Columna de Daniel Matamala: Todo lo demás es música
En un seminario empresarial, en 2017, el expresidente Ricardo Lagos sentenció que “la tarea número uno de Chile es crecer, todo lo demás es música”, y se llevó una ovación de recompensa. Una expresión que suele repetirse como se hace con las frases hechas, sin detenerse un segundo a pensar en la aberración que significa. Al punto que Lagos, uno de los presidentes más cultos que hemos tenido, la hace propia.
Un absurdo, como si la música no fuera de lo más importante que puede habitar el alma de una persona y de un país. “Sin música, la vida sería un error”, dijo Nietzsche. “Si alguien me dice que no le gustan tanto Los Beatles, ya no confío tanto en él”, complementó Charly.
“Se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa”, solemos repetir columnistas y politólogos. De nuevo, sin pensarlo demasiado, descartamos una rama completa de nuestro saber. Una que sólo serviría para adornar discursos floridos, pero debería ser olvidada al momento de ejercer el gobierno.
El filósofo George Steiner habla de la modernidad como el quiebre entre las ciencias y el arte. “Las ciencias exactas”, dicen Joaquín Castillo y Guillermo Pérez explicando a Steiner, “desarrollan un método que se vuelve requisito ineludible para acceder a cualquier tipo de conocimiento, mientras que la poesía (aunque podemos referirnos con ese término a las artes y las humanidades en general) se convierte en un placer propio de eruditos y sabihondos (…) La palabra, despojada de cualquier capacidad evocativa, termina abandonada en un rincón”.
En Chile, la mirada se estrecha aún más, desde que, como constatan Castillo y Pérez, “la economía se transforma en la decana de toda decisión política (…) en desmedro de otros lenguajes capaces de observar zonas de la realidad inexploradas”. Así, “el debate fue absorbido por el discurso de la técnica y la economía (…) El dominio casi total de esos relatos en todas las discusiones públicas ha generado puntos ciegos”.
Es que cuando tu única herramienta es un martillo, todos los problemas parecen clavos. Chile logró estupendas cifras macroeconómicas (algo muy relevante, sin duda), mientras dejaba amplias zonas de descontento en su punto ciego. Aparte de crecer, todo lo demás era música: la falta de cohesión social, el malestar con la vida cotidiana, la tregedia de las zonas de sacrificio, la postergación de las élites emergentes, simplemente quedaron fuera del radar hasta el estallido.
“No lo vimos venir”, se justificaron, anodados. Quienes sí lo habían visto venir, y lo habían alertado desde hace tiempo, venían de otros mundos que sí leyeron esas señales: la sociología, la historia, la literatura, el teatro, el cine. También, sí, la música.
Los ya citados Castillo y Pérez, en la revista del Instituto de Estudios de la Sociedad, listan algunas de las obras literarias que leyeron ese malestar, como las de Paulina Flores, Daniel Campusano o Rodrigo Cortés.
El filósofo Byung Chul-Han advierte que “lo afectivo es esencial para el pensamiento humano. La primera afectación del pensamiento es la carne de gallina”. Por eso, desconfía del big data, que “proporciona un conocimiento rudimentario. Se queda en las correlaciones y el reconocimiento de patrones en los que, sin embargo, nada se comprende”. Sigue aquí a Heidegger, quien ya decía que “si la disposición anímica fundamental está ausente, todo es un estrétipo forzado de conceptos y palabras vacías”.
La técnica es elocuente sobre cómo alcanzar un fin, pero es muda acerca de qué fines debemos buscar. Es rica acerca del cómo, pero pobrísima cuando se enfrenta al para qué. Es tan indispensable como insuficiente para construir un pacto social en que tengamos una mirada compartida acerca del Chile que queremos construir.
La economía es la ciencia que estudia cómo satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos. Esa definición deja en claro que es una herramienta indispensable para entender las limitaciones de la realidad, pero es incapaz de dibujar por sí misma el horzonte de lo deseable. ¿Cuáles son esas necesidades? Ahí es donde la “carne de gallina” importa.
La ceguera que esa mirada puede causar quedó perfectamente resumida en una frase del connotado economista José Luis Daza. “Nosotros somos un país mediocrón (…) en la literatura, eh, Pablo Neruda, Gabriela Mistral. No somos un país de riqueza cultural. No hay prácticamente nada en que seamos los mejores”, salvo “en la reducción de la pobreza. Lo único que somos número uno”.
La política debe salir de esa mirada tan ignorante acerca de nuestra propia riqueza como país, y abrirse a otras formas de conocimiento.
Según el poeta Pere Gimferrer, “la poesía es una forma autónoma e insustituible de conocimiento, cuyo rigor estriba en que sólo puede ser transmitido por las palabras en que se formula, y no más que en éstas”. Hay que abrir los oídos a ese conocimiento, que complementa, sin reemplazar, a aquel que se transmite a través de una planilla Excel o un gráfico de barras.
Por eso fue alentador que en otro foro empresarial, cinco años después de aquel de “… lo demás es música”, un presidente electo partiera su discurso leyendo un poema de Enrique Lihn, que habla de la desigualdad a través de una visita al cementerio de Punta Arenas (“Ni aun la muerte pudo igualar a estos hombres / que dan su nombre en lápidas distintas / o lo gritan al viento del sol que se los borra”). Y que los presentes al menos hayan escuchado en atento silencio.
Porque, como bellamente resume la poeta Celia Carrasco, “la poesía es una forma de percibir el mundo y de renombrar la incertidumbre”. Una incertidumbre sin la cual no podemos entender el mundo en que vivimos.