Columna de Daniel Matamala: Curva de aprendizaje

El Presidente Gabriel Boric informó en un punto de prensa que aceptó la renuncia del subsecretario de Redes Asistenciales, Fernando Araos.
El Presidente Gabriel Boric informó en un punto de prensa que aceptó la renuncia del subsecretario de Redes Asistenciales, Fernando Araos. Foto: Sebastián Beltrán Gaete / Agencia Uno.


“No hay espacio para curvas de aprendizaje, hay que llegar a actuar”, dijo el Presidente Boric al anunciar la salida del subsecretario de Redes Asistenciales, Fernando Araos, y su reemplazo por Osvaldo Salgado.

Minutos después, la ministra de Salud, Ximena Aguilera, usó el mismo término: “El Presidente Gabriel Boric fue muy prudente al nombrar a alguien con una larga trayectoria, que no va a necesitar una curva de aprendizaje”.

El contraste es implícito, pero evidente. La experiencia del subsecretario caído en desgracia era escasa, y su curva de aprendizaje, larga.

Esas son palabras que serían esperables en la oposición. Pero viniendo del propio Presidente y su ministra, suenan más a confesión que a otra cosa. Lo que ocurrió en los últimos días en el área de la salud sería una comedia de equivocaciones si no hubiera vidas de niños de por medio.

Fue, más bien, una tragedia de errores.

El martes 6, Mía, una guagua de tres meses, murió en el hospital de San Antonio por virus sincicial después de que se hubiera buscado infructuosamente una cama crítica para ella.

La primera versión fue que la única cama disponible estaba en Arica. Al día siguiente, miércoles 7, Araos relató que habían llamado a las clínicas privadas, y que estas respondieron que no tenían camas. “Existen grabaciones de las llamadas”, detalló el subsecretario.

El jueves 8, en CNN, fue aun más específico, diciendo que “hemos derivado pacientes” a la Clínica Las Condes (CLC).

El viernes 9 llegó el primer desmentido. El director de la CLC afirmó que tenían camas disponibles, pero que “no hemos recibido pacientes del servicio público, a pesar de lo que dijo el subsecretario ayer. No nos han derivado pacientes”.

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La ministra de Salud, Ximena Aguilera

La mañana del domingo 12, en Canal 13, la ministra de Salud cambió la versión del gobierno. Admitió que no habían llamado a la CLC y responsabilizó a un dictamen de la Contraloría, que “impide que determinadas empresas hagan contratos con el Estado”.

Ese mismo día llegó el segundo desmentido. En un inusual comunicado, la Contraloría aclaró que no había emitido ningún dictamen “que impida la gestión de prestaciones médicas en servicios de salud públicos o privados”.

Esto obligó a una tercera versión del gobierno, que lamentó la “confusión involuntaria” de la ministra, y ahora argumentó que “la inhabilidad de la CLC para suscribir contratos con el Estado por un periodo de dos años es resultado de la declaración de la justicia laboral por vulneración de derechos de los trabajadores”.

De inmediato, especialistas del área hicieron ver que la explicación no calzaba: el decreto de emergencia sanitaria vigente permite ocupar camas sin importar esa sanción.

El lunes 12, el gobierno dio su cuarta -y, hasta ahora, definitiva- versión. Araos admitió que “pudimos constatar que no existieron registros de llamadas a Clínica Las Condes. Ante esta situación, he decidido tomar las medidas administrativas necesarias para esclarecer el hecho y las causas”.

Araos aseguró que no renunciaría: el hilo se cortaría por lo más delgado. La ministra vocera, Camila Vallejo, advirtió que el subsecretario quedaba “en el pie de trabajar con alta y mayor rigurosidad” para enfrentar la emergencia.

Era difícil entender por qué se sostenía a Araos en el cargo después de tal cúmulo de errores. Al día siguiente (martes 13) todo cambió de nuevo: el Presidente Boric anunció la destitución de Araos y su reemplazo por un subsecretario sin “curva de aprendizaje”.

Esa misma tarde, en el Congreso, la ministra de Salud anunció la obligatoriedad de las mascarillas en los colegios, con vigencia inmediata, misma medida que había descartado el día anterior. El decreto recién llegaría a los colegios dos días más tarde.

La sensación que quedó es de improvisación, de un gobierno que dice y se desdice, que maniobra sin sentido cuando más se necesita un timón firme: en medio de una tormenta en que vidas de personas están en riesgo.

Hace meses que sabíamos que este invierno sería difícil. Se esperaba que la apertura pospandemia trajera una temporada crítica de enfermedades respiratorias. La teoría se había confirmado con el invierno del hemisferio norte, dándonos un semestre para prepararnos.

El gobierno había promulgado un decreto de emergencia, pero especialistas advertían ya hace tiempo que la comunicación de riesgo era nula, la población no estaba advertida del difícil invierno que se avecinaba y, como consecuencia, la campaña de vacunación contra la influenza avanzaba a paso de tortuga.

La curva de aprendizaje incluso podía verse en asuntos cotidianos. Mientras Chile vivía la peor crisis de virus sincicial de su historia, la jefa de la División de Gestión de la Red Asistencial viajaba a Rapa Nui, en una visita encomendada por Araos.

Tras su cuenta pública, la aprobación del Presidente subió 10 puntos. En la semana siguiente, bajó ocho. Alzas y bajas así de abruptas no se habían visto tras las cuentas públicas de presidentes anteriores. Es el síntoma de un Presidente cuya narrativa sintoniza con las demandas ciudadanas, pero que genera frustración al no mostrar una gestión al nivel del discurso; al no poner los hechos a la altura de las palabras.

Parte del problema es subestimar la complejidad de la gestión del Estado y confiar responsabilidades gigantescas en base a la militancia, el discurso político o la afinidad personal.

Es que, como tardíamente está aprendiendo el gobierno, hay ciertos temas en los que no hay tiempo para curvas de aprendizaje.

Por eso la frase tiene tanto de confesión: porque es la curva de aprendizaje que está viviendo el propio Presidente.