Columna de Cristóbal Osorio: Informe del PNUD, ¿un sucedáneo del programa de gobierno?

El informe del Pnud, ¿sucedáneo del programa de gobierno?
El informe del Pnud, ¿sucedáneo del programa de gobierno?


Más allá de las posiciones políticas, un hecho incontrovertible es que el reciente informe del PNUD sobre Chile ha influido en el debate político. Mientras la izquierda lo levanta como una insignia que legitima su andar, la derecha lo acusa de partisano, y ya sacó la lupa para encontrarle los más variados defectos conceptuales y metodológicos.

¿Cuál es la razón detrás de la efervescencia de un documento emanado por una entidad de Naciones Unidas, como es su Programa para el Desarrollo: PNUD?

A mi juicio -tal como pasa con Cadem, cuya principal virtud es ser la única herramienta disponible para medir algo relevante- el reporte del PNUD se ha convertido en un único gran insumo investigativo público y disponible para dar respuesta a acuciantes preguntas respecto de la relación entre política y ciudadanía.

Algo que le da particular relevancia, más allá de sus virtudes y sus defectos, pues de la lectura que la ‘élite política’ haga respecto de la sociedad que está llamada a gobernar (ya no del informe), dependerá su capacidad para realizar diagnósticos asertivos y políticas consecuentes. Es decir, está en la balanza su potencia para ofrecer una vía de futuro al país, que le permita conservar su credibilidad y legitimidad de élite.

En realidad no es nueva la influencia del PNUD en la discusión, pues sus informes suelen ser insumos importantes para la deliberación política. Hay que mencionar el de 1998, titulado “Las paradojas de la modernización”, que marcó el debate entre ‘autoflagelantes’ y ‘autocomplacientes’, y el de 2015; “Los tiempos de la politización”, en el cual se advirtió del malestar social, y de algún modo sirvió para diseñar el proyecto de Bachelet II.

Pero, esos informes no se convirtieron en carta de navegación, como parece estar ocurriendo con el de 2024, al cual el sector se aferra como a tabla de salvación, la cual parece flotar en cuanto promete un malestar que vencer y villanos a quienes apuntar. Es decir, en cuanto confiere una razón de ser.

Cuando solo se tiene un martillo, todos los problemas parecen clavos. Así, la izquierda se ancla en el malestar social como fundamento, paradojalmente contenta de haberle apuntado al gato la primera vez, y a la espera de una secuela que vuelva a darle la razón, como si estuviese viviendo en un deja vu.

Algo que -me temo- la lleva a no hacer siquiera una lectura crítica completa del mismo reporte, que le informa -sin acusar recibo- de que el malestar es también con su sector, en tanto elite política, y que este malestar hoy mutó a una demanda por seguridad y prosperidad para la cual no dispone de una caja de herramientas creíble.

Y es que estos reportes eran insumos clave o indispensables, pero solo complementaban un proceso de deliberación política mayor, el cual debía nutrirse de otras lecturas relevantes sobre los fenómenos y los cambios sociales, con aportes de otras perspectivas, sensibilidades y disciplinas, incluida la de la política misma, como oficio de despliegue en el territorio, donde el olfato de un dirigente ducho a veces es más fidedigno que el frío dato de un sociólogo.

Es así como terminamos discutiendo acerca de los colores del mensajero, y eludimos el problema en sí mismo, que es la creciente incapacidad de las Élites de hacer lecturas propias y agudas respecto del país, lo que indefectiblemente la arrastrará hacia una mayor villanía. Algo que es color de hormiga, pues el ‘héroe’ que falta en esta historia no tiene rostro todavía, pero huele a populismo a lo lejos.

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile.

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