Columna de Cristóbal Osorio: Milei Presidente, Milei ciudadano

FILE PHOTO: G20 summit in Rio de Janeiro
Milei Presidente, Milei ciudadano. REUTERS/Pilar Olivares

La autoridad no deja de ser autoridad fuera de horarios de oficina, ni en actividades o negocios privados, ni en sus redes sociales.



La reciente entrevista que Javier Milei dio a la televisión argentina demuestra no solo el nivel de frivolidad y compromisos políticos en que se mueven las comunicaciones en América Latina, creando desinformación y verdades oficiales, sino que también devela otras costuras del poder que acreditan la grave crisis política que atravesamos por levantar liderazgos espontáneos y de barro.

A partir del momento en que Milei promocionó una criptomoneda mostró su peor faceta. El Presidente trató de salir al paso -primero a través de X, insultando a sus detractores-, y cuando la crisis escaló a una política y judicial, en Argentina y Estados Unidos, se decidió por un clásico confiable: entrevista en TV, de local -en la Casa Rosada-, controlada de principio a fin. Pero en Argentina la regla no es el control, sino la incontinencia, y todo se fue de las manos cuando alguien decidió filtrar toda la grabación de la entrevista. Performance que dejó episodios dignos de reflexión.

Lo más serio es la increíble confusión que mostró Milei (y la TV argentina) entre lo público y lo privado. El Mandatario fue a decir, básicamente, que lo de $Libra era un asunto entre privados que no había causado perjuicio fiscal para Argentina. Un episodio en el cual Milei habría actuado a título personal, desde su cuenta de X y no como Presidente de Argentina. Cuestión que impondría a sus ciudadanos la necesidad de saber en qué medios y en qué momentos ejerce como Presidente.

La confusión se profundizó al afirmar que “la verdad, los temas jurídicos no son lo mío, sería imprudente de mi parte que te anticipe esto, quien seguramente mejor entienda del tema es nuestro ministro de Justicia”. Con ello dio a entender que Mariano Cúneo actúa tanto como alta autoridad de su gobierno como abogado personal. Algo que -además- contradice toda la línea de defensa del Mandatario cuando busca separar sus funciones públicas de sus comportamientos supuestamente privados.

Es cierto que la llegada del lawfare y la falta de pericia de muchos políticos impone la necesidad de que se rodeen de batallones jurídicos. Ello convierte en una lección para cualquier candidato aquello que se solía decir en la campaña de Lula: “Hay que tener equipos jurídicos para ganar elecciones”. Pero eso no implica transformar a los ministros de Justicia en los abogados personales de los presidentes, ni la función pública debe ser comprendida como un litigio permanente.

La autoridad no deja de ser autoridad fuera de horarios de oficina, ni en actividades o negocios privados, ni en sus redes sociales, incluso estas deben guardar decoro y un comportamiento acorde al cargo cuando lo abandonan. Tampoco es cierto que -como pretende la actual generación al poder- se pueda ser autoridad exclusivamente en horario de oficina y días de semana.

Eludir lo anterior implica banalizar el poder, no entender el honor y la dignidad que supone, ni la responsabilidad total que entraña el ejercicio de cargos públicos.

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional Universidad de Chile

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