Columna de Daniel Matamala: Unos Perros
“Vamos a ser unos perros en la persecución de la delincuencia”, dijo el presidente Boric, contradiciendo así un compromiso que reiteró varias veces, como candidato y como Presidente. “No voy a decir frases grandilocuentes tipo ‘delincuentes se les acabó la fiesta’ o cosas de esas características porque sabemos que entre lo dicho y hecho hay mucho trecho”, prometió en junio.
Se refería a las tristemente célebres frases de campaña del expresidente Piñera (“delincuentes, se les acabó la fiesta” y “narcos, tienen los días contados”). Ahora, Boric se sumó a esta tentación que parece irresistible para los políticos. Abordar un problema complejo como la delincuencia a punta de frases vacías, proyectos inútiles y anuncios contraproducentes.
No pasa un día sin que un político empuje, ojalá con el mayor show posible, alguna idea que le permita presentarse como el campeón de la “mano dura”: penas de cárcel más largas, armas más letales para Carabineros, decretar un “Far West” en que la acción de los agentes del Estado no esté sometida a protocolos, armar a la población…
Da lo mismo si las medidas son serias o no. Lo importante es ganar la carrera por quién se ve más duro. Por quién es el más perro.
El país desarrollado más “duro” contra la delincuencia es Estados Unidos, con penas draconianas, incluida la de muerte, tenencia de más de un arma por cada civil, y con la población carcelaria más grande del mundo en proporción a su población (2,2 millones de presos). Y es uno de los países desarrollados con mayor cantidad de crímenes violentos.
Esta semana la Fundación Paz Ciudadana entregó su estudio anual sobre el crimen. Uno de los resultados, que usted probablemente vio destacado en los medios de comunicación, es que el 28% de la población tiene un “temor alto” a ser víctima de la delincuencia, la mayor cifra en los 22 años de la encuesta. Menos publicitado fue el otro dato clave: quienes efectivamente han sido víctimas de un delito (ellos o alguien en su hogar) son el 33%, el índice más bajo en las últimas dos décadas (con la obvia excepción de los años de pandemia).
En resumen: nunca en los últimos 20 años tantas personas habían temido ser víctimas de la delincuencia, y nunca tan pocos efectivamente lo habían sido. Expertos han adelantado explicaciones tentativas.
Una es el rol de los medios de comunicación. Nosotros, en especial la televisión (ocupo la primera persona plural aquí), destinamos parte importante de nuestra pauta a la delincuencia. Según la teoría de la agenda setting, que está cumpliendo medio siglo en 2022, los medios tienen un rol crucial en influir al público sobre qué temas son más relevantes para la sociedad. En palabras del profesor Donald Shaw, “la gente tiende a incluir o a excluir de sus conocimientos lo que los medios incluyen o excluyen de su contenido”.
La espectacularidad del crimen es otro tema estudiado a nivel internacional. Hace 10 o 20 años, las imágenes sobre delincuencia solían ser expost: patrulleros llegando al sitio del suceso, declaraciones de testigos, delincuentes apresados. Hoy, con la omnipresencia de los teléfonos celulares y las cámaras de seguridad, somos testigos presenciales del crimen: vemos y escuchamos el momento de los disparos, compartimos en primer plano la angustia de las víctimas.
A ello se suma el rol de las redes sociales, con grupos de WhatsApp en que los detalles de cada delito -real o falso- se amplifican y comparten, y de aplicaciones de seguridad que crean un estado de zozobra permanente, al “alertar” como sospechoso cualquier hecho, por cotidiano que sea. Todo esto, sobre una sociedad ya enervada por hechos disruptivos como el estallido social, la pandemia y la violencia en el sur.
¿Es todo un asunto de percepciones, entonces? Claro que no. La realidad también ha cambiado, y mucho. Es cierto que la proporción de delitos violentos no aumenta (en 2021 fueron el 28% del total, y en 2022 bajaron a 25,7%). Pero ciertos crímenes particularmente terribles, que eran inusuales en Chile, están creciendo de manera alarmante.
Es el caso de los homicidios. En el primer semestre de 2019, antes de la pandemia, tuvimos 283 casos. En el mismo período de 2022, son 411. “Este tipo de delito genera un mucho mayor temor, por la percepción de que si yo soy víctima, el daño que puedo recibir es extremadamente alto”, dice el director ejecutivo de Paz Ciudadana, Daniel Johnson.
Lo mismo puede decirse de las encerronas en autopistas contra familias con niños, de los asaltos a malls cometidos por bandas formadas por un gran número de delincuentes, o de delitos como el sicariato. El “gatillo fácil” de los delincuentes causa un explicable temor. Si hace algunos años el miedo estaba asociado a ser víctima de un lanzazo en la calle, hoy crece la angustia por delitos mucho más violentos, incluso fatales.
Ante el miedo, prima la promesa vacía de “mano dura”. “El debate está invisibilizando los temas de fondo”, advierte el abogado Mauricio Duce. “La política prevalente no puede pasar solamente por proyectos de ley que crean delitos, aumentan penas o en ideas tan gruesas como ‘hay que apoyar’”. Los especialistas piden poner el foco en atacar las estructuras económicas del crimen organizado, cortar el flujo de armas hacia las bandas, y recuperar el rol del Estado en las poblaciones tomadas por los narcos.
Nada de ello es espectacular, ni rinde frutos inmediatos. Al respecto, es una buena señal que gobierno, alcaldes y oposición trabajen en una agenda coordinada de seguridad.
El crimen no se elimina con la caricatura de perros de presa yendo al ataque. Se requiere un trabajo fino de inteligencia, con herramientas adecuadas y profesionales competentes. Más que perros, necesitamos la astucia y la inteligencia de los zorros.
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