Columna de Cristóbal Osorio: Sleepy Chile
El 8 de octubre de 2019, en un matinal, el Presidente Sebastián Piñera dijo “en medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable”.
Diez días después, el país se vio sumergido en su más grave crisis social y política, la cual hizo palidecer los graves problemas de nuestros vecinos, al punto en que el Presidente debió renunciar a su entronización internacional, abdicando a ser sede de la APEC, donde se reconciliarían Xi Jinping y Donald Trump, y a la COP25, que nos otorgaría una credencial verde internacional.
La APEC se canceló ese año y la COP25 se realizó en Madrid, organizada por Chile, con deslucidos resultados, al punto de que la ministra de Medio Ambiente, Carolina Schmidt, la tuvo que cerrar a la rápida, pidiendo que manden los documentos finales por internet para terminar el trabajo a distancia, escuchándose como respuesta un “noooo”.
Hoy, cinco años después, la sede de la APEC es Perú, país que pese a su crisis política crónica, logró poner en primera plana la inauguración de Chancay, un megapuerto a 80 kilómetros al norte de Lima, el cual llegará a mover 1,5 millones de contenedores anuales y reducirá el tiempo de transporte marítimo entre China y Perú en 15 días. Una mega obra de capitales chinos, en la mitad de las costas del Pacífico Sudamericano, que probablemente será el punto principal de los corredores bioceánicos del subcontinente.
La COP no “volvió” a Sudamérica, pero Brasil se las arregló para hacer de Río de Janeiro la sede del G20, que agrupa a las principales economías mundiales, en un momento clave del desarrollo de las relaciones internacionales.
¿Qué rol juega Chile en todo esto? El Presidente Gabriel Boric, al menos estuvo en ambos eventos, incluido el G20, pese a que la economía de Chile es demasiado pequeña como para ser miembro, pero su paso -la verdad- fue casi desapercibido.
A mi juicio esta pérdida de protagonismo de Chile es completamente sintomático de décadas de decadencia de su Cancillería, la que -a diferencia de Torre Tagle en Lima o Itamaraty en Brasilia- no ha podido convertirse en un baluarte de las políticas de Estado de los intereses permanentes del país, lo que ha llevado a que Chile sea un país adormilado y la sombra de lo que fue; un modelo a seguir en la región.
Los casos que lo demuestran son muchos y demasiado frecuentes.
En el caso de Sebastián Piñera; el nombramiento de su hermano Pablo Piñera como embajador en Argentina (2018), el viaje de sus hijos en la delegación que fue a China (2018), la invitación a los venezolanos a ir a Chile desde Cúcuta (2019), lo que se suma a los bochornos de la APEC y la COP.
En el caso de Boric; el desaire al rey de España, Felipe VI (2022), el desaire al embajador israelí (2022), la tardanza en el agreement del embajador Sebastián Depolo en Brasil (2022), el indecoroso momento del embajador en España, Javier Velasco (2022), el desaire a Lula da Silva en Celac al pedir alineamiento contra Rusia (2023), el llamamiento a los jóvenes chinos a “mantener una dosis de rebeldía y a no conformarse con versiones oficiales” en su gira a China (2023), la desinvitación de Israel de la FIDAE (2024) y las críticas por Twitter a Trump por parte del embajador Juan Gabriel Valdés (2024).
Un sinnúmero de circunstancias de las que hay que despertar, de modo que la política exterior deje de ser un campo para pagar favores políticos, darse gustos e instalar a familiares y amigos.
Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile
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