Columna de Ernesto Ottone: El triunfo de los malos sentimientos
Él científico político estadounidense ya fallecido Ronald Inglehart no se equivocó cuando denominó a nuestra era como la era de “los malos sentimientos”, la era de la desconfianza, de la disolución de los lazos y tejidos sociales que son junto al respeto de las reglas, tanto por los ciudadanos como por quienes ejercen el poder, la base de una convivencia democrática.
El triunfo claro, aunque no aplastante de Donald Trump, ha resultado una confirmación de ello en la elección presidencial de los Estados Unidos, que se suponía sería más estrecha.
¿Qué hace que la nación todavía más avanzada del mundo en términos económicos, con la democracia moderna más antigua del planeta, imperfecta por cierto desde su creación hasta hoy, a la cabeza de la ciencia y la tecnología, las artes y la cultura popular, polo de atracción de quienes sueñan con cambiar sus destinos personales tras el “sueño americano” elijan, conociéndolo, a Donald Trump como presidente?
Es un intrincado misterio, un enigma difícil de desentrañar a través de la razón.
Claro, el mundo atraviesa momentos difíciles, el poder de Estados Unidos está siendo desafiado por naciones- continentes enormes que abandonaron su atraso para avanzar con extrema rapidez en tiempos breves, como China e India, cada cual a su manera, Rusia de manera peleona no se resigna al lugar que le asigna su actual situación después de haber oficiado de superpotencia, Europa está debilitada como su tradicional aliada. Existen dos guerras en acto en el mundo y pueden extenderse.
También es cierto que la crisis del sistema democrático en el paso de la sociedad industrial a la sociedad digital ha debilitado su legitimidad como potencia mayor a partir de la magnitud de sus divisiones internas.
Pero alguien podría preguntarse por qué frente a la terrible crisis de los años treinta en el siglo pasado y el auge del fascismo y el nazismo europeo, cuando en América temblaron sus cimientos, fue Franklin Delano Roosevelt quién fue ungido por el pueblo para reconfigurar la democracia y salir del marasmo económico, salvando de paso a la humanidad del mal absoluto junto a sus aliados a través de un esfuerzo solidario y en el respeto a la libertad, y hoy cuando la dimensión de tal catástrofe no existe se elige para dirigir al país una figura que encarna lo opuesto a esos valores.
Difícil respuesta, la elección entre Donald Trump y Kamala Harris era mucho más que una elección entre derecha y centroizquierda, entre el republicanismo clásico y demócratas, o entre miradas distintas frente a los desafíos del desarrollo futuro anterior de la democracia entre un pensamiento conservador y un pensamiento liberal social.
Fue una elección entre dos sentimientos, o al menos así se vivió, entre uno nacionalista y supremacista que aborrece el pluralismo y otra partidaria de una sociedad abierta y pluralista que desea mantener en la era de la información el predominio de las reglas democráticas y una sociedad más inclusiva.
Triunfó la primera impulsada por el miedo y perdió la segunda, que impulsaba la esperanza.
La democracia es hoy más débil en el mundo.
Estados Unidos tiene muchos problemas, como el resto del mundo, con la diferencia que los suyos influyen de manera decisiva en la humanidad, la decisión que han tomado nos afectará a todos.
Lo absurdo es que esa decisión no está basada en la realidad sino en la percepción exagerada, histérica y manipulada de esa realidad por un imaginario perverso y mendaz.
El gobierno de Joe Biden no fue un mal gobierno, no solo realizó medidas sociales importantes, sino que corrigió la pésima actuación de Trump respecto a la pandemia e hizo crecer el PIB más allá de lo esperado. Pero ello contó menos para las clases medias norteamericanas que el encarecimiento del costo de la vida por la insuficiente caída de la inflación, que junto al miedo identitario de la inmigración ilegal fue usado por Trump de manera caricaturesca pero eficaz, tal como lo hizo con declaraciones frívolas y matonescas pero agradables a oídos asustados y lelos sobre un mundo convulso por las guerras.
A Joe Biden, lo derrotó algo de lo que es inocente, salvo por la testarudez de no aceptarlo, el decaimiento físico propio de nuestra condición humana, del cual no se librará Trump tampoco, quizás muy pronto.
Surgirán estudios y análisis con más elementos empíricos que analizarán por qué las cosas se dieron así. ¿Por qué un hombre que hizo un gobierno mediocre como Trump, que aisló a los Estados Unidos, cuyo prontuario penal es parte de su biografía, con rasgos de supremacía racial, desprecio por los adversarios, machismo a toda prueba, de lenguaje insultante, de accionar rudo incluso con sus colaboradores carente de convicciones democráticas sólidas, impredecible en sus decisiones, con posiciones de extrema derecha, y admirador de déspotas ha sido elegido para conducir la primera potencia mundial en los años que vienen?
¿Alcanzará el patrimonio histórico institucional de Estados Unidos para limitarlo y contenerlo?
Son preguntas por ahora sin respuesta.
Sería muy injusto cargar con Kamala Harris y figuras como los Obama, ellos hicieron con brillo un esfuerzo enorme en nombre de la democracia, movilizaron lo mejor de América, amplios sectores sociales, el arte y la cultura, las grandes ciudades de espíritu cosmopolita, pero no pudieron contra el provincianismo estrecho, el llamado de la selva del nacionalismo misionero, y no pudieron superar aquello que Alexis de Tocqueville señaló en los primeros años del siglo XIX cuando dijo “una idea falsa pero simple será siempre más popular que una verdad compleja”.
Es ese terreno que tendrán que trabajar arduamente los partidarios de la democracia en los Estados Unidos.
Los jefes de Estado de los países democráticos han saludado con forzada gentileza su triunfo, saben que la convivencia no será fácil, los líderes autoritarios lo han hecho con silencios aprobatorios, abrazos entusiastas y alegrías indisimuladas, ojalá ello sirva para avanzar con justicia en la de detención de las actuales guerras.
Lo que es en materia de cambio climático, apertura del comercio, transferencia tecnológica, reforzamiento de un multilateralismo eficiente e impulso a la democracia habrá más lágrimas que sonrisas.