Columna de Ascanio Cavallo: Los inciviles maestros de ceremonia

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La presidenta de la Convención Constituyente, María Elisa Quinteros, conversa con el vicepresidente Gaspar Dominguez, en los patios del ex Congreso Nacional. FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO


El expresidente Ricardo Lagos no quiso someterse a la segunda votación de la mesa de la Convención Constitucional para decidir si los expresidentes serían invitados o no a la entrega del proyecto final de Constitución al Presidente Boric. Se trataba, como es evidente, de una votación “arrepentida”. Por sí misma ponía en duda la inteligencia de la primera decisión. Pero tampoco era descartable -tal como van las cosas- de que en esta ronda “arrepentida” se repitiera la anterior.

No fue así, aunque en la segunda votación se mantuvo en contra de invitarlos la presidenta de la Convención, María Elisa Quinteros, dividida en una tortuosa tensión entre la convicción (el movimientismo) y un esfuerzo de buenos modales que insiste en desafiar a la inteligencia (el aforo). El vicepresidente, Gaspar Domínguez, fue más gimnástico: primero presentó la nómina de invitados con sus notorias exclusiones, luego dijo que se oponía a esa decisión y al fin votó a favor de la invitación.

El rechazo de Lagos a asistir a la ceremonia está redactado con toda clase de gentilezas filosas y con todas las capas de significación que sólo un político celosamente autónomo y cerebralmente autosuficiente puede incorporar. Lagos no es un ironista, sino un estilista en desplantes, pero es difícil que alguna vez haya escrito un texto más irónico. A estas alturas, está en condiciones de declararse ofendido poniendo por delante el doble peso de la República y la historia, y un toque de modestia que resulta tan leve como el aforo.

Pero estas son las dos cosas que justamente más repudia un número importante, quizás mayoritario, de los convencionales. Allí impera, solapada o abiertamente, la idea de que es necesario deconstruir tanto la República como la historia para dar el paso decisivo hacia un nuevo orden político y social. Es significativo que alguien tenga que convencer cada vez a la directiva de emplear la bandera, el escudo y el himno nacional. Siempre con argumentos tácticos -no conviene, se ve mal-, nunca de adhesión a tales símbolos.

No cabe duda de que, entre los cuatro expresidentes vivos, el más rechazado en el conjunto de la Convención es Piñera. Pero en el segundo lugar está, también sin duda alguna, Lagos. Que Boric lo convirtiera en el único omitido en su discurso inaugural no pudo ser un lapsus, sino tal vez, más tosca que florentinamente, un modo de evitarle una rechifla. Lapsus y aforo se parecen a gritos. La consigna en contra de “los 30 años” tiene por centro a Lagos, aunque eso sólo se dice en gritaderas anónimas. Lo único que el largo esfuerzo de demolición contra Lagos no ha tenido en cuenta es al propio Lagos. El arrogante Lagos de hoy es el mismo arrogante Lagos de ayer; para llamarlo así hay que coincidir con Pinochet. No hay en Chile una historia de resistencia cívica como la suya.

Segunda cosa: la carta tiende a liberar al expresidente de explicitar su voto en el plebiscito de septiembre, ahora que en sus partidos históricos, el PS y el PPD, se profundizan las grietas ante el proyecto constitucional. Es difícil que después de esto se le pueda solicitar un llamado a votar de tal o cual modo. Ha sido una forma sorpresiva de ganar libertad.

La tercera derivación de su carta es su impacto sobre los otros tres expresidentes. Frei comparte con Lagos su sentido de la dignidad presidencial, su visión de largo plazo y su resistencia al ataque político. Se profesan un respeto mutuo que pocos conocen. Ahora, posiblemente sólo los diferencia el hecho de que Frei está más complicado con el plebiscito de septiembre, con un partido más abiertamente dividido y con el inolvidable peso “del mandato de la historia”.

Piñera ha sido, desde octubre del 2019, el enemigo principal para los sectores que consiguieron la mayoría en la Convención. La respuesta de Lagos lo deja en la (relativamente) cómoda posición de rechazar la invitación sin que ello se convierta en una provocación. En cuanto a Bachelet, es la única que tiene la mejor razón para no hacerse cargo del debate producido en la Convención, cuyos inciviles maestros de ceremonias cometen, como Kotsuké no Suké en el cuento de Borges, un pequeño agravio sin imaginar lo que desata.

El toque final se refiere al Presidente Boric, a cuyo “temor y temblor” le habría venido muy bien presentarse arropado con cuatro exjefes de Estado. Cabe suponer que no ha tenido voz y habrá de prepararse para no ser protagonista en ese acto ya ajeno.

Pero ¿ha sido una idea tan mala? Para decir verdad, el soberanismo que se impuso en la Convención desde un inicio, destinado a sobrepasar especial y directamente al acuerdo político que le dio origen (noviembre del 2019), y también a la institucionalidad que la precede (mucho más atrás de 1980), convertiría al reconocimiento de los expresidentes en una aporía; o en un acto de cinismo. Para ese propósito, es irrelevante la posición de los expresidentes. Simplemente, no son bienvenidos.

Las dificultades morales y políticas de esto recaen sobre un grupo que en la Convención ha sido sistemáticamente minoritario, a veces por defender sus convicciones, pero no menos veces por inextricables motivos tácticos. En este sentido amplio, la Convención ha producido el mayor revoltijo ideológico del último medio siglo, sin que nadie pueda decir todavía la dirección que tomará.

En el sentido estrecho, es obviamente injusto cargar el chasco de las invitaciones a toda la Convención. Pero la mesa la representa. Quizás confirma lo que dicen las encuestas: que el mayor motivo de rechazo son los convencionales. Es otra ofensa, pero así van las cosas: de ofensa en ofensa.

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