Columna de Francisca Vial: La trampa de la informalidad: ¿Cotizar es un avance o un castigo?
En Chile, decides formalizarte y cotizar, y el Estado te recibe con una especie de “bienvenida al desierto”: en un instante desaparecen los bonos, los subsidios y los beneficios. Porque, claro, mientras no cotizas o cotizas “a medias”, tienes a tu disposición una lluvia de ayudas: el bono de invierno, el Aporte Familiar Permanente, la gratuidad universitaria, los subsidios habitacionales o de arriendo, los descuentos en luz y agua, y hasta el subsidio al empleo joven.
Imaginemos a Juan, un jardinero que trabaja de sol a sombra y logra llevar $1.500.000 al mes a su casa. Ese ingreso mantiene a su familia de cuatro personas, en la que únicamente él recibe ingresos. Si lo dividimos por persona, implica un ingreso mensual de $375.000 para cada uno, lo que los coloca en el séptimo decil. Hasta ahí, todo parece razonable. Pero hay un detalle: como muchos en su oficio, Juan no cotiza. Porque, en cuanto decide hacerlo, los beneficios se esfuman.
Pierde, por ejemplo, la gratuidad universitaria para sus hijos, porque su “nuevo” ingreso per cápita de $375.000 ya supera el umbral de $258.268 del quinto decil. Ahora tiene un sueldo formal, sí... pero también tiene más costos, menos ayudas y el mismo esfuerzo de siempre. Todo eso, solo por el “pecado” de querer cotizar, de tratar de hacer las cosas bien, aunque el sistema, en lugar de premiarlo, parece castigarlo por ello.
Cotizar para Juan no es avanzar, y es ahí donde está el problema. Es como si el sistema le estuviera guiñando el ojo y diciéndole: “Juan, quédate en la informalidad, ¿no ves que es mejor?”. Y no es casualidad que muchos temporeros, jardineros y feriantes opten conscientemente por no cotizar, ya que parece más sensato seguir en esa zona gris, con tantos problemas sociales, fuera del sistema bancario, pero con las regalías estatales.
Pareciera que el sistema incentiva a seguir fuera de nuestra seguridad social, porque dejar de serlo es carísimo. Y la solución es casi obvia –mentira, es súper difícil–: un sistema que permita una transición mayor, donde dar ese paso no implique tropezarse con un muro económico. ¿No sería mejor que, al cotizar, el sistema premie en vez de castigar?
En países como Noruega o Alemania, cotizar es sinónimo de tranquilidad. Los trabajadores saben que su esfuerzo actual se traduce en seguridad económica futura y en beneficios concretos como subsidios escalonados que no desaparecen de golpe. ¿Qué podríamos aprender de esos modelos? Quizás el primer paso sería dejar de castigar a quienes deciden formalizarse y, en cambio, implementar políticas que acompañen este proceso.
Si es hacia donde las políticas públicas apuntan, entonces, ¿por qué comenzar a cotizar parece una condena económica? Porque cotizar en Chile, a veces, parece más una prueba de resistencia que una promesa de seguridad.
Hasta que eso ocurra, muchos seguirán pensando que lo más rentable es no cotizar. ¡Que sigan esos bonos y subsidios! Al menos con ellos hay certeza de que, si el sistema no ayuda, la informalidad sí. Total, la jubilación es un problema que se puede ver otro día.
Por Francisca Vial, abogada, directora del área laboral de Eyzaguirre y Cia Abogados