Columna de Ernesto Ottone: Cuento de Navidad

Cuento de Navidad
Cuento de Navidad. Foto: Andres Perez


Aun cuando su título se ha traducido del inglés como cuento y no como canción navideña o villancico, la bella obra de Charles Dickens es una novela corta, una “nouvelle” como dirían los franceses que aborda en torno a una historia que sucede en Navidad temas universales de la humanidad. Publicado en 1843 en la Inglaterra victoriana de la revolución industrial tiene todas las características de los escritos de Dickens, humanidad, dolor, pobreza, injusticia y redención. Aunque pudiera parecerlo no es una novela para niños o adolescentes solamente, sino para un público general. La leí de niño y me impresionó mucho, me conmovió profundamente y me volvió un lector voraz de Dickens para siempre. Hoy ya entrado en años no desdeño la relectura de sus obras.

Ebenezer Scrooge su protagonista, es un prestamista rico, avaro, seco e indiferente al sufrimiento ajeno, desprecia a sus empleados aun cuando uno de ellos es su sobrino. Para él la empatía, la bondad y la compasión son cosas absurdas e inútiles. Sin embargo, la noche anterior a la Navidad es visitado por el fantasma de un viejo socio ya fallecido tan codicioso como él, quien le enseña sus cadenas de alma en pena y le muestra los espíritus de navidades pasadas, presente y futuras que sumergen a nuestro protagonista en sus nostalgias de juventud donde recibió afectos y pudo haber optado por otra vida, le muestra también el sufrimiento y las necesidades de quienes hoy le rodean, y la visión oscura y penosa de un futuro solitario y amargo.

Al día siguiente Scrooge cambia y se redime, se acerca a quienes lo rodean y comienza una nueva vida serena, altruista y de afectos. Nos enseña en consecuencia que es posible cambiar para mejor, no estamos condenados a ser esclavos de nuestros demonios.

Es verdad que todavía quedan semanas para la Navidad y para el fin de este año 2024, tan lleno de tragedias y de dolores, que en mi caso han sido graves, pero tampoco las cosas han sido dulces para mi país y mi región, sin hablar de la situación mundial que ha vivido regresiones bárbaras, con guerras atroces que han superado con creces el buen vivir, las buenas nuevas, y la convivencia civilizada de la humanidad.

He querido traer a Dickens a colación porque su pluma es muy expresiva para señalar a través de un microcosmos narrativo, como lo cotidiano se relaciona con los grandes rasgos de la vida en sociedad. Es así como los rasgos negativos, avariciosos e indiferentes del primer Scrooge no son ajenos, se relacionan en su espíritu a las regresiones, la violencia, y los malos sentimientos en las sociedades. Por el contrario, el altruismo sereno del segundo Scrooge tiene un aire de familia, se asemeja a las virtudes de una convivencia democrática y pacífica a nivel social.

Lo esperanzador de esta historia es que el cambio para bien es posible, quizás no a través de la visita de fantasmas, sino de la decisión y el discernimiento de gran parte de la sociedad. Tal como es posible la redención de conductas individuales también lo es el lograr una convivencia social que funcione con menos crispaciones, con menos temores y con más confianza.

Ello por supuesto no es fácil, la vida y la historia de los humanos si de algo carece es de linealidad en el tiempo, si bien el avance del conocimiento y las tecnologías es cada vez más rápido y permiten lograr condiciones materiales mejores de existencia, ello no es garantía de un progreso ético, de una convivencia más justa y equitativa. La arbitrariedad es difícil de morigerar, el miedo sigue siendo desde la oscuridad de los tiempos el sentimiento central que conduce a la desconfianza y la agresividad hacia el otro, el diferente, lo desconocido. Por ello, vivimos entre el avance y el retroceso, entre el sosiego y la inquietud más allá de los tremendos pasos científicos y tecnológicos que hemos dado y seguimos dando.

Tengo la impresión de que no será ni simple ni rápido, dejar de caminar por la cornisa en los años que vienen. La situación mundial es muy dura tanto en las cifras económicas lentas, como en la pérdida de atracción de la democracia y el crecimiento de la violencia que lleva a mirar a muchos con ojos complacientes soluciones autoritarias que plantean aplastar la libertad en nombre de la seguridad.

En Chile no vivimos tiempos catastróficos, transcurridos cinco años del estallido social está claro que la visión apocalíptica que tanto daño nos hizo fue un desvarío muy por sobre la realidad de los problemas sociales que aún persisten, en los cuales quienes lo impulsaron por el camino de la violencia, más allá de la protesta ciudadana, pretendieron asentar su legitimidad.

Tampoco estamos en jauja, después de tres años de ejercicio del actual gobierno es claro que el balance final será muy modesto, que la temeraria refundación profunda a la que se aspiraba quedó solo como un mal sueño en el baúl de los recuerdos. Quienes en el gobierno tenían experiencia ayudaron para que en los momentos de delirio la estantería no se desplomara y quien dirige el país, más allá de sus errores, ha mostrado voluntad de aprender y espíritu democrático.

Sin embargo, estamos lejos del impulso propulsivo que perdimos, de encontrar una salida frente al crimen organizado que nos tiene sumido en la inseguridad y el miedo, de recuperar la confianza para retomar el crecimiento, de salir de la degradación política de los escándalos, de las impericias, de la política ríspida y peleona.

Tanto los resultados electorales como las encuestas de opinión nos muestran que después de años de bandazos y en no poca medida gracias al voto obligatorio, la opinión de la mayoría de la ciudadanía muestra una preferencia creciente y persistente por opciones políticas más equilibradas y menos doctrinarias, por candidatos menos intolerantes, por quienes dialogan y no descalifican al adversario, por visiones moderadas aunque no necesariamente para evitar los cambios que se necesitan, pero sí para realizarlos con gradualidad y consistencia.

Los extremos de derecha y de izquierda radical han visto frenado el desarrollo que mostraban en tiempos de entrevero de fárrago y de alboroto. Ello es una buena señal, Chile avanza cuando tiene paz social, cuando se dialoga, cuando las confrontaciones naturales se arbitran, cuando junto a las convicciones prevalece un cierto pragmatismo que conduce a acuerdos que hacen posible reformar sin rupturas. “Avanzar sin transar” fue y sigue siendo una consigna boba, carente de espíritu democrático y la antesala de una tragedia.

En un mundo tan complejo como el que enfrentamos los chilenos requerimos de una fortaleza como país que nos permita resistir temporales. Para ello debemos ejercer un adversariedad democrática y no conflictos odiosos. Solo compartiendo esa cultura política podremos salir de la actual medianía y recuperar un camino de progreso y bienestar creciente. Ello requiere el concurso de quienes piensan quizás de manera muy distinta, pero aspiran a un bien común. Sería el mejor cuento de Navidad para un 2025 mejor.