés obtuvo un 0,57% en el 2017 y un 1,47% en el 2021, de manera que se puede decir que ha estado creciendo. Otros conocidos, menos viejos, son el exdiputado Claudio Sule, hijo del prócer radical Anselmo Sule, y el senador Karim Bianchi, que con su padre, Carlos Bianchi, han formado una dinastía de intercambio de escaños en representación de Punta Arenas.

En el resto se encuentran un candidato que se denomina a sí mismo “El Cisne Negro” (Carlos Escaffi), otro que inicia su recorrido con una cita de Thoreau (Arturo Grandón), un youtuber que se ha hecho notorio por sus amenazas a personajes públicos (Pedro Pool) y una tarotista (Zita Pessagno), por sólo citar algunos al azar.

Ellos expresan lo que puede ser una segunda razón del fenómeno: la extrema fragmentación de la política nacional, una coctelera donde se combinan caóticamente un gran número de partidos en el Congreso con una escasísima identificación de los ciudadanos con esos mismos partidos. Para peor, la bancada más grande de diputados es la de los falsos independientes, que fueron elegidos por un partido o un pacto, pero ya no se reconocen en ellos y que no están dispuestos a poner sus escaños en disputa.

Algunos señalan como posible estímulo el financiamiento público que se da a los candidatos por los votos que obtengan, otra de las reformas políticas recientes que creían mejorar el ejercicio democrático adoptando las decisiones erróneas. Para esos reformadores, tal vez pudo ser mejor la fragmentación que la hegemonía de los grandes partidos, sin percatarse de que allí se iniciaba el reino de los micropartidos, lábiles, inconsistentes y más fáciles de capturar.

Lo cierto es que los dineros reembolsados por el Servel no son la gran cosa. Es muy difícil que alguien monte un negocio con eso. Y, en todo caso, lo que los 72 inscritos quieren no es una pyme, sino ser presidentes de Chile, lo que quizás entra en el plano de la investigación psicológica, no en la sociológica.

La noticia es que el plazo de cierre para la inscripción de candidaturas presidenciales independientes vence el 18 de agosto. Cuatro meses y medio más. Que nadie se extrañe si pasan de cien.

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