Columna de Daniel Matamala: Talón de Aquiles
“Los dioses ciegan a quienes quieren perder”, escribió Plutarco, y esa ceguera, ese exceso de confianza combinado con arrogancia y orgullo, es uno de los motores de la tragedia griega, bajo el nombre de “hibris”. Una y otra vez, héroes dotados de grandes virtudes son castigados por los dioses por su desmesura. El lector puede ir adivinando como Aquiles, Edipo, Prometeo y tantos otros se acercan a su destrucción cuando olvidan sus propias limitaciones y debilidades humanas.
Cuando creen, como Áyax, que “con los dioses cualquier Don Nadie puede conseguir la victoria; yo estoy convencido de que incluso sin ellos obtendré la gloria”. O cuando, como Ícaro, desoyen las advertencias y vuelan cada vez más alto, hasta que el sol derrite la cera de sus alas.
La lección de los clásicos es clara: en los momentos de triunfo, la hibris aparece como una trampa mortal.
Izkia Siches se convirtió en una estrella de la política en apenas dos años. Acumuló un enorme capital de credibilidad al mando del Colegio Médico. Exhibió, también, una muñeca política certera. Al principio de la pandemia, cuando La Moneda demostraba ignorancia sobre las reales condiciones de vida de los chilenos, fue ella quien convocó a un equipo transversal de economistas que destrabó la entrega de ayudas sociales. También fue ella quien lideró el acuerdo para postergar el plebiscito constitucional de 2020.
Se convirtió en el personaje mejor evaluado del país, una de las 100 líderes emergentes del mundo según Time, y pudo ser candidata presidencial si hubiese querido. Recibió, también, una andanada de ataques, varios de ellos misóginos.
En cambio, se subió a la candidatura de Gabriel Boric en un momento crítico: después del triunfo de José Antonio Kast en la primera vuelta. Su gira por Chile entregó épica a la campaña del actual Presidente, le permitió recuperar terreno en regiones y movilizó al voto femenino que decidió la elección. Tras el contundente triunfo en el balotaje, Siches era una estrella.
Entonces, aceptó asumir como ministra del Interior.
Hubo dos interpretaciones al respecto. Algunos alabaron su valentía, al poner su capital político en juego tomando el fierro más caliente de todos.
Otros alertaron de soberbia, al no dimensionar el calibre de desafíos en los que ella no tenía experiencia: violencia, relación con Carabineros, delincuencia, Araucanía, inmigración...
Lamentablemente, este primer mes en el cargo abona más bien la segunda interpretación, la de la hibris.
En vez de reclutar un equipo experimentado en política y en los difíciles temas de su cartera, se rodeó de un círculo cerrado de médicos de confianza. En vez de actuar con prudencia, ha mostrado una pulsión por improvisar acciones y palabras, desde el fallido viaje a Temucuicui hasta su mención a los presos políticos, y por invadir áreas ajenas a su ministerio, como el clasismo en la justicia y su apresurado mea culpa ante sectores minoritarios de Argentina por usar la palabra “Wallmapu”.
Cuatro semanas de pasos en falso, coronadas por la chambonada del avión.
El gobierno culpa a una funcionaria de carrera por haber entregado la información incorrecta en una reunión el 25 de marzo, versión que no está respaldada por evidencia. En cambio, los documentos existentes, tanto de la PDI como de la embajada venezolana, cuentan otra historia: siempre estuvo claro que el vuelo no salió de Chile.
Y aun si creyéramos la versión oficial, significaría que Interior recibió esa información gravísima, y actuó con negligencia. En vez de cumplir su deber de chequear, confirmar y tomar las acciones legales pertinentes, la ministra lo mencionó al pasar una semana más tarde en un diario regional, y volvió a afirmarlo frente a una comisión del Congreso, otra semana después.
“Es una chambonada impresentable”, denunció Siches, acusando al gobierno anterior de “tapar esto con tierra” y haciendo una pregunta desconcertante: “¿dónde están esas personas, que tienen indicación judicial de expulsión?”.
Lo que la ministra no parece haber entendido, es que, si la denuncia hubiese sido cierta, responder esa pregunta (“¿dónde están esas personas?”) era precisamente su trabajo. Tampoco parece haber comprendido que la denuncia salpicaba gravemente a la PDI, una institución bajo su mando.
Lo más grave es que el Ministerio del Interior es responsable de chequear y evaluar delicada información de inteligencia en temas como violencia, narcotráfico y delincuencia. Responden a él la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), la PDI y Carabineros. Ministros de gobiernos anteriores han cometido gravísimos errores por confiar en inteligencia defectuosa o falsa, en casos como Huracán o Catrillanca. ¿Qué podemos esperar en ese ámbito crucial de una ministra y un equipo incapaces de hacer el chequeo más básico?
Esta chambonada fue tan grosera, que es una última oportunidad para que la ministra le tome el peso a la responsabilidad que tiene sobre sus hombros, revalúe su forma de ejercer el cargo, y se rodee de un equipo a la altura del desafío. Si no lo hace, su caída podría ser aun más rápida que su ascenso a la primera división del poder.
El gobierno del Presidente Boric cumple el primero de sus 48 meses de mandato. Si lo asimilamos a un partido de 90 minutos, recién estamos jugando el minuto dos del primer tiempo. Y la capitana y fichaje estrella ya está con tarjeta amarilla.
Y ojo: el caso de la ministra es paradigmático pero no único. En estos primeros dos minutos del partido, ya se acumulan varios errores no forzados, por declaraciones innecesarias, y opiniones fuera del ámbito de acción de las nuevas autoridades.
Este es un equipo que ascendió al pináculo del poder en apenas un par de años, sin pasar por un período gradual de aprendizaje. Por eso el fantasma de la hibris, de una soberbia que impida reconocer las limitaciones propias de la falta de experiencia, puede ser su punto débil.
O, por citar a uno de los tantos personajes que sucumbió a su arrogancia y desmesura, su talón de Aquiles.
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