Columna de Daniel Matamala: Todo se desvanecía en la niebla
“A mí me emocionó”, afirmó, conmovida, la vocera de gobierno. “Es una marcha llena de niños, de jóvenes, de adultos mayores, sin banderas de partidos políticos, donde claramente está representado Chile. Hoy Chile cambió”.
“La multitudinaria, alegre y pacífica marcha de hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario, abre grandes caminos de futuro y esperanza”, agregó el Presidente de la República. “La marcha me llenó de alegría. Es un tremendo logro de la sociedad chilena. Todos hemos escuchado el mensaje, todos hemos cambiado”.
La marcha es la del 25 de octubre de 2019. La vocera, Karla Rubilar, y el Presidente, Sebastián Piñera.
Cuatro años y medio después, ese episodio ha sido relegado al sótano de la historia, como si jamás hubiera ocurrido. “Todo se desvanecía en la niebla. El pasado estaba borrado. Se había olvidado el acto mismo de borrar, y la mentira se convertía en verdad”, escribió George Orwell.
Es que, como el mismo Orwell advertía, borrar el pasado es una herramienta para moldear el presente.
Por eso, hay que, porfiadamente, recordar. Ese octubre, más de un millón de personas salieron pacíficamente a la calle, y se organizaron conversaciones y cabildos por todo el país. 330 alcaldes, de derecha, centro e izquierda, convocaron una consulta nacional sobre el proceso constituyente y otros temas. Votaron más de 2 millones de chilenos. “¡El resultado es descollante!”, celebró el presidente de los alcaldes, el RN Germán Codina.
Hoy, el economista Klaus Schmidt-Hebbel se pasea por seminarios empresariales describiendo “actos terroristas coordinados” por una ficticia “alianza de terroristas, narcos, Frente Amplio y Partido Comunista, y delincuentes que quemaron, asaltaron y le robaron a medio Chile a partir de octubre de 2019″.
Esta distorsión delirante de los hechos revela, como advierte el sociólogo Eugenio Tironi, que “el establishment ha terminado por reelaborar enteramente la crisis de 2019. Quien insista en indagar en sus causas, es “octubrista”.
El uso de esa palabreja (“octubrismo”) mezcla la ficción conspiranoide a lo Schmidt-Hebbel con una conveniente memoria selectiva, que recuerda solo una parte de la crisis de octubre: los gravísimos hechos de violencia protagonizados por grupos minoritarios.
Y desvanece en la niebla todo lo demás: las manifestaciones pacíficas que alegraban al Presidente, la participación ciudadana que celebraban los alcaldes, las demandas sociales que los políticos se comprometían a solucionar (y no lo hicieron), y las violaciones a los derechos humanos perpetradas por agentes del Estado contra civiles.
El intento de borrar ese pasado es cada vez más audaz. Una nota de El Mercurio señala que “para algunas agrupaciones, la salida del general director de Carabineros sería un paso más para conseguir que se establezca que en 2019 hubo violaciones a los derechos humanos, como ellos postulan”.
¿Como ellos postulan? Esas violaciones no son objeto de controversia. El propio gobierno de Piñera aceptó “con dolor” los múltiples informes internacionales que las constataron.
Por si los negacionistas necesitan refrescar la memoria, esta semana dos carabineros fueron condenados a cinco años de cárcel por torturas cometidas en el marco del estallido. La justicia acreditó que “agredieron con golpes de pie en el rostro” a la víctima. Luego, ya esposado, lo asfixiaron y lo “tomaron de los brazos y pies, balanceándolo y azotándolo contra un portón”, provocándole entre otras lesiones una fractura de huesos nasales con desplazamiento. Hay múltiples fallos similares.
“Quien controla el pasado controla el futuro. Y quien controla el presente controla el pasado”, decía Orwell. Y esta reescritura del pasado, que desvanece los complejos hechos de octubre para acomodarlos a la caricatura del “octubrismo”, se usa para acallar la movilización social en el presente.
Esta semana, dirigentes del Partido Comunista y el Frente Amplio hablaron de “convocar a la presión ciudadana” en el debate de las reformas en el Congreso.
Chile Vamos acusó una “evidente amenaza” del PC y el FA. “Es de suma gravedad que estén llamando a un camino al margen de la institucionalidad, de destrucción e impunidad, como presión para imponer su agenda”, señalan, para luego autoproclamarse representantes de “la inmensa mayoría, que rechaza la violencia y vive todavía las consecuencias del estallido de 2019″.
El alcalde de La Florida, Rodolfo Carter, dijo que “o se hace lo que el PC y el Octubrismo quieren, o nuevamente tendremos un Estallido delictual. Un país secuestrado por la voluntad totalitaria de los que tienen un pie en el Gobierno y otro en la violencia”.
En las declaraciones de dirigentes PC y FA no hubo ningún llamado a la violencia ni a saltarse la institucionalidad. Pero el truco es que, al borrar la legitimidad de la protesta pacífica en el pasado, la manifestación se vuelve sinónimo de violencia en el presente.
Ese argumento es antidemocrático. La democracia no es sólo votar. Los ciudadanos tienen derecho a manifestarse y, sí, a presionar a las autoridades por sus demandas, como lo hacen en todas las democracias del mundo.
¿Acaso es “totalitario” que los trabajadores de Huachipato presionen por una solución al cierre de la empresa? ¿Que las mujeres exijan igualdad de derechos en la calle cada 8-M? ¿Que comunidades se levanten, como ha sucedido en Calama, Magallanes, Aysén, Chiloé y tantos otros lugares de Chile?
Además, es hipócrita. Los políticos que hoy ponen el grito en el cielo son los mismos que convocan y celebran todo tipo de manifestaciones: a favor de Carabineros, contra la delincuencia o contra la ley de aborto, por dar solo algunos ejemplos. Incluso, algunos de ellos han apoyado protestas ilegales, como el bloqueo de carreteras por parte de los dueños de camiones.
Si son de su sector político, esas manifestaciones representan la voz de “la inmensa mayoría”. Si son del sector opuesto, “voluntad totalitaria”, “destrucción” y “violencia”.
Es lo que ocurre cuando una ficción interesada reemplaza a la verdad. Cuando la historia se desvanece en la niebla.
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