Columna de Daniel Matamala: Derrocar al capitalismo



“Los chilenos no quieren derrocar al capitalismo, quieren arreglarlo”, fue la frase del exministro Andrés Velasco por la que consultaron al Presidente Gabriel Boric durante una entrevista con la BBC.

“No estoy de acuerdo con Velasco”, contestó Boric. “¿Hay una parte de usted que quiere derrocar el capitalismo?”, le preguntaron. “Parte de mí”, asintió. “Creo firmemente que el capitalismo no es la mejor manera de resolver nuestros problemas en la sociedad”.

Pudo quedar en un malentendido o un problema de traducción. Pero el oficialismo se cuadró con esa tesis. “El capitalismo no es la solución a todos los problemas sociales y la realidad chilena ha dado prueba por décadas de aquello. Por eso es tan importante avanzar hacia un Estado de bienestar”, dijo la vocera Camila Vallejo.

El diputado Diego Ibáñez, correligionario de Boric, afirmó que “en este sistema capitalista (…) se mueren anualmente cerca de tres millones de niños por desnutrición (…) Para mí, eso es el capitalismo, y quiero superarlo”.

¿“Derrocar” o “superar” el sistema que impera en todas las democracias desarrolladas del mundo?

La RAE define el capitalismo como “un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado”. Dentro de ese marco general, hay todo tipo de sabores y colores. Pero, al confundir capitalismo con neoliberalismo, al identificarlo con la más extremista de sus versiones, la izquierda pisa el palito de los Chicago Boys, que planteaban esa dicotomía tramposa: o capitalismo salvaje o socialismo soviético.

Claro, ese debate lo tienen ganado de antemano. Hoy no existe ningún otro modelo viable. El siglo XX marcó el triunfo del capitalismo y el fracaso de su alternativa, los “socialismos reales”.

Alemania y Corea fueron laboratorios naturales. Mientras Alemania Occidental y Corea del Sur se convirtieron en prósperas democracias, Alemania Oriental y Corea del Norte fracasaron estrepitosamente: sus habitantes se volvieron mucho más pobres y mucho menos libres que sus compatriotas del otro lado de la frontera.

Es que las economías capitalistas no solo han sido imbatibles en crear riqueza y elevar el bienestar de la población; también en albergar democracias sólidas. Es una discusión del huevo o gallina (¿es el capitalismo el que estimula la democracia, o más bien al revés?), pero completa un círculo virtuoso.

Países prósperos, con una fuerte clase media, tienden a tener instituciones democráticas robustas. Estas, a su vez, ponen bajo control los instintos más salvajes de los capitalistas. No todos los países capitalistas son democráticos, pero todas las democracias avanzadas del mundo son capitalistas.

En cambio, los resultados de la alternativa anticapitalista, hasta hoy en La Habana, Caracas o Pyongyang, son desoladores: represión y miseria. No son esos los modelos que Boric tiene en mente, por cierto; el Presidente ha sido claro en condenar tales dictaduras y alabar, en cambio, a democracias europeas. Allí también apunta la vocera al hablar de un “Estado de bienestar”. Pero es que esos modelos que se quiere imitar son, precisamente, capitalistas.

El capitalismo no es enemigo del Estado de bienestar. Al revés, es condición necesaria para su existencia. Los estados de bienestar necesitan prosperidad para proveer educación, salud y jubilaciones de calidad. Sin ella, los derechos sociales quedan en el papel, como ocurrió en muchos socialismos reales que apenas repartían pobreza.

Como el diputado Ibáñez, todos queremos salvar a los niños de la desnutrición. Pero, de nuevo, ningún sistema ha hecho eso mejor que el capitalismo. En el “Gran Salto Adelante”, la China maoísta mandó a los agricultores a producir acero: entre 15 y 55 millones murieron de hambre. Tras adoptar su propio modelo de capitalismo, los chinos ya no mueren de hambre; cientos de millones de ellos han pasado de la pobreza a la clase media (siguen viviendo, sin embargo, una dictadura).

Lo que quedan son modelos dentro del capitalismo. El proyecto de los Chicago Boys fue un tipo de capitalismo extremista. Fracasaron. En dictadura, su experimento de laboratorio provocó un crecimiento económico mediocre, la concentración del poder económico en unos pocos magnates, una explosión de la desigualdad y altísimas cifras de pobreza.

Alemania y Corea, en cambio, triunfaron. Alemania impulsó un “capitalismo renano” con un potente Estado de bienestar, fuertes impuestos a los más ricos y participación de los trabajadores en el gobierno corporativo de las empresas. En Corea, la política de industrialización diseñada y empujada por el Estado los llevó de vender pescado seco a exportar tecnología de punta. Hoy ambos son países democráticos, innovadores, prósperos y relativamente igualitarios.

Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega e Islandia lideran los rankings mundiales sobre calidad de la democracia. Al mismo tiempo, están en el top 20 del muy capitalista Índice de Libertad Económica, y en el top 15 de los países más igualitarios del planeta. Lo logran combinando libre mercado con altos impuestos, protección social e innovación.

En América Latina, Uruguay y Costa Rica puntúan alto en libertad económica, en calidad de la democracia y en igualdad. Chile, sólo en los dos primeros; ahí, en la desigualdad, está la pata coja de nuestro modelo.

En este debate, Velasco tiene razón, no Boric. Debemos seguir el camino de las sociedades que admiramos, y, tal como lo hicieron ellas, arreglar nuestro capitalismo, no derrocarlo.

Ese camino está trazado: aprovechar la inigualable potencia del mercado para generar riqueza; perseguir monopolios y carteles para proteger la libre competencia; cobrar impuestos progresivos para financiar derechos sociales, y hacer trabajar juntos a empresas, universidades y Estado para avanzar en innovación y desarrollo.

Un camino capitalista, democrático e igualitario. Tres puntos cardinales que apuntan en la misma dirección.

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