Columna de Cristóbal Osorio: La política chilena, un juego donde nadie pierde
El problema es que como nadie paga los platos rotos, esto termina generando apatía en la ciudadanía, la que observa a la política no como un espacio de poder y transformación, sino como una camarilla de gente más o menos irresponsable de sus promesas y sus actos.
En la víspera de fin de año abundan las reflexiones respecto de sus ganadores y perdedores, lo que es un interesante y entretenido modo de evaluar a los personajes públicos.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, pareciera que nadie pierde en la política chilena, pese a que está en el suelo, pues no hay quien cobre las faltas, salvo cuando estas ya son de proporciones delictivas, como pasa con los casos Audio, Convenios, Cathy Barriga o Manuel Monsalve.
De tal modo, pareciera que si no hay un fiscal detrás de un político, no hay errores que cobrar y nadie pierde su puesto en el gobierno ni en las mesas de los partidos ni su cupo a la próxima elección.
El caso más claro fue el cambio de gabinete que no fue. Por alguna razón, el oficialismo sintió que la aparente no derrota en los comicios municipales de 2024, le permitía aparentar que no era necesario una renovación de sus cuadros en miras de la recta final del gobierno y las elecciones generales de 2025.
De tal modo, se removió un par de subsecretarios, sin que haya habido una reflexión pública sobre sus gestiones, y los ministros continuaron en sus cargos, sin un reproche.
Carolina Tohá lo ha hecho regio, pese a que el caso Monsalve sucedió en su repartición y a que no ha logrado reportar beneficios claros al gobierno en materia de seguridad, salvo la exhibición de algunas cifras que no se condicen con lo que se palpa en las calles ni en las fronteras.
Mario Marcel sigue impertérrito pese a que lo único que ha logrado son avances parciales en permisología y bajar la inflación, al costo de enfriar la economía de tal modo que se ha perjudicado el crecimiento y el presupuesto.
En paralelo él -y todo el equipo político- están empantanados en una reforma de las pensiones en las que el tiempo juega en favor de la derecha, la que va a terminar imponiendo casi todos sus términos, incluso más allá de lo que estuvo dispuesta a ceder con Sebastián Piñera respecto de los porcentajes de capitalización individual y colectiva. Esto, en un contexto en que el resto de la agenda legislativa, jineteada por Álvaro Elizalde, avanza de modo vegetativo.
La ministra Antonia Orellana -además de ser baypasseada en el más importante caso con implicaciones de género del Gobierno- apareció en el evento como descolocada, enojada y errática, como cuando advirtió respecto del caso de Manuel Monsalve que “no estamos hablando de un portero de un servicio público”.
Orellana quiso salir jugando y aventuró un proyecto de ley para ampliar las causales de aborto, sin que haya agua en la piscina, elevando un tema electoralmente complejo. En la pasada, la ministra posiblemente solo se va a dar el gustito de hacerle ver a Fernando Chomali que es un “príncipe de la Iglesia”, sin notar que con eso puso de nuevo a un cardenal en la mesa de negociaciones, cuando nadie lo había invitado.
El problema es que como nadie paga los platos rotos, esto termina generando apatía en la ciudadanía, la que observa a la política no como un espacio de poder y transformación, sino como una camarilla de gente más o menos irresponsable de sus promesas y sus actos.
Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile.
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