Columna de Daniel Matamala: Nuestro sueño americano
En 1975, no pudimos.
Santiago fue designado sede de los VII Juegos Panamericanos de 1975. Hubo logo oficial, un presupuesto de mil millones de escudos y un comité organizador presidido por Sabino Aguad.
Se prometió completar el Estadio Techado del Parque Cousiño y se anunció una Villa Panamericana en el fundo San Luis, en Las Condes. Se licitó una piscina temperada en el Estadio Nacional, se encargaron camas de 220 centímetros de largo para los atletas, y se planificó la importación de jabalinas desde Finlandia y de chuecas desde Pakistán.
Pero la crisis de la UP obstaculizó los preparativos y el 11 de septiembre fue el golpe de gracia. El 24 de octubre de 1973, con el Estadio Nacional convertido en campo de concentración, la Junta Militar renunció a los juegos.
Los Panamericanos se hicieron en México. La Villa San Luis, donde se levantarían los alojamientos para los deportistas, fue desalojada, y sus habitantes, trasladados a los suburbios. Los terrenos fueron usados por el Ejército, y para levantar un mall y torres de oficinas. El Estadio Techado, la piscina temperada y las demás obras quedaron en nada.
En 1987 tuvimos una segunda oportunidad. Pero tampoco pudimos.
Santiago fue elegido, por 18 votos contra 14 de Quito, como sede de los X Juegos Panamericanos de 1987. Hubo logo oficial, mascota (un pingüino), un presupuesto de 170 millones de dólares provenientes de la Polla Gol, y un comité organizador presidido por el ministro de Defensa, general Washington Carrasco.
La prensa de la época destacó que se construirían “modernísimas obras”: otra vez la piscina olímpica del Estadio Nacional, otra vez el Estadio Techado del Parque O’Higgins (“con cúpula corredera, como en Europa”), y una Villa Panamericana en La Florida.
Pero de nuevo una crisis económica y política obstaculizó los preparativos. Como medida de ahorro, se pensó en habilitar la Escuela Militar para los atletas, pero el director de Deportes, general Sergio Badiola, le bajó el pulgar a la idea. “Mi general, se la hacen tiras, porque son indios los que vienen. Es decir, hablamos de centroamericanos y otros por el estilo”, dijo Badiola a Pinochet.
Hubo otro argumento. Según el periodista Erasmo López, Badiola le confidenció que “un informe de inteligencia advertía que los juegos constituían un riesgo para la seguridad nacional”. Pinochet habría ordenado a Badiola cancelarlos porque “no quería tener guerrilleros cubanos infiltrándose como deportistas en Chile”.
Los Panamericanos se hicieron en Indianápolis. La Villa de La Florida jamás se construyó. El Estadio Techado, cuya edificación había comenzado para ser sede del Mundial de Básquetbol de 1958, siguió abandonado varias décadas más. En 2000 se le usó para una serie de Copa Davis con Argentina. Con la construcción inconclusa, parte del respetable debió sentarse en sillas plásticas. Envalentonados por la cerveza que corrió a raudales, terminaron lanzando las sillas a los deportistas. La serie fue cancelada, y Chile, castigado.
Con el siglo XXI llegó otra oportunidad.
Y la tercera fue la vencida: los XIX Juegos Panamericanos Santiago 2023. Un sueño de medio siglo al fin cumplido.
El Parque Bicentenario de Cerrillos, subutilizado por tanto tiempo, comienza a encontrar su lugar en la ciudad. Primero con megaeventos musicales, y ahora con la Villa Panamericana. En una idea brillante, se usó el Metro para llevar a los deportistas desde Cerrillos hasta la inauguración en el Estadio Nacional. La Línea 6 se convirtió en una fiesta para deportistas y para el público, con el orgullo de presumir un transporte de estándar mundial.
65 años después del Mundial de Básquetbol en que debía inaugurarse, el Estadio Techado, ahora concesionado como Arena Parque O’Higgins, es una realidad: ahí se jugará el vóleibol.
Y el corazón de Santiago 2023 está en el Parque Estadio Nacional. A 85 años de su inauguración, al fin el Coloso de Ñuñoa florece en todo su potencial. Como tantas veces se soñó, es ahora un parque deportivo con 31 hectáreas habilitadas para deportes acuáticos, de contacto, tenis, hockey, rugby, patinaje, gimnasia, deportes urbanos y un largo etcétera.
Hace 20 años, el entonces alcalde de Ñuñoa Pedro Sabat propuso demoler el Estadio Nacional para construir torres de edificios. El voraz negocio inmobiliario tenía esa víctima entre ojo y ojo. Pero a veces, podemos ponernos de acuerdo para pensar nuestra ciudad como algo más que un sabroso negocio por concretar. Convertir al Parque Estadio Nacional en el parque de alto rendimiento deportivo más grande de América es una prueba elocuente de ello.
Sí podemos. Chile enfrenta tiempos polarizados y pesimistas, es cierto, pero démonos algo de crédito. El martes se cumple medio siglo de la renuncia a la sede de 1975. A diferencia de entonces y de 1987, hoy sí somos capaces de dejar las diferencias de lado y sacar adelante el evento deportivo más grande del continente.
La sede se adjudicó en el gobierno de Bachelet. Las principales obras, incluida la Villa Panamericana, se echaron a andar con Piñera. Y la inauguración llegó con Boric. Homenajeando ese sentido de Estado, los tres presidentes compartieron palco en la ceremonia de apertura.
La pandemia atrasó las obras, muchas se terminaron a última hora, y ha habido, y seguirá habiendo, problemas, quejas y chascarros. Pero hasta ahora los deportistas destacan el nivel de las instalaciones, la belleza de la cordillera, la sorpresa del Metro y el ambiente de fiesta.
Se difundió por redes sociales un torpe video que usaba el logo de Santiago 2023 para llamar a votar “A favor” en el plebiscito de diciembre, asimilando hechos de violencia con disciplinas deportivas. No hubo dos opiniones, ni en la derecha ni en la izquierda: la propaganda era una ordinariez sin nombre. La organización se querelló y los genios que la habían difundido se apresuraron a borrarla.
Fue una buena señal. No es momento para mezquindades. ¿Se imaginan si esa misma unidad la aplicáramos a conseguir una Constitución de consenso, resolver el debate sin fin de las pensiones, o combatir la delincuencia?
Son sueños, sí. Pero tal vez hoy sea el momento de soñar. Porque al fin, después de medio siglo, nuestro sueño americano se está haciendo realidad.
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