Columna de Ascanio Cavallo: Ni tanto ni tan poco

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Como era de suponer, la inscripción de primarias para las elecciones municipales de octubre se constituyó en una señal de partida para las presidenciales del 2025. Se suele decir que en política los tiempos son como la eternidad: todo puede suceder en su interior. Pero no hay político que escape a la tentación de ir moldeando el futuro con pasos anticipados. Es también una forma de contener la ansiedad.

La derecha lleva tiempo asumiendo que las elecciones de dos años más las tiene resueltas. Lo piensa sobre la base de al menos dos premisas: una, que el gobierno cometerá los mismos errores y lo hará tan mal como lo pudo hacer en sus dos años iniciales; la otra, que el movimiento pendular de los electores -el fenómeno de las oposiciones victoriosas- tendrá que pasar a su lado.

Las dos premisas pueden ser profunda y decisivamente erróneas. El gobierno ha demostrado mayor facilidad de la que se creía para retroceder sobre sus pasos y cambiar de opinión. No es algo que lo torture, ni existencial ni prácticamente. A lo más, evita excederse en las disculpas, como hace el Presidente Boric.

Tampoco sufrirá el deterioro económico que ha vivido hasta ahora. Imitando a Nicolás Eyzaguirre en el gobierno de Lagos, el ministro Mario Marcel decidió hacer la pérdida en el inicio para trasladar la ganancia hacia el final. Aún vacilante, la recuperación de diversos campos de actividad -excepto la inversión, que de todos modos será un problema para el siguiente cuatrienio- muestra una cierta dirección. La Bolsa, que a veces es más sabia que el voluntarismo, ha estado pasando unos días eufóricos. Si se la toma en serio para mal, no se ve por qué no se la ha de tomar en serio para bien.

La tesis del péndulo, por otro lado, es sólo eso: una tesis. Se basa en lo que se ha visto en distintas latitudes en el pasado cercano. Sería un despropósito tomarla como un oráculo. Si se cumple de nuevo, no será por una mecánica de la historia, sino por las condiciones específicas del aquí y ahora.

El gobierno encuentra inmensas dificultades con la anarquización parlamentaria. Pero eso no sólo le ocurriría a cualquiera que estuviese en La Moneda, sino que de tarde en tarde ofrece también la oportunidad de encontrar votos para adquirir, como se demostró en la elección de la mesa de la Cámara. En este asunto, Boric cambió sus primeras posiciones y anunció que promoverá la reforma al sistema político, lo que sería un enorme correctivo de su gobierno. Pero, por cierto, no aplicará para las próximas elecciones ni eliminará los votos que están en el mercado.

La coalición que gobierna es inmensamente heteróclita, más que todos los frentes de izquierda conocidos en la historia. Reúne, por así decirlo, a todos los vestigios políticos e intelectuales posteriores a la Guerra Fría, y para algunos aún resulta difícil comprender por qué se juntan allí los enemigos de la Concertación con los que la fundaron. En realidad, las dos razones están a la vista: el antiderechismo y el poder.

Este, y no los anteriores, es el verdadero flanco débil de esa coalición: la sensación de que si pierde el gobierno pasará mucho tiempo antes de que pueda recuperarlo. De allí se desprende una poderosa motivación para conservar la unidad electoral y, al mismo tiempo, demasiados estímulos ansiosos para marchar sobre seguro. Es una de las cosas que explican por qué no hay aún una candidatura clara de sucesión (la otra es el temor a la trifulca), aunque todo el mundo sabe que bajo la mesa corren apuestas por no menos de cinco figuras. Que esas apuestas incluyan a la expresidenta Michelle Bachelet puede decir algo bueno sobre ella, pero políticamente es una expresión de pánico y derrotismo.

El caso es que la derecha también está más heteróclita que nunca antes. Igual que en Europa y Estados Unidos, ha cedido con facilidad a la polarización y sus grupos se miran entre sí con creciente rencor. No saben si deben ceder al clamor de los indignados o si han de expandirse hacia el centro. La posibilidad de ganar no modera los apetitos; al revés, parece exacerbarlos. Día por medio aparece alguien con aspiraciones presidenciales, que, también hay que decirlo, son en su mayoría de combustión rápida. ¿Qué los motiva? Probablemente, lo que nadie en esas filas se atrevería a admitir: una sensación de vacío, un cierto vértigo de ideas confusas sobre lo que hay que hacer y lo que no.

El centro sigue huérfano, como quedó después de la seguidilla de malas decisiones del 2021. Los partidos que aspiran a representarlo carecen de vigor y se han dividido como si siguieran la idea de que small is beautiful. El mundo creado por las dos extrañas coaliciones mayores no es para ellos, salvo que crean que las agresiones de los grandes terminarán por darles el triunfo.

El centro puede confiar, como lo hizo en toda su historia, que una mayoría del país no está por las posiciones polarizadas. Y eso puede ser cierto. Pero cuando no hay más alternativas que las peras o las manzanas, la gente, esa misma mayoría, está obligada a elegir pera o manzana.

En fin: que ni el gobierno está tan debilitado como lo quieren ver algunos, ni la oposición es tan fuerte como la quieren ver otros. Ni la coalición de izquierda ha avanzado en coherencia, ni la de derecha tiene una solidez de roca. Es un cuadro raro. En cualquier momento sufre un sobresalto.

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