Columna de Ernesto Ottone: Grandeza
El país está acostumbrado a los gestos de grandeza de Ricardo Lagos Escobar, pero como esos gestos son cada vez más raros en la vida política, siempre sorprenden.
Lo hizo cuando hace ya muchos años le pidió cuentas al dictador en plena dictadura, indicándolo con el dedo por televisión ante el pasmo de quienes lo entrevistaban.
Lo hizo cuando en plena negociación con el Gobierno de los Estados Unidos por el tratado de libre comercio, estando Chile temporalmente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, le negó el acuerdo a George W. Bush para apoyar la invasión a Irak al no tener pruebas creíbles de que ese país poseía armas químicas de destrucción masiva y sin que existiera un consenso para utilizar la fuerza por parte de las Naciones Unidas.
Al final se lograron ambas cosas firmar el tratado y proteger la autonomía y la dignidad de Chile.
Lo hizo cuando a dos años de su gobierno, empresarios del transporte público bloquearon distintos puntos de la capital.
Normalizó rápidamente las cosas aplicando la ley de seguridad del Estado, algunos dirigentes fueron detenidos. Las palabras que usó el presidente fueron duramente serenas “mi obligación es velar por este país y por lo tanto le digo a los amigos del transporte que todo el rigor de la ley caerá sobre ellos. Este es un país serio y no se juega con Chile ni sus instituciones”.
Lo hizo en la cumbre de Monterrey en el año 2004. En esa ocasión el presidente Mesa de Bolivia, después de conversar una agenda de temas con el presidente Lagos, planteó a última hora y fuera de programa la mediterraneidad de Bolivia como asunto multilateral.
Lagos exigió entonces responder para presentar la visión de Chile y planteó” tenemos que ser capaces de contar con una agenda de futuro, lo que no nos parece es que podamos discutir temas de soberanía, porque no tenemos temas de soberanía pendientes” …” y si de diálogo se trata, ofrezco relaciones diplomáticas aquí y ahora”.
Fueron muchos esos gestos de un liderazgo profundo, expresiones de una grandeza en la responsabilidad de gobierno durante seis años en que se estableció en el horizonte una cierta idea del Chile que se aspiraba, capaz de conjugar un mayor bienestar para todos y un proceso de crecimiento económico que lo hiciera posible al mismo tiempo que se ampliara y reforzara la vida democrática.
La grandeza de un hombre o una mujer de Estado tiene muchos ángulos que lo conforman. En primer lugar, sus resultados, la obra concreta, las transformaciones reales que produce su acción de gobierno.
En el caso del presidente Lagos las cifras son claras, la economía creció superando los obstáculos de la prolongación de la crisis asiática, pero al mismo tiempo la pobreza disminuyó notablemente y la desigualdad de ingresos disminuyó.
Se entregó un país casi sin deuda pública y con un gran prestigio económico social y político a nivel global.
Pero la grandeza de un presidente no termina ahí, sino en su capacidad de ejercer su conducción a través de un idealismo pragmático parafraseando la bella definición de Jeremy Adelman en su espléndida biografía de Albert. O. Hirschman, figura señera del desarrollo latinoamericano.
La memoria y la reparación encarnada en la comisión Valech, los avances civilizatorios y de la libertad, el fin de la pena de muerte, la legislación sobre el divorcio, el fin de la censura, la normalización del papel de las Fuerzas Armadas y de Orden en un país democrático, la centralidad de la cultura.
El Palacio de la Moneda abierto a grandes pensadores y literatos de todo el mundo de los más diversos pensamientos fue expresión de ello.
La lista de lo realizado es larga, pero se puede resumir en una mirada de alto vuelo, lejos de intrigas y maniobras de la política mezquina y tribal, de la liviandad intelectual y política, de la gestualidad de sonrisa fácil y tan permanente que pierde todo significado, de la pequeñez que después (para usar una palabra de moda) comenzó a” habitar “el ejercicio del poder.
Por supuesto, como en toda obra humana hubo errores, pasos en falso e incluso quienes realizaron abusos y actos deshonestos que mucho conmocionaron al gobierno y también a la opinión pública pese a que su dimensión tenía poco que ver con lo que hemos visto después.
Eso habla muy bien del Chile que entonces teníamos.
La grandeza de un gobernante es su capacidad de combinar sus convicciones y su responsabilidad en palabras de Max Weber, de tener una visión holística y humanista construida a partir del conocimiento de la historia, la curiosidad intelectual y la mirada larga hacia el futuro, la conciencia de que la representatividad democrática exige gobernar para todos no para los suyos.
Esa fue la marca del Gobierno de Ricardo Lagos. Terminado el gobierno no se transformó en el “jarrón chino” incómodo del cual hablaba Felipe González.
Desde la Fundación Democracia y Desarrollo continuó participando del debate público como expresidente al mismo tiempo que tuvo una presencia de excepción en el debate internacional, particularmente sobre las nuevas temáticas que diseñarán el futuro.
Fue duramente atacado en la política chilena que perdía el impulso propulsivo de los primeros veinte años de la
democracia. Gradualismo, cooperación, acuerdos pasaron a ser malas palabras. Se hizo de él el símbolo de un reformismo al que contra toda la evidencia de los hechos se le negaba toda virtud.
Esa falsificación de la historia por ignorancia u oportunismo Chile la ha pagado muy caro.
Aparecieron tendencias en la derecha y la izquierda de revisar el método del camino recorrido y sobre todo en la izquierda radical de negar el valor de lo logrado, terminaron así en un confuso y peligroso entrevero del que nos costará salir.
Lagos desde su lugar opinó siempre promoviendo la unidad de un país que por población y tamaño no tiene como destino ser potencia sino ejemplo, lo hizo a veces a contracorriente, a partir de ello sin rencor alguno estuvo disponible para quienes lo habían descuerado por años cuando tuvieron que golpear su puerta en busca de consejo.
Ahora ha hecho otro gesto de grandeza, nos ha anunciado que dejará de participar en la esfera pública, “rara avis “en quienes han practicado el poder.
Con lucidez y sapiencia nos dice que sus capacidades físicas han disminuido con los años, pero su decisión no es un retiro a la” descansada vida” de la que nos habla Fray Luis de León.
Se propone seguir pensando en el futuro del cambio de la nueva era digital que aparece con sus peligros y oportunidades, escribir y hablar si lo juzgara necesario.
Lo hace cuando el mundo y Chile enfrentan tiempos de tormenta. Necesitaremos de su sabiduría e inteligencia en esta nueva fase de su vida.
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